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Bernard Hinault, perseguido por Marino Lejarreta en plena ascensión. El Norte

Aquella guerra de Hinault en Serranillos

'El caimán' ganó la Vuelta a España del año 83 después de dar un golpe de autoridad en la subida a Serranillos y no sin antes sudar sangre para desbancar a Julián Gorospe

Sábado, 13 de mayo 2023, 00:25

Ni siquiera lo esprinté, no fuera a enfadarse», decía, después, Lejarreta. «Algunos relevos sí, porque si no lo haces se cabrea y hace alguna de las suyas. Demarra y te deja tirado».

Él.

La presencia casi etérea, casi divina.

Él.

Sucedió entre Salamanca y Ávila, como si fuesen fogatas camino a Villalar. Sucedió entre Salamanca y Ávila. Entre las dos ciudades... media Sierra de Gredos. Entre las dos ciudades. Peña Negra, El Pico, Serranillos, Navalmoral. Entre las dos ciudades.

Sucedió hace cuarenta años y un puñao de días. Qué viejos somos, qué jóvenes fuimos. Sucedió hace cuarenta años y un puñao de días. La etapa más legendaria de siempre en la Vuelta. La de Gredos. La de Bernard Hinault.

Es la Vuelta de 1983. Que tuvo tele en directo, que fue ave fénix para una carrera casi enterrada apenas lustro antes. El país que despierta, que va cambiando, las primeras elecciones autonómicas ese mismo domingo que corona a Bernard. Y todo aquello. La lucha, la leyenda. Los misterios, sí, también los misterios.

Porque sudó sangre Hinault para ganar aquella. Sudó sangre, se fastidió una rodilla y tuvo que tirar de cheques, estrategia, gregarios y mala hostia. Porque con eso también se compite, amigos, con eso también creas distancia. Un mirar de Hinault (un mirar de Hinault como ustedes se están imaginando a Hinault mirar) te da minuto y medio sobre todos los que no son Hinault. Porque allí hay violencia, hay agresividad, hay un poso de lucha noble, claro, pero también de venganzas por venir. Si me cosquilleas nalgas este mayo te tomo la matrícula y... en fin, hay muchos julios por delante.

Digamos que hasta Serranillos Hinault, pues... Ni fu ni fa. Bueno, sí, fu. Porque se ha cruzado media península dando penilla. Penilla para lo que es Bernard Hinault, aclaremos, pero es que si eres Bernard Hinault no puedes firmarme números de Alberto Leanizbarrutia (aproximadamente). Era un ciclista invencible, un dominador de eficacia suprema. Llevaba cuatro Tours, y dos Giros (era vigente campeón de todo... saldría de España como vigente campeón de las Tres Grandes), Lieja, Flecha, la Roubaix, Lombardía, el Mundial.

Pero...

(siempre hay un pero)

aquel año abril se le estaba mostrando como el mes más cruel. Siempre le costaba, a Le Blaireau, pillar la forma, porque antes los inviernos venían más duros, y en Bretaña llueve mogollón, y hacen unos postres riquísimos, y un día es un día. Luego ya bien, luego ya guay, porque un tío con los cuádriceps de Hinault, con los riñones de Hinault, con la mandíbula apretada de Hinault, con la inmensa clase de Hinault... un tío así acaba funcionando a la mínima. Pero en 1983... El equipo va perfecto, por ese lado fenómeno. Si hasta los gregarios trincan parciales aquí y allá. Gaigne, Poisson, incluso el parisino ese de las gafitas, el rubio, sí, hombre, que tiene pintas como de leer a Lévi-Strauss... Laurent Fignon, le dicen. Ese también... etapa. Tiene buenísima pinta, el Fignon. El rubito yanqui, un tal Lemond, destaca poco, también les digo. Que pilló catarro, cuentan.

Así que todo perfecto. Bueno, casi todo. Las infraestructuras no, porque las infraestructuras eran como eran las infraestructuras en los años ochenta, que a veces nos olvidamos con tanto Naranjito y tanta gaita. Lo cuenta Fignon un cuarto de siglo después. Que les alojaban en sitios indignos por Pirineos o Asturias. Que se comía mal. Que, en ocasiones, no tenían ni agua caliente. En fin, somos ciclistas, podemos con todo.

