Hacer la cama
Crónica del manicomio ·
«Para muchas personas la cama representa el sexo, la muerte y el pecado. Ante la imagen de este peligroso triángulo, algunos se sienten obligados a hacerla lo antes posible hasta dejarla lo más parecido a un catafalco»No hago de ello una regla general, pero cuando converso con alguien que despierta mi interés tomo precauciones. En principio no indago nada en concreto, ... para evitar el riesgo de que se cierre en banda. Tampoco elijo la vía indirecta, saltando con supuesta habilidad por encima de las cuestiones principales, pues cualquiera que disfrute de perspicacia o sea algo paranoico descubre enseguida la treta y al instante te aparca. Para mí, el recurso más eficaz es comentar algo inhabitual y a la vez intrascendente. No sólo simple, lo que despertaría un repliegue despectivo, sino algo que sea vulgar pero sorprendente.
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El otro día acerté con una pregunta insólita y directa que no venía a cuento. Estaba en Valencia, con un antiguo compañero que me guiaba a través de una exposición sobre 'La nave de los locos'. Una revisión social, histórica y política del manicomio del Padre Jofré, que pasó por ser el primero del mundo. Es un hombre culto, muy instruido en ese campo y dotado de un sentido común acerado. En esas estábamos, yo cada vez más centrado en él que interesado en su relato, cuando le pregunté de súbito sobre si hacía la cama a diario.
Cambió de tema ipso facto. Me expuso, convencido y apurado, que no podía dormir en una cama sin hacer. E insistía subrayando con cuidada entonación la palabra 'hacer'. Me confesó que, si se la encontraba deshecha, en vez de repasarla sin más antes de acostarse, la rehacía enseguida enteramente y con el máximo cuidado. Luego, salía del cuarto y volvía a entrar poco después a comprobar el buen orden para sólo entonces y a renglón seguido envolverse en las sábanas. Me pareció algo extraordinario. Su obligación surgía como una necesidad gratuita e imperiosa que por fuerza debía de poseer mucha significación en su vida, en la que yo curioseaba. Porque la vida se presenta muchas veces sin hacer y cada cual tenemos nuestro sistema para formatearla y recibirla.
Para muchas personas la cama representa el sexo, la muerte y el pecado. Lógicamente, ante la imagen de este peligroso triángulo, algunos, más o menos puritanos, se sienten obligados a hacer la cama lo antes posible hasta dejarla lo más parecido a un catafalco. Casi de modo compulsivo y sin consentir ningún retraso, la estiran y la tapan con una colcha que, más que adornar, al menos en mi caso, semeja un sudario. Sienten así que garantizan su salud, evitan la tentación y exorcizan al diablo. Otros, en cambio, como yo mismo, sólo encuentran incomodidad y ascetismo congelado si vuelven al catre y le encuentran perfectamente empaquetado. Como si estuviera preparado para celebrar sobre él un rito insomne y funerario. Prefieren verlo abierto, sentir el olor del cuerpo y volver a disfrutarlo.
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