Mi vida con Delibes

No conocí a Miguel Delibes personalmente, aunque hablé con él un par de veces por teléfono cuando trabajé en el suplemento 'Culturas', de 'Diario 16'. Y tengo también un par de libros suyos dedicados, que debió enviarme a la redacción: 'He dicho' y 'Diario de un jubilado'. Pero puedo decir que Miguel Delibes forma parte de mi vida desde que yo era una niña. No debía de tener ni 10 años cuando leí 'La hoja roja' en el teleclub del pueblo, era el número 17 de aquella colección de color naranja de la Biblioteca Básica Salvat de RTV. Aquella biblioteca llegó al pueblo junto con una televisión en blanco y negro, justo a tiempo para que pudiéramos ver como un hombre caminaba sobre la Luna y dejaba una huella imborrable, como la iban a dejar aquellos libros. Y uno de los primeros, especialmente aquel de Delibes que tanto me hizo pensar en la vida y en la muerte, y tomar conciencia de que un día también habrían de acabarse para mí las hojas del librillo. Luego, en el colegio, leímos 'El camino' y siempre me sentí muy identificada con esa vida de Daniel el Mochuelo, tan cercana a la mía, niña rural trasplantada del campo a la ciudad. Leí luego casi todos los que publicó. Delibes forma parte de mi vida porque en muchos de esos libros suyos está escrita mi infancia y mi memoria, paisajes, vivencias de Castilla, palabras que he escuchado. Si mi padre hubiera sido escritor sería Miguel Delibes; si Miguel Delibes hubiera sido labrador podría haber sido mi padre. Se me superponen en su bicicleta cuando hacían muchos kilómetros para visitar a sus respectivas novias o sacando la picadura del cuarterón para liarse un cigarro. Cuando abro un libro de Delibes regresa toda mi memoria; cuando recorro esos parajes al norte de Castilla se respiran aquí sus libros, vienen sus personajes y sus paisajes, casi como si fueran uno y lo mismo.

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