Una sombra muy alargada
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J. J. Armas Marcelo: «Con Miguel Delibes nace un escritor para España, un escritor que no decaerá jamás en su vocación y que acompañará a los nombres de Camilo José Cela y Gonzalo Torrente Ballester como una tríada de oro»J. J. Armas Marcelo
Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:41
Las novelas de Miguel Delibes no son demasiado largas, pero son alargadas. Las ha alargado el tiempo sobre el que los títulos novelescos del escritor pasan sin ser rotos ni olvidados. Ni invisibles. Hay novelistas que son una moda, o se multiplican mientras viven por razones incluso literarias; hay escritores que se alargan y perduran en el tiempo, en la memoria de la gente y los lectores, como si estuvieran hechos de un material compacto que sobrevive a las pandemias del tiempo y a la proverbial falta de memoria del ser humano. Por eso digo que la sombra de Miguel es alargada, como un ciprés castellano que se extiende sobre la superficie de la tierra dibujando el recuerdo del escritor y sus obras.
Miguel Delibes era un gran novelista en todos los sentidos. En la época en la que Delibes salta al ruedo de la literatura española, todavía la sordidez del sistema franquista es su armadura característica: una mezquindad miserable y consuetudinaria convierte en gris la vida entera de España y consolida un miedo que nació a principios de la Guerra Civil Española y no terminó del todo hasta que murió el dictador gallego. Estoy hablando de los años cuarenta, una década que resultó tan negra para España que sus habitantes no eran ciudadanos, sino que se dividían simplemente en supervivientes y en resistentes. El superviviente lo es con todas sus consecuencias y trapacerías, con sus miserias y trucos feos; el resistente, con unos principios éticos y estéticos que se ven a simple vista y que caracterizan a ciertos héroes que glorifican nuestra especie. Ahí, en ese tiempo, nace Delibes a la literatura española: un resistente desde el primer instante de su aparición en el mustio escenario de la novela española de la época. 'La sombra del ciprés es alargada' se escribe desde 1945 y gana el entonces prestigioso Premio Nadal en 1947, para verse publicada en Destino, en Barcelona, al año siguiente, 1948. La lectura de la novela provoca entre los lectores españoles una sensación de alivio y sorpresa. La novela salta de la exigua tribu de escritores y críticos del momento a la conversación de la gente corriente, y se transforma en un episodio muy gratificante en la literatura española. Con Miguel Delibes nace un escritor para España, un escritor que no decaerá jamás en su vocación y que acompañará a los nombres de Camilo José Cela y Gonzalo Torrente Ballester como una tríada de oro, junto a Álvaro Cunqueiro y algunos otros nada desdeñables, pero menos rigurosos.
'La sombra del ciprés es alargada' y 'Cinco horas con Mario', publicada en 1966, consolidan el nombre de Delibes como el más riguroso, literariamente hablando, de los novelistas españoles de la época de la posguerra. 'Cinco horas con Mario' gozará también de una popularidad que sobrepasa el prestigio y reconocimiento de las tribus literarias españolas y de sus chamanes soberbios y académicos. Al igual que 'La sombra...' pasa a ser parte de la conversación de la gente en tiempos en los que comienza en España el llamado desarrollismo económico: se comienza a salir de la miseria económica, pero las miserias morales y éticas siguen abiertas entre vencedores y vencidos. Para colmo, años después y durante varias temporadas teatrales, la imponente interpretación de la gran actriz Lola Herrera en el papel inmenso de Carmen Sotillos sobre el escenario acaba de consagrar a un escritor, Miguel Delibes, instalados ya su nombre y su obra en la constante actualidad literaria española.
«Como en 'La sombra...', Delibes despliega en 'Cinco horas con Mario', en un monólogo que abarca todos los sentimientos del ser humano –desde el dolor más íntimo hasta la crueldad más exquisita– una prosa excelentísima de consumado escritor de novelas»
Juan Jesús Armas Marelo
Como en 'La sombra...', Delibes despliega en 'Cinco horas con Mario', en un monólogo que abarca todos los sentimientos del ser humano –desde el dolor más íntimo hasta la crueldad más exquisita– una prosa excelentísima de consumado escritor de novelas. Es 'Cinco horas...' una novela atrevida, en su forma y en su fondo, pero esos dos elementos están al servicio de otro elemento necesario en las mejores novelas de todos los tiempos: la verosimilitud. En esta novela ese mismo elemento es sobrecogedor y la pasión desplegada por el escritor y esparcida en los relatos que disponen la novela la hace todavía más exigente. La prosa de Delibes conoce aquí todos los procedimientos narrativos y cabalga sobre las páginas del relato con una aparente suavidad que contrasta con la dureza de lo que se cuenta: una muerte y un dolor lleno de recuerdos, alegrías pasadas y reproches ante el cadáver. Impresionante.
