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Miguel Delibes de Castro. Ramón Gómez

Una relación armoniosa con el entorno

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Miguel Delibes de Castro: «Trabajar a diario con él aquel verano, aunque no siempre estuviéramos de acuerdo, verlo ilusionado y por momentos divertido mientras el libro iba creciendo, cuando por edad y salud raramente lo estaba, fue para mí conmovedor»

Miguel Delibes de Castro

Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:42

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Miguel Delibes dijo muchas veces que era un cazador que escribía, pero igualmente pudo decir que era un pescador, o un caminante amigo de la naturaleza, dedicado a escribir. Porque, en su caso, lo importante era vivir el campo, darse el gusto por unas horas, como escribió rememorando a Ortega y Gasset, de tornarse paleolítico. Paseando con los perros, conduciendo la «mano» de compañeros desde la cresta de la ladera, colocando hábilmente la cucharilla entre dos piedras del ribazo, o haciendo una paella al aire libre en Sedano, observaba el derredor, tomaba nota de los cambios y trataba de entenderlos. Así percibió, sin precisar oírlo de nadie, que cada vez había menos pájaros, que los ríos perdían agua, a la par que enfermaban las truchas y cangrejos, que los tratamientos fitosanitarios dañaban a las perdices… Eran los años sesenta y setenta del siglo pasado y Rodríguez de la Fuente empezaba a encandilarnos a todos, también a él, desde la televisión. En el acusado deterioro de la naturaleza que Félix anunciaba encontró una explicación, y se sintió obligado a advertir de ello a la sociedad. El éxito de sus novelas le había concedido una voz capaz de llegar adonde otras no lo hacían, y decidió utilizarla. Así que cuando lo escogieron miembro de la Real Academia Española tuvo claro desde el principio que debía hacer un alegato pro ambiental. ¿Cómo ligarlo con las letras? Encontró el camino en su propia obra literaria. Sin apenas saberlo, había defendido una relación armoniosa con el entorno desde que empezó a escribir. Entonces estudió, leyó a Rachel Carson y el informe al Club de Roma sobre los límites del crecimiento, entre muchas otras cosas, y escribió el discurso de ingreso –'El sentido del progreso desde mi obra'– al que familiarmente llamaba su tesina. Llamó mucho la atención, y con el tiempo le pedían reiteradamente que retomara el tema, una vez que la inquietud medioambiental iba ganando presencia social. Con igual reiteración, respondía: «Eso pedídselo a mi hijo, que es el que sabe». En la primavera de 2004 me propuso hacerlo juntos y nació 'La Tierra herida'. Trabajar a diario con él aquel verano, aunque no siempre estuviéramos de acuerdo, verlo ilusionado y por momentos divertido mientras el libro iba creciendo, cuando por edad y salud raramente lo estaba, fue para mí conmovedor, y sigue siendo hoy motivo de orgullo y un maravilloso recuerdo.

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