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El piloto Phil Hill.
Fórmula 1

Phil Hill, el campeón atípico

En 1961 se convierte en el primer americano que gana el Mundial de Fórmula 1, pero, por encima de las carreras o ganar, amaba pilotar un automóvil de competición, algo que para él era un arte como la ópera o sus amados pianos

Santiago de Garnica

Domingo, 27 de julio 2014, 10:31

Para Phill Hill su mejor recuerdo no era el título de campeón del mundo en 1961, o sus triunfos en Le Mans. Era una carrera en Tasmania, donde había terminado tras Jim Clark y Bruce Mclaren: había sido una bella lucha.

Sentimiento, amor por la belleza: «es un placer increíble, casi inexplicable conducir un coche de carreras en una mañana soleada, sin público y con la pista aún limpia de aceite». Este americano tenía una visión del deporte diferente a la de otros pilotos. Antes de empezar una carrera daba cien vueltas a su coche, nervioso, fumando un cigarrillo: «el automovilismo me ha hecho desconfiado, nervioso, egoísta. Esperaba otra cosa. Aquí no hay sitio para la amistad. Uno intenta batir a los adversarios durante todo el día, por todos los medios. Por la noche no se puede olvidar todo esto e irse a cenar con ellos». Por eso se quedaba en la habitación del hotel escuchando ópera. El jazzman Allen Eager le diría: «tienes el oído más fino que he conocido en un no profesional». Aquel oído también amaba el sonido de los motores de carreras, pero desde otra perspectiva.

Enzo Ferrari en Piloti, che gente le define como un piloto «rápido y seguro, pero no de una clase excepcional». ¿Palabras ingratas? Phil Hill le dio a Ferrari un título de campeón del mundo, ayudó de forma decisiva a Mike Hawthorn a lograr en 1958 el suyo, y logró tres triunfos en Le Mans para el Cavallino. Pero el gran Enzo no encajó nunca su visión de las carreras ni le perdonó varias cosas entre otras el que montara la escudería ATS de Fórmula 1 con miembros descontentos provenientes de Ferrari. Y le consideraba un buen piloto para sus sport-prototipos pero no para la Fórmula 1. Así no le permitió conducir unos de sus monoplazas de Gran Premio hasta 1958 que se queda sin pilotos tras las muertes de Castellotti, De Portago, Collins y Musso.

En 1961, Ferrari cuenta con el aristócrata alemán Wolfgang Von Trips y con Phil Hill. Amigos, pero dos personalidades opuestas. Tavoni, el director deportivo, juega con ellos para intentar que vayan más allá del límite y así ganar cuanto más mejor. Hill vence en Spa y Von Trips en Zandvoort y Silverstone. Cuando llegan a Monza, el título es cosa de ellos dos: 29 puntos para el americano y 33 para el alemán. Von Trips, que apasiona al público, refleja el modelo de Ferrari y declara: «El automovilismo es un combate de hombre contra hombre. Lo gana quien acepta rodar en el margen más estrecho que separa la victoria del accidente». Hill, el introvertido, calla. La víspera Enzo Ferrari le ha recriminado públicamente que el joven Ricardo Rodríguez ha realizado mejores tiempos en entrenamientos. Hill nota algo raro en su motor e insiste en que se lo cambien. Por fin se lo abren: hay una válvula rota. Lo reparan, pero no creen en él.

Dos horas más tarde, Phill Hill ha ganado el Gran Premio de Italia y es campeón del mundo. Von Trips se ha matado al chocar con Jim Clark cuando intentaba alcanzar a su compañero de equipo. En el accidente han muerto quince espectadores.

En la siguiente temporada, los coches italianos se ven claramente superados y al final de la misma Hill se va de Ferrari: «en siete años he visto morir muchos hombres al volante de un Ferrari y Enzo seguía apoyando a los que aceptaban asumir más riesgos que los otros. He ganado muchas carreras para él, pero no soy su tipo de piloto. No estoy preparado para morir por Ferrari, no soy uno de sus corderos para el sacrificio».

En 1963 corre con el ATS y en 1964 con Cooper, su último año en la Fórmula 1. Pero sigue en las carreras y en 1965 y 1966 se convierte en uno de los puntales del proyecto Ford para ganar a Ferrari en Le Mans. Y en 1966 y 1967 pilotará los Chaparral de su compatriota Jim Hall, ganando su última carrera en Brand Hatch.

Tiene 39 años y se vuelve a California, donde se dedica a sus pianos y monta una empresa de restauración de coches clásicos, un campo en el que se convierte en una autoridad mundial. Acude a muchas exhibiciones con algún antiguo Fórmula 1. En realidad le siguen apasionando los automóviles y el pilotaje, dos aspectos que ve desde un punto de vista casi artístico. A sus 81 años, el 28 de agosto de 2008, el Parkinson derrota a este piloto que no tenía mucho que envidiar a sus rivales en cuanto a talento, pero con una escala de valores diferente.

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