Luz natural

Nadie va a descubrirnos las capacidades de Miguel Delibes para crear un mundo que trasciende la realidad de la que surge, su compasión cervantina, el uso perfecto del lenguaje. Su obra está llena de novelas que lo demuestran. Lo interesante, piensa uno, es el camino por el que esa obra se fue construyendo a partir de 'La sombra del ciprés es alargada'. Su segunda novela, 'Aún es de día', podría hacer pensar que la primera fue un anuncio fallido, el principio y el fin de un escritor prometedor.

Encorsetado por la atención del Nadal, Delibes construye una novela pensando que debe construir una novela y en cómo se construye una novela. El resultado fue pobre y hubo que esperar a que el autor se liberase de la presión para encontrar su verdadera voz con 'El camino'. La impresión que uno tiene al seguir el rastro de sus libros es que cuando no se deja llevar por el flujo natural de su voz narrativa, cuando esa conexión tan sutil que une el mundo imaginario con el pulso del lenguaje se ve alterada por un presupuesto teórico, por algún artificio que viene de fuera –'El disputado voto del señor Cayo', por ejemplo–, el mundo de Delibes se desnaturaliza, se ensombrece y ni siquiera su enorme talento en la creación de personajes o en su sobrada capacidad lingüística son capaces de insuflar auténtica vida a la narración.

Ni la teoría ni la novela de tesis iban con él. La gran obra de Delibes, sus grandes creaciones –'Diario de un cazador', 'Los santos inocentes', 'Las ratas' y tantas otras– parecen la prolongación natural de una revelación, el rayo de luz que, llegado desde un astro lejano, avanza silencioso por el suelo de una habitación y acaba iluminándola con una calidez y unos matices que nunca podrá alcanzar la luz artificial.