Leí esas dos novelas de Delibes antes de conocerlo personalmente en Las Palmas de Gran Canaria, sobre los primeros años setenta, adonde viajó para el matrimonio de uno de sus hijos o hijas, no recuerdo bien. Él sabía de mí porque yo le enviaba por correo a Valladolid, y puntualmente, los cuadernillos que Eugenio y yo editáramos en una pequeña editorial llamada Inventarios Provisionales, que terminó su primera etapa de manera fulminante: como editor principal, me llevaron a Consejo de Guerra en 1970, por haber publicado 'Número Trece', del poeta José Ángel Valente, en cuyo cuadernillo había un relato titulado 'El uniforme del general', juzgado vejatorio y ofensivo por el ejército franquista. Consejo de Guerra que me condenó a seis meses y un día de cárcel (pasé catorce meses en prisión domiciliaria) y se me privó de todos los derechos civiles, pasaporte incluido. 'Sic transit gloria mundi'. Todo eso había abierto la curiosidad intelectual y humana de Miguel Delibes, que quiso conocerme en una librería de la calle Constantino, en el centro de la ciudad en la que nací, propiedad de Pedro Schlueter Caballero y del poeta Caballero Millares. El encuentro fue crucial para mí en aquellos momentos. Hablamos durante horas y vi en Miguel un ser humano en el que la prudencia no estaba reñida con la independencia y valentía civiles. Su moderación y manera de hablar, tersa y aparentemente suave me pareció un ejercicio natural de un hombre bueno en todos los sentidos, en el machadiano modo y en todas las demás maneras: sincero, leal, sin doblez alguna, hombre que escuchaba, pensaba, fumaba y contestaba con las palabras exactas en cualquier conversación, sobre todo si ese diálogo lo era con un escritor entonces joven y bastante presuntuoso.
En 1981, leí 'Los santos inocentes' y quedé durante meses con un deslumbramiento literario de primera magnitud. Ahí estaba la prosa de nuevo de un gran novelista, atrevido y correcto, riguroso en la sintaxis, los giros viejos y nuevos del castellano viejo que había en el autor, en el relato de una historia conmovedora e indignante, la España rural más oscura, una novela que llevó al cine con un gran triunfo otro genio creativo en 1984, el director Mario Camus, que convirtió la novela de Delibes en una apoteosis popular. No era para menos y se prolonga, en sus sombras y en sus dolencias, hasta el mismo día en el que estoy escribiendo este homenaje de mi memoria.
En 1999, mi novela 'Así en La Habana como en el cielo' fue la primera finalista del Nacional de novela, en competencia terrible para mí con 'El hereje', relato de Delibes publicado el año anterior, como mi novela, donde a través de Cipriano Salcedo el novelista describe los usos, costumbres y disparates del Valladolid de la época de Carlos V. La novela de Delibes ganó el premio Nacional de Literatura de 1999 y los periodistas, sabedores de que mi novela había sido la finalista, me preguntaron qué cosa había hecho al momento siguiente de haberme enterado de la concesión del premio al gran novelista. «Cuadrarme y aplaudir», fue mi resolutiva contestación.
«Los periodistas, sabedores de que mi novela había sido la finalista, me preguntaron qué cosa había hecho al momento siguiente de haberme enterado de la concesión del premio al gran novelista. 'Cuadrarme y aplaudir', fue mi resolutiva contestación»
Juan Jesús Armas marcelo
Cuando se estaba fundando 'El País', en los años del tardofranquismo, Delibes fue requerido para que llevara la dirección de ese nuevo periódico. El novelista, también gran periodista, no quiso salir de Valladolid, su tierra prometida y encontrada, y derivó su consejo hacia el nombre de uno de sus más queridos amigos de toda su vida: Manuel Leguineche que, junto a Francisco Umbral, fueron dos bastiones de literatura, periodismo y amistad para Miguel Delibes, de cuya bondad –siempre del lado de los buenos– y sabiduría se nutrieron ambos. Fui gran amigo de los dos escritores citados y sé lo que estoy contando porque a mí me lo contó el propio Leguineche en una de las innumerables y largas tenidas vespertinas o nocturnas en las que, de cantina en bar, de barra en mesa, y de vino en vino, recorrimos las calles de Madrid durante años mejores que los que ahora corren, los ochenta del socialismo felipista, en los que España dio un salto histórico hacia adelante y nos integramos en Europa, en las libertades, en la democracia avanzada y en las libertades, a pesar de los pesares. Leguineche también desistió de la dirección de 'El País', y apareció entonces la figura del joven Cebrián, hijo de Vicente Cebrián y sobrino del director del 'Arriba' franquista.
Vi a Miguel muchas veces, y vine a Valladolid en las ocasiones en las que pude estar con él, hablando durante horas y devorando con atención cada uno de sus consejos y sugerencias. Para entonces ya era un sabio confirmado, hablaba con pausas y humos elegantes y, hombre cabal, sonreía con humanidad ante la debilidad de mis historias habladas que a él le divertían mucho.
Cuando la Real Academia Española, una vez fallecido, le rindió un merecido y gran homenaje yo fui uno de los invitados a asistir a ese acto. Un privilegio. Delante de mí estaban Jesús Polanco y Francisco Pérez González, gran personaje y persona, del que también fui muy buen amigo. «No es una coincidencia, es una sincronicidad», pensando en que Miguel pudo ser el primer director y fundador de 'El País'. Pero así es la historia y el sabio está ahí, viendo pasar el tiempo en la memoria de las gentes y en sus novelas, cuya sombra es más larga, mucho más larga que la de un ciprés.
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