Sucede que el segundo problema trae más... enjundia. Vamos, que el líder no marcha. Menudo equipazo, Cyrille, menudo armamento para abatir portaaviones, pero el líder no marcha... Picotazos. Alberto Fernández, Marino Lejarreta. Cronoescalada de Panticosa y... sorpresón. Gana Marino, Bernard sube gateando. En fin, ya irá calentándose, ya. Esto va a ser una masacre, esto va a ser violento. Amenaza galerna por Yffiniac.

El 'caimán', siempre tirando en cabeza.

Solo que... solo que no. Que seguimos igual. Cyrille tira de experiencia, de galones, y va rapiñando ventajucas con este y aquel. Que si me compro a Saronni (entre Saronni e Hinault sumaban dos Mundiales más que todo el ciclismo español por entonces... hay que entenderlos), que si monto abanicos, que si ataco entrando a villas, aprovechando mi habilidad, aprovechando nervios y temores. Parches a las fugas, naufragar cerca de la costa. Debutan los Lagos y todos los periodistas chuscos tienen preparado ya el titular... van a ser los Lagos de Hinault. Solo que se sale Marino Lejarreta, pero como los periodistas tendemos a la haraganería pues hicieron apaño pequeñuco, y escribieron que «No fueron los Lagos de Hinault»...

Digamos que por aquel entonces tiene bien enfocado el asunto Alberto Fernández. Que anda como un tiro ese 1984, el campurriano. Que no sabría decirte yo, oiga, qué hubiese pasao en julio con Alberto Fernández, porque tenía más experiencia que Arroyo, y parecía caminar más que Arroyo, y Arroyo hizo segundo, así que no sé qué hubiese pasao, en julio, con el Galletas. Pero andamos por abril, no saltemos al estío como estudiantes malos.

Decía que lo tiene engarzado Alberto, porque sale de Asturias amarilleando sobre la piel. Sucede que lo tuvieron un huevo de rato en el pódium, y que hacía fresco allí (siempre hace fresco arriba de los Lagos), y que Fernández no se abrigó nada (porque a uno de Campoo no le vas a venir con estas cosas, eh, que en Campoo dibujamos cuadros con escarchas de agosto), y acabó pillándose un catarro de esos primaverales, que te dejan baldadísimo dos o tres días, y allí se le fue la Vuelta a Alberto, Allí se le fue al bueno de Alberto...

El siguiente líder fue Álvaro Pino, pero Álvaro Pino estaba más verde que un chiste de Mariano Ozores, y cayó un montón en la crono. Y también andaba por ahí Marino Lejarreta, que parecía el mejor de todos, Marino Lejarreta con su flequillo tontorrón, Marino Lejarreta con su manía de ir a cola de grupo, Marino Lejarreta comiéndose unos abanicos gordísimos camino Soria. Ese Marino Lejarreta...

Así que... crono en Valladolid, Julián Gorospe que se sale, Hinault que mejora pero no lo suficiente, Julián Gorospe que trinca amarillo inesperado, Julián Gorospe que tiene rostro rubicundo, sonrisa de niño diez, pelo arrubiao como para ser pelotari legendario. Un minuto le lleva a Hinault. Lo tiene casi hecho. Casi hecho.

Pero falta, sí, Ávila.

Digamos que el líder llega seguro. A ustedes les vienen parloteando desde hace cuatro décadas sobre los nervios de Gorospe, la responsabilidad de Gorospe, la fragilidad de Gorospe, la inferioridad psíquica de Gorospe frente a un depredador como Le Blaireau. Y, vale, esto último sí, pero el resto... El día antes, por la tarde, Julián se descolgaba en El Mundo Deportivo diciendo que «el problema para mí serán las llegadas de las etapas llanas y las jornadas con viento. Las montañas me preocupan menos. Hasta ahora, he demostrado que soy capaz de estar a su lado. Incluso subo mejor que él. La marcha que pone en los puertos me va perfectamente, y no tengo problema alguno para mantenerle al ritmo». Ya ven, relajao. Bueno, relajao no, pero confianza toda. Y este era el tímido. Hoy no te encuentras declaraciones de este palo ni entre los arrogantes más arrogantes. Y, visto lo de después... casi mejor.

(De acuerdo... luego ya entra en que tiene nervios de todos los colores, pero a efectos narrativos nos conviene omitir ese detallín, ejem).

Bernard Hinault, con su característica cinta en el pelo.

