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Antonio Colinas. Ramón Gómez

Miguel Delibes, en tres recuerdos

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Antonio Colinas: «¿Qué hubiera pensado y escrito hoy de este tiempo nuestro mucho más amenazado, deshumanizado, desacralizado y sin valores, del vacío rural, del que él, por sensible y adelantado, tanto y tan bien sabía?»

Antonio Colinas

Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:41

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Me refiero al Miguel Delibes que ha sido para mí esencial no por la magnitud e importancia de su obra en general, sino por el que, de una u otra forma, sentí y conocí en respetuosa cercanía, en admiración mutua. Reparar en este Delibes supone remitirme a 1975, al día en el que lo conocí, durante su ingreso en la Real Academia con un discurso titulado 'El sentido del progreso desde mi obra', luego editado como 'Un mundo que agoniza' (1979). Pude acudir aquella tarde de mayo gracias a una invitación que me proporcionó Vicente Aleixandre. A Delibes le contestó Julián Marías y de aquel acto salí con un tema muy vivo en mi cabeza: el de la preocupación del novelista por la naturaleza y el medio ambiente; un tema entonces solo para iniciados y líricos soñadores, pero que hoy todos los partidos llevan en sus programas y que es una preocupación común, pero con la que pocos se comprometen.

Pensar en el Delibes esencial supone para mí no recordar las que suelen ser consideradas como sus grandes obras, sobre todo sus novelas y en concreto una de madurez plena, 'El hereje', sino que, en este sentido, me decantaré hacia libros suyos por los que, como lector, y precisamente por la presencia de la naturaleza, he sentido de manera mas afectuosa y viva. Me refiero a libros como 'La tierra herida', 'Mi vida al aire libre', 'Mi querida bicicleta', el delicioso 'Mis amigas las truchas' o 'El tesoro'. En estos dos últimos libros entro además en sintonía con ellos por razones entrañables. Delibes recuerda en el primero sus días de pescador en los ríos leoneses y en el segundo creo que hace referencia al tesoro hallado en el castro prerromano de Arrabalde. Tanto en ese hallazgo como en la primera excavación en los campamentos romanos de Petavonium tuvo algo o mucho que ver mi admirado Germán, su hijo. Ambos lugares están en el Valle de Vidriales, donde pasé todos los veranos de mi infancia y mi adolescencia y donde ahora escribo estas palabras.

He recordado el primer día que vi a Delibes y recordaré el último. Acudí a su casa en Valladolid a llevarle mi último libro. Él lo entreabrió y me dijo algo que me repetía siempre, siempre que nos veíamos: «¡Ah, es un libro de poesía, pero usted tiene un libro que es el mejor de los suyos, el que se titula 'La llamada de los árboles!'». En este libro en el que yo me aproximo en prosa a 30 árboles con 30 ilustraciones, cifro yo ahora lo más entrañable de la amistad: el pleno amor a nuestra tierra, a la naturaleza, a la literatura fundida con ella, a la preocupación por el medio ambiente. Y me pregunto: ¿Qué hubiera pensado y escrito hoy Miguel Delibes de este tiempo nuestro mucho más amenazado, deshumanizado, desacralizado y sin valores, del vacío rural, del que él, por sensible y adelantado, tanto y tan bien sabía?

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