Vanguardia, sátira y frenesí
Proyección especial ·
La película muda de Georgia, Mi abuela, que estuvo prohibida 38 años, sorprende por su modernidad formal, su irreverente descaro y la acidez de su crítica a la burocracia soviéticaEl homenaje al cine de Georgia ha permitido este año descubrir en la Seminci una pequeña joya muy poco conocida del cine mudo de vanguardia de la era soviética, la película Mi abuela (1929), de Kote Mikaberidze. Se trata de una obra de marcada influencia expresionista, lo que se percibe tanto en su iluminación como en sus angulaciones. Asimismo, mezcla un gran número de técnicas -incluidas las siluetas, la animación plana y el stop motion con marionetas- a través de una estructura narrativa de collage, muy libre y frenética, que resulta muy moderna, y puede sorprender incluso a los espectadores más avezados de la actualidad.
Es, además, una sátira que funciona como comedia -hay momentos con gran eficacia cómica- pero extremadamente ácida en su crítica política a la burocracia y la ineficacia de la administración. La abuela del título no es tal, sino un modo local de referirse a lo que en España sería buscarse un padrino, alguien con influencia suficiente como para abrir las puertas de un empleo. Tan poco complaciente y demoledora es la película del cineasta georgiano que las autoridades soviéticas tuvieron muy pocas dudas a la hora de prohibir su exhibición. Habría que esperar 38 años para que la singularísima obra de Kote Mikaberidze pudiera verse en la URSS y fuera, en los festivales internacionales.
Mi abuela es probablemente uno de los últimos ejemplos de ese oasis de libertad creativa surgida en el primer periodo pos revolucionario, que enseguida fue aplastado por el régimen comunista, decidido a encaminar el arte cinematográfico del país hacia un estilo menos formalista y 'degenerado' (por usar el término con el que los nazis rechazarían también este tipo de arte) que conduciría hacia el poco estimulante academicismo del realismo soviético.
Vista desde el presente, y conociendo lo que ocurrió, se aprecia con claridad la extraordinaria ingenuidad de Kote Mikaberidze, que está convencido de que su ácida crítica a la burocracia es una positiva contribución a la depuración del proceso revolucionario, y un trabajo al servicio del proletariado de la URSS. Resulta sorprendente que no fuera capaz de intuir que los burócratas que, con gran acidez satiriza, y a los que atribuye actitudes pequeño burguesas, eran los mismos que tenían en sus manos la posibilidad de concederle, o no, el permiso de exhibición. Y fueron los mismos que en el año 1957 sentenciaron el fin de su carrera cinematográfica con una condena a dos años de prisión por 'anticomunista', y por sus críticas a las autoridades cinematográficas. Entre medias, el cineasta georgiano -que no llegó a conocer la independencia de su país tras el colapso de la URSS, pues falleció en 1973- pudo realizar otras siete películas, en muy distintos estilos y formatos, pero ninguna tan atrevida como Mi abuela, ni remotamente. Entre ellas, por cierto, un documental, un filme de animación y una adaptación del poema épico georgiano del siglo XII 'El caballero en la piel de la pantera'. Una reciente publicación monográfica editada en su país que recupera su memoria constata que dejó sin realizar un gran número de proyectos, maniatado, precisamente, por la burocracia que, de forma visionaria, detectó y denunció.
Es fácil entender por qué las autoridades soviéticas se apresuraron a prohibir Mi abuela. El retrato que la película ofrece del funcionamiento del sistema soviético es terrible. Sólo un personaje, que encarna al proletariado indignado, puede ser considerado positivo. Todos los demás son un hatajo de vagos perezosos, incapaces de hacer nada útil, con personalidades mezquinas y serviles. No es sólo que la película fuera demasiado formalista, es que era demasiado negativa: no había nada que permitiera intuir la 'grandeza' de la revolución. En realidad, la obra fue capaz de identificar el que sería uno de los grandes males del régimen soviético, su preocupante tendencia a la ineficacia y el desarrollo creciente de una red burocrática que iría aplastando poco a poco cualquier resquicio de libertad.
Con todo, más allá de su denuncia, la película sorprende por su ritmo frenético y por ser una película de vanguardia divertida, lo que no es habitual. La historia cuenta la caída en desgracia de un mando intermedio de una empresa que se ve sumido en la desesperación de no encontrar un empleo del mismo nivel de ingresos. Para colmo, su mujer, que vive una vida frívola y despreocupada arremete contra él cuando ve peligrar su buena vida. La película la presenta con no menos acidez que a los burócratas: cuando ella hace su aparición en la vivienda familiar, cargada de bolsas de la compra, entra bailando charlestón frenéticamente, tan ajena al mundo exterior que tarda en percatarse de que su marido se ha colgado de una lámpara, aunque sigue vivo.
Nuestro hombre lo intenta todo para lograr un nuevo empleo directivo, pero infructuosamente. Hasta que se encuentra en la calle con un ejecutivo de traje y maleta que accede a darle el secreto del éxito: búscate una abuela, o sea una buena influencia, y sé insistente y descarado. El protagonista decide seguir el consejo literalmente y somete a un auténtico asedio al director de una empresa que, al fin, accede a darle una carta de recomendación que resulta no ser tan favorecedora como él esperaba. Por el camino la película despliega toda una exhibición de servilismo, egoísmo, falta de dignidad y desprecio absoluto por el trabajo que resulta demoledor. Pese a la coda final, hay poco margen para el optimismo en retrato tan negro. Un retrato en el que, salvando las distancias, tampoco es tan difícil reconocer algunos paralelismos con la Europa actual.