Que tampoco anda Bernard como para dar saltos, eh. Sobre todo para dar saltos. Tiene la rodilla deshilachándose, hincada, renqueante. Vamos, hecha un cisco, que tu sacas la rodilla de Hinault a procesionar y le cantan saetas, porque es un ecce homo de rodilla. Cadencias bajísimas, incursiones en velódromos, una caída hace años. Y, sobre todo, esa forma suya de entender el ciclismo, de entender la existencia. Brutal, áspera, ruda. O tú, o yo. A veces... ambos. Cuando ganas y acabas por perder. Cuando sometes a tu cuerpo a voluntades que lo dejan lisiado (sí, lisiado) casi de por vida. Esa Vuelta, aquella Lieja. Eso es Hinault. El que cojea, el que no puede subir escaleras en el hotel si no lo ayuda alguien. Secreto, nadie debe saber. Igual lo logran, pero solo igual, porque un pelotón ciclista es como los pueblos chicos, y allí todos saben de todos. También saben, claro, quién encierra cólera como para quemarte la casa. Y, a ese... mejor ni mentarlo. Aunque parezca moribundo.

Vale... Salamanca.

Empieza el asunto movidito para Hinault. Porque quieren lincharlo, oigan. Sí, de camino al control de firmas. Una muchedumbre de entre cien mil personas (según los convocantes) y siete borrachos (según Delegación de Gobierno) intentan pegarle dos o tres hostias al bueno de Bernard (lo que, conociendo al bueno de Bernard, hubiese acabado en incidente diplomático, invasión napoleónica y gente escupiendo tortillas francesas en todos los bares al sur de Portalet). Sucede que el día antes estaba el bretón flamenco, y le pegó patadita (dice él) o agresión (contaba el padre) a un niño que le había palmeado la espalda. Parece poca cosa como para repartir leña, pero es que fue una palmada 'condescendiente', decía Le Blaireau, y Le Blaireau tiene orgullo como para susceptibilizarse a la mínima. Pero bueno, que sin sangre en el Tormes (nadie intentó robar uvas), y el pelotón arranca camino Ávila.

Por delante... todo.

Por delante... la etapa más mítica de siempre en la Vuelta.

Primer indicio... los Renault visten de negro. Ese maillot oscuro que sacan para ocasiones especiales. El de la Flecha Valona. Ese, ese mismo. Y, hombre... Laurent Fignon asusta, Cyrille Guimard asusta, Bernard Hinault aterroriza... pero es que Bernard Hinault vestido de negro es el Mariscal Ney en Eylau, es Verlaine hasta el culo de absenta, es Cantona jugando contra el Crystal Palace. Vestido así, Bernard Hinault enseña los dientes, con esa sonrisa suya a lo gato de Cheshire, y le mete miedo al miedo. Algo trama este, pudieron pensar los otros (pero es que era fácil, porque siempre andaba Le Blaireau en tramas).

Hinault, levantando el brazo de un jovencísimo Julián Gorospe en el podio. Libro Vuelta Ciclista a España 1935-1985

Así que... pistoletazo y bummmm... Kilómetro cincuenta, faltan casi doscientos para Ávila, e Hinault escarcea. Pero escarcea que da gusto, escarcea como para meter nervios. Ataquillo, un asomar el morrete, un mira, no descanses. Cuatro tíos, cinco minutos de tensión, lo cazan, sigue sonriendo, sigue sonriendo el paisano, sigue sonriendo Le Blaireau. Qué mal pinta, sí, para todos los que no son Le Blaireau cuando sonríe Le Blaireau...

El final llega cuando hoy casi andamos desperezando pantorrillas. Ochenta a meta, nada más salir de San Esteban del Valle. Hasta allí ha tirado Saronni (por aquello del apoyo entre arcoíris, y porque los francos andan muy bien de cotización), allí ataca el rubito de gafas, el insolente, el del pelo lacio y los aires de superioridad. Allí ataca Laurent, y luego hace lo propio su líder. En las rampas más duras de Serranillos, que es largo como una ceremonia de los Goya, sí, pero también bastante 'pedaleable'. Salvo ahí. Antes del puente, mil metros después. Nada horrible, pero es que ya son muchos días de Vuelta, y mucha trisca hoy, y mucha ambición de Bernard, y muchos nervios de Gorospe, y mucho canguelo de Marino, y muchas patas tiesas de quienes no son ellos. Con Hinault solo aguantan Lejarreta y Julián. Pero aguantan ahí, tras él, mirando esos gemelos que tiene, gemelos como para esculpir arcos del triunfo, todo el cuerpo en tensión, los músculos que se marcan como en un caballo a punto de salir (o en un depredador a punto de saltar). Dos curvas, tres, dónde acaba esto, cuándo termina el dolor, tres curvas, cuatro, y... Final para Julián Gorospe. Queda roto, haciendo eses por la carretera (estrechuca, asfalto rugoso, árboles aquí y allá) de Serranillos. Corona a dos minutos, llega hasta Ávila a casi veintiuno. Jamás volverá a ser un contendiente serio para nada que dure más de ocho días (por mucho que en el noventa algunos hicieran el gili pensando lo contrario).

