El quiebro onírico de los novelistas magiares
La lista de ofensas en un país ocupado por nazis y soviéticos era larga así que la literatura húngara creó meandros elusivos que no evitaron el castigo político
Lavarse las manos es hoy una norma profiláctica básica cuyo primer defensor científico fue el obstetra húngaro Ignaz Semmelweis. A mediados del XIX se interesó por la alta mortalidad entre las parturientas atendidas en el hospital que padecían fiebre puerperal, índice exiguo entre las que parían en casa o camino del centro médico. Llegó a la conclusión de que la falta de higiene determinaba la diferencia y escribió un tratado. El resto de colegas consideraron una ofensa la acusación de matar a pacientes por tener las manos sucias. Semmelweis murió en un psiquiátrico. Pasteur le redimió.
No tan fatal como el destino de médico, pero si trágico fue el de varios escritores magiares del siglo XX que tuvieron que lidiar con la incomprensión de sus compatriotas políticos. Hungría es un territorio transido por turcos y austríacos, eslabón entre los pueblos balcánicos y los germanos, tan disuelto en la variedad que Kodaly y Bartok fundaron la etnomusicología buscando las raíces de su folklore para diferenciarlo del gitano con el que se le identifica. Y a pesar de la mixtura y su riqueza, la ocupación nazi primero y la soviética después impusieron su uniforme en el que no cabían voces díscolas. Sándor Márai, el Zweig húngaro, ('El último encuentro', 'Divorcio en Buda', en Salamandra) fue soportado por los alemanes y silenciado por los comunistas, emigrando a EEUU, donde se suicidó en 1989. Agota Kristof (1935-2011) se estableció en Suiza con su familia y escribió su trilogía sobre los desastres de la guerra en la infancia de 'Claus y Lucas' (Libros del Asteroide). La crudeza tremendista de Kristof no necesita nombres propios, ni hitos en el mapa. Eligió como lengua literaria el francés y su niñez alimenta buena parte del libro.
Magda Szabó (Debrecen 1917-2007) tampoco abunda en la literalidad de las circunstancias políticas en sus novelas que, sin embargo, las reflejan. 'El corzo' (Minúscula) cuenta la vida de una actriz que al igual que la autora estudió Filología Latina y Húngara, porque era lo único que le permitía la autoridad académica. Eszter narra su vida en un largo soliloquio dirigido a un hombre. Primero en su pequeña ciudad, como hija de una familia otrora aristocrática reducida a un pequeño apartamento, con un padre enfermo y una madre que la mantiene con sus clases de piano. La pobreza, sobrellevarla y ocultársela a la gente, es un tema recurrente que marca a Eszter en la Universidad y siendo ya una diva del teatro. Su encuentro con una amiga de la niñez convertida en esposa del hombre más influyente del escenario nacional desatará sus obsesiones. En medio, el sitio de Budapest (al final de la II Guerra Mundial), la destrucción de barrios y del pasado que albergaron, las señales de un poder omnipresente que elige por todos. El corzo del título forma parte del quiebro onírico que la escritora introduce a modo de carretera secundaria en su narración. La novela fue publicada en Alemania gracias a Herman Hesse, amigo de Magda Szabó, lo que la convirtió en una disidente.
Placer inquietante
Péter Esterházy (1950-2016) lleva uno de los apellidos húngaros más distinguidos. Casi cuatro décadas de la vida de Haydn transcurrieron en su palacio. En 'Armonías celestiales' noveló la historia de su estirpe. Pero su obra transita por un camino más caprichoso que el de los hechos. Realismo aderezado con «ironía constructiva» y cierto regusto psicoanalítico es el que muestra en 'Los verbos auxiliares del corazón' (Alfaguara), una esquela con su anverso y su reverso, con la versión del hijo ante la madre muerta y la de la progenitora ante su vástago fallecido. Y a pie de página, comentarios aforísticos, enredadores: «No se puede decir jamás la verdad si se quiere existir porque solo la mentira hace avanzar las cosas en este país». Su narrador agradece los «esfrueduerzos».
Esterházy defendió la «literatura como un placer inquietante», frente a placeres plácidos como los famosos baños termales de su ciudad, Budapest.
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