Un coche mal aparcado en en lugar indicado para motos. Juan Carlos Tuero
Míster Cipriano

Normas, argucias y demás zarandajas

«Lo contrario de las normas es el caos, lo contrario de la libertad es el libertinaje y lo contrario de decir la verdad es mentir, aunque sea una miajita»

Alfonso Niño

Valladolid

Jueves, 28 de septiembre 2023, 00:23

Dejen que les ponga en contexto: hay un capítulo de Frasier —ya les he dejado caer alguna vez que adoro esta serie— en el que ... este psicólogo obstinado, pasional, esnob y algo neurótico, entra con su vehículo en un aparcamiento de pago por horas. Al momento, se da cuenta de que prefiere salir. Va a la caja y le indican que debe pagar la tarifa por el tiempo mínimo, veinte minutos, dando igual que estuviera unos instantes, dos o casi media hora. Él, orgulloso, se niega ya que apenas ha permanecido en el interior pocos segundos, pero el encargado le refiere a las normas. LAS NORMAS. Frasier, entonces, henchido de «su» razón, decide apurar los veinte minutos colapsando la salida del estacionamiento e intentando hacer ver a los demás que esta cabezonada (y fastidio manifiesto) la hace por su bien y por crear un mundo mejor.

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Viene esta —larga— introducción por lo que vivimos a diario en este país de pandereta en el que telepredicadores disfrazados de politicastros de cuarta pretenden, con frecuencia, saltarse las normas bajo el pretexto de sólo hacerlo un poquito. Y miren: no. Porque lo contrario de las normas es el caos, lo contrario de la libertad es el libertinaje y lo contrario de decir la verdad es mentir, aunque sea una miajita.

Nuestro modo de vida es fetén, una maravilla india, como dice mi hermana. La dificultad se encuentra en aquellos que pretenden vadear, un momentito nada más, las reglas que vertebran este estado de derecho y estirarlas hasta donde sea procedente con tal de cumplir su hoja de ruta. No, disculpe. Estos son los bueyes con los que hay que arar. Y si busca un vericueto digno de un trapecista haciendo un número imposible de doble tirabuzón y medio con escorzo mortal, llámelo por su nombre. «Me salto las normas». Así, toreando al natural. ¿No piensa usted que su argumento es correcto? Pues eso. A lo hecho, ganancia de pescadores. Esperen, no era así, pero bien pensado, me vale.

Escuchen: tanto me da si se trata de una conductora diciéndole a la agente que sólo tenía una rueda dentro del vado como de un ministro negando la mayor y diciendo que no sea tontorrón, que me va a gustar y que esto lo hacen para que vayan mejor las cosas. Insisto; no me tomen por tonto. Decidan o excusen, tergiversen o dilaten el argumento de manera antinatural. Parafraseando al andarín, «todo es falso, menos algunas cosas». Pues eso. Que si nos dan gato por liebre, aunque sea uno de orejas largas, es un gato como un piano. Y eso se aplica a algo que afecta a un país (o país de países, o confederación confederada de confederaciones autónomas en las que unos cobran más y otros ponemos la cama) o a la normativa de circulación de los patines eléctricos.

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Un ejemplo más, el último: por mucho que en Valladolid, paraíso del castellano más pulcro y perfecto, tengamos interiorizado narrar algo con un definitivo «y entonces LA dije», está mal. Fatal. Horrible. Es incorrecto. Y aunque ni usted ni yo las hayamos dictado, va contra las normas. Benditas sean.

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