Así que... Hinault solo, porque lleva a Marino, vale, Marino hasta le da dos o tres relevos, de acuerdo, pero Hinault va solo, igual que fue solo tras Orduña un lustro atrás, igual que terminó solo bajo la nieve entre Lieja y Bastoña, igual que mira solo a la vida, al futuro. Hinault solo, Hinault que caza a quienes iban delante, a los temporeros, a los rellenadores de estadísticas. Nulens, Bortolotto, Belda. Quedan casi tres horas de infierno. Quedan casi tres horas de dolores para Bernard, de escuchar cómo crujen los huesos de quienes no son él, de saberlos ahí, lejos, arrastrándose, penando por todo lo que hicieron penar, por todos los sudores que le desgajaron en esta puta Vuelta. Es mi día.

Someteos.

Nulens y Bortolotto lo hacen por Burgohondo, al final de un falso llano que pica. De qué sirve, sí, llorar detrás de este hombre. De qué sirve matarnos en silencio. Que se marche, que nos conquiste. Siguen para arriba (Puerto de Navalmoral, el de Vandenbroucke, el de estremecerse mirando al rubio), siempre el bretón tirando, siempre Marino tras él, siempre Belda el tercero. Belda que es pequeñuco, que parece entrar en el bolsillo de Hinault, que pedalea con piernas, brazos y dientes, que es todo esforzarse para salir en fotitas pidiendo marco. Ese Belda. Quedan veinte hasta Ávila, hasta el Velódromo de Ávila (ese velódromo que ya no es). Quedan veinte hasta Ávila, y todos saben lo que va a pasar. Viene el Galletas a cuatro, viene Pino a seis, va Recio a nueve, le caen ya veinte a Julián. Quedan veinte a Ávila, luego quince, luego cinco, luego entran los tres, y no hay sprint, no hay sprint porque Lejarreta no osa (aunque de nada hubiera servido) y Belda no se rinde (aunque de nada sirvió).

No hay sprint porque los dioses no sprintan... ganan.

Viste amarillo Hinault. Viste amarillo, y Lejarreta está cerquita, a minuto y poco, y Lejarreta ha subido más que Hinault durante dos semanas y pico, y Marino podría probarlo, sí, porque mañana suben dos veces Navacerrada por el sur, y entre medias Morcuera, y él no lo sabe (o igual sí, o quizá sí), pero Bernard no puede ni andar, Bernard solo dobla la rodilla mientras da pedales, Bernard luce dientes en el pódium y aparenta estar tranquilo, sí, pero en realidad siente que su pierna lo está traicionando, sabe que debería haber hecho otra cosa, quizá irse a casa, o desentenderse de la general, Hinault sabe, como sabe Cyrille, que ese julio no será su julio, y que, a lo mejor, no tiene ningún julio después, porque se está haciendo daño, se está haciendo mucho daño, está dando martillazos bien fuertes a sus herramientas del curro. Todo esto lo sabe Hinault, y a lo mejor lo sabe Marino, y podría atacar, sí, Marino mañana, mientras todos ruedan hasta las destilerías de DYC, que es el whisky más ciclístico que existe, pero no va a atacar Lejarreta, no, porque tiene miedo a Bernard (miedo a Bernard agarrando la bici, miedo a Bernard después, cuando toque cruzar mirares), y además está Fignon, y ya, todo terminado, Bernard Hinault ha ganado la carrera más complicada de su vida, ha vencido a rivales y dolores, ha demostrado que la agonía es solo un estado de la mente, y que la misma mente se puede desconectar mientras haces lo que te gusta.

(Y lo que te gusta es destrozar organismos ajenos).

Todo eso pasó, cuentan, entre Salamanca y Ávila.

Hace cuarenta años.

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