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Martes, 5 de enero 2016, 13:30
A ser profesor, su sueño de la niñez, se ha entregado con ahínco José Ramón Alonso Peña (Valladolid, 1962). Pero su afán docente va más allá de las aulas. Catedrático de Biología en la Universidad de Salamanca, trabajó dos años en la Universidad de Frankfurt, y también en Estados Unidos en el Instituto Salk y en la Universidad de California. De su pasión divulgadora de la ciencia da cuenta en su blog jralonso.es, en el que vuelca sus conocimientos en su especialidad, la plasticidad neuronal, «es decir», se apresura a explicar «la capacidad del cerebro para responder de forma flexible ante daños producidos por lesiones, drogas, trastornos o enfermedades neurodegenerativas». Dirige el Laboratorio de Plasticidad Neuronal y Neurorreparación del Instituto de Neurociencias de Castilla y León y asegura que uno de sus cometidos como investigador es «buscar esos lectores que Borges llamaba un círculo invisible de amigos y continuar con ese compromiso personal por la ciencia, la cultura y la educación». Acaba de publicar Quién robó el cerebro de JFK. Tiempos bélicos y neurociencia, un título con el que la editorial palentina Cálamo inaugura la colección de divulgación científica Arca de Darwin. En esta obra Alonso hace un recorrido por avances científicos que han tenido un impulso decisivo por las crisis y la participación de los países más desarrollados en conflictos bélicos.
¿De dónde nace su pasión por divulgar la ciencia ?
Me gusta mucho escribir. Y me parece necesaria en estos momentos la divulgación científica, porque Carl Sagan decía que vivimos en una sociedad que depende de la tecnología y de la ciencia y, sin embargo, pocos son los que conocen estos temas, lo que le llevó a advertir de que eso es una receta segura para el desastre. Cuando ayer leí que alguien murió de cáncer, que había dejado el tratamiento para seguir una cosa que llaman bioneuroemoción que no sirve para nada..... O que fallezca un niño de difteria en España porque sus padres se han creído tonterías y no le han vacunado... Entonces creo que como científico tengo la responsabilidad de intentar que la gente se dé cuenta de que la ciencia forma parte de la cultura, que es algo esencial. Y dentro de mi ámbito, que es la neurociencia, es una forma de devolver un poco a la sociedad, ayudar a que la gente conozca más temas. Y al final hay también un ámbito de disfrute personal, me gusta mucho la historia, la política, me encanta el arte y todo eso se refleja en este libro mezclado con ciencia.
Hace un recorrido por momentos de la historia en los que se logran avances en circunstancias de guerras o catástrofes.
Son épocas donde hay saltos hacia adelante, aunque sean momentos de tragedia en la historia de las naciones, de necesidad..., la presión y la concentración de recursos ha hecho que avancemos muchísimo en esos tiempos de conflicto. En un capítulo cuento cómo en la II Guera Mundial los pilotos ingleses que tienen un radar y consiguen derribar a los aviones alemanes que bombardean Londres les engañan a través del servicio secreto atribuyendo sus éxitos al alto consumo de zanahorias de sus pilotos, y evitando así que el enemigo sepa que tiene un nuevo desarrollo tecnológico. Cuando investigo y encuentro episodios así, me apasiono con lo que estoy leyendo y relacionando.
¿Qué lleva a que esos avances hallan necesitado una guerra?
Las épocas de guerra han sido desgraciadamente fructíferas para el impulso de la ciencia, con momentos de enorme crisis donde el futuro de la sociedad, del país, está en riesgo, lo que lleva a poner los recursos materiales y humanos al servicio de ese fin triste que es la victoria bélica. En todos los ejemplos encontraba esa conexión entre ciencia e historia y quería que fuesen enormemente variados. El primero empieza con la batalla de Maratón entre griegos y persas y llega hasta la Guerra Fría, es un barrido de épocas.
¿Por qué eligió el misterio que rodea al asesinato de Kennedy para dar título al libro?
A John Fitzgerald Kennedy le conoce todo el mundo, y me llamaba la atención su historia. En el libro comento el asesinato, la personalidad de JFK, un héroe de guerra, condecorado, con todo un mundo alrededor que se derrumba en esos momentos del siglo XX. Todo en torno a su asesinato fue muy dramático: le montan en un avión, con el cadáver todavía caliente, en Texas donde le han matado, la ley dice que le tienen que hacer allí la autopsia, pero el servicio secreto saca las pistolas y se lleva el cadáver en el Air Force One, donde está su mujer Jacqueline, que llega a la jura del vicepresidente con el vestido ensangrentado con manchas de su marido. Y la autopsia es esencial, porque ya desde el primer momento hay cosas que se contradicen y dan pie a distintas teorías.
