María y Nerea se quieren. Igual que Sara y yo o Dani y Giusseppe. Es lo que hay con el amor. Que cuando viene así, ... de esta manera, uno no tiene la culpa. Ni una. Ni nadie. Es más, a disfrutarlo.
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Hace unos días callejeaban por lo que ellas —y algún escritorzuelo— llaman la capital del universo tras el pertinente homenaje en Suite 22. Iban las dos cogidas de la mano, regalándose mil besos (quizá fueran dos o tres, pero Alejandro Sanz siempre fue muy exagerado) en cada rincón. Y pensaban en la suerte que tenían de hacerlo sin que nadie les echase el alto por la cuestión que fuera menester y, además, por haberse encontrado en una ciudad de trescientas mil personas, y no una urbe enloquecedora y mastodóntica de cuatro o cinco millones.
Porque María y Nerea un día se dejaron, hace unos años. Pero en Valladolid, por suerte, uno se encuentra con su ex y, si así lo desea, hasta se para y pide dos verdejos de los de chatear. Y llegaron a la conclusión de que aquella soledad entre las dos, aquel silencio en su interior era un asco, Carrasco. El resto lo hizo cantar a dúo la canción de la Pausini y algunos vinos más.
Dani tiene un perro que se llama Augusto. Es ese típico bulldog inglés que va por la vida con cara de querer más una siesta que Feijóo un pacto de última hora. Cuando lo pasean, el bicho se aprieta contra Giusseppe porque sabe que le tiene más consentido y le da chuches a menudo. No entran en ordinarieces tales como decir que son padres de un perro ni sus humanos. Tienen un can baboso y vago más majo que las pesetas y fin del asunto. El mes pasado cenaron en el Círculo de Recreo para celebrar su aniversario. Lo eligieron porque, a pesar de haberse reformado recientemente, conserva una pátina elegante y un reborde histórico adecuado para sentarse a la mesa con americana, camisa por dentro y un pañuelo rompedor en el bolsillo. Cuando la sumiller le ofreció la carta de vinos, Dani se la cedió a Giuseppe con un sucinto «el que entiende es mi marido». Bárbara volvió al poco con la botella elegida e hizo saber a ambos que la decisión era primorosa y poco habitual. La pareja comió, celebró y brindó para que cada noche siga siendo noche de bodas y nunca se ponga la luna de miel.
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Sara me encontró un viernes tonto de mayo. Me debió ver cara de madurito interesante y desde entonces han pasado nueve junios, multitud de semanas y cuatro discos de Coldplay. Nuestro último cumpleaños lo pasamos en el Landa, en Burgos, y nevó. Nos gusta más la Navidad que una bombilla al alcalde de Vigo, así que, imaginense. Fuego en la chimenea, un desayuno de hotel con todos los aderezos, un libro y un sillón. Pregunté al director si con ese atrezo podíamos quedarnos allí a vivir, pero me dijo que éramos demasiado vallisoletanos para algo tan definitivo. Así que hemos decidido volver todos los diciembres y quitarnos el remusguillo.Lo cierto es que se lo dijimos con la boca chiquitina y presos de la emoción del momento, porque esta árida y regia ciudad que nos ha visto nacer nos tiene atrapados.
Hoy hemos quedado en el bar de Trucha. Es un tío chiquitín con un corazón enorme. No sé dónde lo guarda, porque no tiene sitio en ese cuerpo tan diminuto. Nos recibe con una inmensa sonrisa y una canción de sus adorados Viva Suecia. Dani le replica que no vaya de moderno, que sabe que se le eriza la piel cuando escucha la de la gata bajo la lluvia, de la Dúrcal. Trucha, indie convencido, levanta las cejas y nos pone unos chupitos para cambiar de tema. Bandido… Giuseppe trabaja con Nerea y la ha traído en el coche. María toca en la ventana señalando que le pidamos algo mientras apura las últimas caladas de su cigarro. Entra, besa a Nerea y asiente cuando esta le recuerda que es un vicio inmundo. «Que ya, pero que es el mío y otros se juegan el sueldo a las tragaperras en el Roxy». Todos reímos y nos damos ligeramente a la bebida. Porque no hay nada mejor que revolver el tiempo con el café o con lo que sea. Y disfrutar de los instantes que te da la vida con la gente que quieres. Disfrutar de crear recuerdos como si nada, aunque duren una décima de segundo. O más.
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