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José María Muñoz Quirós. Raúl Hernández

Mis Miguel Delibes

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José María Muñoz Quirós: «Fue para mí un regalo poder mirar cada rincón explicado por sus palabras que removían la lejana memoria de aquella novela que leí de nuevo, una vez más, renaciendo en mis sentidos la pétrea sensación de sus vidas y sus angustias»

José María Muñoz Quirós

Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:45

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La primera vez que leí 'La sombra del ciprés es alargada', avisado de los vínculos con mi ciudad de Ávila, me sorprendió la extraña belleza de la historia (sobre todo de la primera parte) y el ritual de los espacios que para mí, como abulense, eran tan familiares. Era yo casi adolescente. Me habían regalado la edición blanca de Destino, con la portada claramente alusiva a la ciudad. He vuelto muchas veces a sus páginas primeras y a los momentos más intensos de la amistad de Alfredo y Pedro, con Los Cuatro Postes al fondo, iluminados por la luna llena en la noche fría y nevada que siempre tenemos en nuestra memoria quienes hemos podido observar ese escenario casi mágico.

Era la primera novela de un escritor que iba a ir acompañándome toda la vida: lecturas obligatorias como alumno en el colegio, sobre todo 'Las ratas' y 'El camino', y más tarde, como profesor, comentarista de sus obras, demandando a mis alumnos las lecturas que yo leí cuando era como ellos. 'El camino' fue siempre su preferida, la que más encajaba con su mundo preadolescente que se llenaba de sugerencias, si bien para ellos, por su generación, ya lejanas.

Recuerdo cuando Juan Ramón Jiménez, hablando de Rubén Darío, retornaba hasta sus páginas los recuerdos que él denominó «mis Rubén Darío», es decir, las veces que se relacionó con el poeta nicaragüense y cómo fueron esas experiencias. Yo he intentado remontarme a las veces que tuve conocimiento personal con el escritor, desde la primera en el colegio mayor de San Bartolomé, en Salamanca, cuando era estudiante de Filología Hispánica en esa universidad y un amigo que estaba alojado en ese centro me informó que Miguel Delibes iba a dar una conferencia porque uno de sus hijos estaba viviendo en El Bartolo, como conocíamos todos el lugar. Acudí a escucharle y pude saludarle, con la inmensa timidez de un muchacho que tenía entonces 18 años.

Tendrá que pasar una década para que se produzca el momento de volver a encontrarle, esta vez en Ávila invitado por la UNED para inaugurar un curso de literatura. Me costó convencerle para que viniera a pronunciar la conferencia, pero al final, junto con su hija Elisa, vino a la ciudad de su primera novela, y recorrí con él los lugares donde la novela tiene lugar, los espacios que transitaron sus personajes cuando fueron pupilos en la casa de don Lesmes. Fue para mí un regalo poder mirar cada rincón explicado por sus palabras que removían la lejana memoria de aquella novela que leí de nuevo, una vez más, renaciendo en mis sentidos la pétrea sensación de sus vidas y sus angustias.

Volví a verle algunas veces más, en Valladolid, en la entrega del premio que llevaba su nombre. En una de esas ocasiones, yo había conseguido la primera edición de la novela y se la mostré para que me la dedicara. Lo hizo sorprendido. Guardo ese libro como una de mis preferencias de bibliófilo.

Cuando faltaba muy poco tiempo para que nos dejara, le visité en su casa para entrevistarle. La revista 'El Cobaya' le iba a dedicar un número monográfico y nos dejó unos hermosos y conmovedores recuerdos…

La primavera iba acercándonos su leve susurro de luz y de nostalgia.

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