¿Por qué no ha sido posible en condiciones de paz el progreso científico logrado con guerras?
En la guerra se impone un espíritu general de sacrificio, todo se orienta al esfuerzo bélico, hay que concentrar recursos y todo se supedita a ganar volcando todos esos recursos en conseguir la superioridad tecnológica. Lo más importante es tener un avión que vuele más rápido o una espada más dura y que no se rompa. La consecuencia final es una concentración de recursos fruto de una dirección muy jerárquica y marcada. El proyecto Manhattan para crear la bomba atómica juntó a siete mil científicos de primer nivel, entre ellos a diez premios Nobel, y una cantidad de dinero ingente. Todo se aceleró cuando a los estadounidenses les dicen que es posible que los alemanes lo consigan antes y, por tanto, tienen que anticiparse. Esa mezcla de circunstancias posibilita el salto hacia adelante.
¿Cómo ha sido la relación de España con la ciencia?
Va muy unida al nivel del país. Cuando España era una potencia mundial teníamos una ciencia de primer nivel, y cuando entra en decadencia el conocimiento se contrae. En el siglo XX se produce una recuperación porque hubo personas que hicieron que eso fuera posible. Yo, que soy cajaliano, siempre digo que tuvimos la suerte de tener a alguien como Ramón y Cajal, que no quiso ser ministro las dos veces que se lo ofrecieron y aceptó la presidencia de la Junta de Ampliación de Estudios, que consiguió dar un salto hacia adelante mandando a los mejores jóvenes a estudiar al extranjero, crear revistas, bibliotecas... Y la figura que cooordina ese esfuerzo es Cajal. España ha tenido un revivir a partir de la Constitución del 78 como país que sale al exterior, de modo que nuestra ciencia también empieza a mejorar y a ser tomada en serio. El desarrollo democrático de España va unido a un progreso científico muy marcado.
Desde su época de estudiante siente un aprecio especial por la cultura alemana.
Primero, porque me trataron maravillosamente y me enseñaron y apoyaron en lo que ha sido mi vida. Sin entrar en tópicos, es un país que piensa las cosas, que toma las decisiones muy meditadas. Me impresiona lo mucho que Alemania confía en sus universitarios, profesores y científicos. Y aquí, en España, algún compañero comenta a veces que se nos ve como sospechosos, como que tienes que demostrar cosas continuamente. Veo lo prácticos que son en muchos aspectos. El respeto al conocimiento en Alemania lo viven intensamente. La presidenta Angela Merkel es doctora en Física. Aquí creo que jamás hemos tenido un presidente doctor con una tesis.
¿Por qué en España se hace menos divulgación científica que en otros países?
Los investigadores teníamos cierto pudor ante la divulgación, coo si solo fuera importante publicar en inglés y en revistas de alto impacto. Parecía algo que no era relevante, como si fueras un diletante. De hecho, aún no se valora cuando ese enfoque de dar a conocer la ciencia es algo fundamental en EE UU, Alemania o Reino Unido. Son países que han conseguido que la gente siga a sus científicos y pregunte qué hacen. Es un camino que aquí en España tenemos que recorrer.
Ha desarrollado tareas de gestión en el Rectorado de la Universidad de Salamanca y en la Dirección de Políticas Culturales de la Junta de Castilla y León la pasada legislatura. ¿Qué es lo que más le ha sorprendido de ambos entornos?
De la Universidad me gusta que compites con los mejores del mundo, mi laboratorio pugna con uno que está en California, Tokio o Berlín. Y es un ámbito de competencia pero enormemente generoso. El otro día necesitaban un reactivo y escribí a un investigador en Londres y, pese a ser alguien con quien compito, me contestó en una hora por correo electrónico que me lo enviaba gratis. Es una mezcla de gente brillante y competencia sana. Y en el ámbito de la Junta, me quedo con la alegría de trabajar por mi tierra. He vivido el trato con gente de pequeños pueblos, con directores de biblioteca, personas que tenían que intentar con pocos medios poner cosas en marcha... En ambos sitios he sido feliz y he estado orgulloso de lo que he hecho.
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