Mis tres encuentros con Delibes
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Arcadio Pardo: «Un anochecer de agosto, andando yo por las inmediaciones del Monasterio de Prado, apareció Miguel frente a mí. Tras un momento de vacilación decidí respetar su caminar sin interrumpir su meditación»Arcadio Pardo
Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:45
Mi primer encuentro con Miguel Delibes fue en el verano o en el otoño de 1945. Manuel Alonso Alcalde, Luis López Anglada y yo, con Antonio Merino, habíamos publicado ya cinco números de la revista 'Halcón' ignorando la norma de que toda publicación periódica debía hacerse bajo el amparo oficial de un carnet de periodismo. Manuel y Luis le pidieron a Miguel que permitiese que su nombre figurase con los nuestros para tener una cobertura oficial y así se hizo a partir del número 6, en febrero de 1946.
Un día fuimos a Correos y en la zona de los buzones encontramos a Miguel, a quien yo no había visto nunca. Me queda la imagen de un joven alto y fuerte, en manga corta blanca diciéndonos algo como: «¿Cuándo me publicáis un cuento en 'Halcón'?», y nosotros justificando que 'Halcón' solo publicaba poesía. A distancia de muchos años, aquel ofrecimiento, casi súplica, resulta conmovedora en el gran escritor que ha sido después.
Mi segundo encuentro no ha sido personal y tuvo lugar por los años ochenta. La nombradía de Miguel ya se extendía por el mundo. Enseñaba yo entonces en el Lycée International de Saint Germain en Laye, donde alumnos españoles y franceses, bilingües, recibían una enseñanza especial. Un día una alumna francesa de unos 16 años me sorprendió hablándome espontáneamente de dos libros que le habían impresionado, 'El camino' y 'Las ratas'. Y recuerdo la insistencia de aquella alumna en decirme cuánto le había sorprendido el personaje de El Nini.
Mi tercer encuentro tiene para mí algo frustrante y reconfortante a la vez. Cuando yo publicaba mis libros, siempre mandaba un ejemplar a Miguel, que lo acogía con generosidad y me contestaba agradecido en breves palabras en una postal. Me propuse ir a verle a su casa durante mis estancias en Valladolid, o bien encontrarle espontáneamente en la calle. Pues bien, resultó que un anochecer de agosto, andando yo por las inmediaciones del Monasterio de Prado, apareció Miguel frente a mí. Tras un momento de vacilación decidí respetar su caminar sin interrumpir su meditación. Al cruzarnos nos miramos unos instantes nada más. Y ahora, ya él ausente definitivamente, doy en imaginar que al mirarme me reconoció y que siguió caminando con la imagen de un pasado nuestro recuperado.
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