El rostro de Delibes

Siempre he imaginado a Cipriano Salcedo con el rostro de Miguel Delibes. El protagonista de 'El hereje', su última novela, está grabado de forma indeleble en mi memoria por la doble hélice con que se manifiesta su bondad: en el trato familiar con los suyos, por un lado, y en sus acciones públicas, por otro. De una firme y callada honestidad, Salcedo procura hacer el bien sin preguntarse por qué ni para qué y es una de esas personas rectas que prefieren sufrir una injusticia antes que cometerla.

Y tanto los identifico que, al escribir lo de arriba, no sé si estoy hablando de Cipriano o de Miguel, de quien siempre he tenido la seguridad, generada por sus libros, de que no utilizó a nadie ni aspiró a medrar en terrenos que no eran los suyos.

Hay escritores de los que uno prefiere su mentalidad a su sintaxis –Pío Baroja–, y hay escritores de los que uno aprecia antes su sintaxis que su mentalidad –V. S. Naipaul–. Pero en Delibes se da esa difícil armonía en la que uno valora tanto al autor como la obra, la obra como al autor.

'El hereje' supuso para mí, además, un giro en mi fidelidad lectora hacia Delibes. Hasta entonces había leído su narrativa; desde entonces leo sus ensayos, sus libros de viaje, sus diarios de cazador. Como he sido algo ciclista, 'Mi querida bicicleta' me ha parecido el libro más hermoso escrito sobre este vehículo. Sigo reservando 'La primavera de Praga' para el momento en que visite esa ciudad. Y aunque no he sido cazador, siempre logran interesarme sus diarios de caza y campo.

En su bibliografía no hay ningún libro prescindible. Y en un hombre que escribió tanto, eso es decir mucho.

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