Con un auditorio lleno, la OSCyL se presentó ante su público, aunque no con su nuevo director titular. El concierto fue toda una novedad, formada por una conjunción de obras y autores atrapados en una época en la que la música estaba cambiando de modo radical.
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La viceconsejera de Cultura Mar Sancho abrió la cita con unas breves palabras de bienvenida a público y orquesta, tras lo cual, el director invitado Baldur Brönnimann, atacó los primeros compases de 'Blumine', pieza desconocida de Mahler, obra de juventud que iba a formar parte de su primera sinfonía y que finalmente, creo que acertadamente, descartó. La obra sirvió de pórtico para el 'Concierto para violín', de Korngold, compositor referente en la música de cine. Sus ricas orquestaciones surcaron con acierto las secuencias de héroes como Robin Hood, pero ocultaron a un autor de calidad contrastada, no suficientemente valorada.
El concierto, que ya fue un éxito en su estreno, fue interpretado por la violinista japonesa Midori, que mostró pronto sus virtudes; muy buena técnica, afinación sobresaliente y sensibilidad en los pasajes líricos. Solo echamos en falta que su sonido no tuviera el volumen suficiente para lucir estas virtudes. Fue muy aplaudida lo que propició una propina: el preludio de la 'Partita nº3', de Bach, en el que apreciamos en plenitud su articulación y su color, que tuvo en el 'Guarneri' un buen aliado.
La segunda parte nos deparó otra novedad: La suite 'La sirenita', de Zemlinsky. En ella descubrimos las cualidades de un autor de brillante inventiva que, sin embargo, su declarado eclecticismo no acabó de cuajar en una época en la que la música había dado la espalda al romanticismo. La obra destapó también el buen hacer de un director de probada experiencia que demostró una facilidad envidiable para concertar a una orquesta que ha comenzado la temporada con tan buenas sensaciones como nos dejó la pasada.
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