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La cantera de oro: cómo se forman las futuras estrellas de la Roja femenina
Las jugadoras que hoy brillan con España no llegaron por azar. Detrás hay años de formación, estructuras que ya saben hacer las cosas bien y un país que empieza a creer en el fútbol femenino como un proyecto de futuro.
Durante años, el primer reto de muchas futbolistas fue simplemente jugar. Había que pedir permiso, justificar la pasión, encajar en un mundo que no estaba preparado para ellas. Hoy, esa realidad ha empezado a cambiar. Aunque no del todo, sí lo suficiente como para que niñas de ocho o nueve años ya entrenen con un balón en los pies sin tener que dar explicaciones. Y no solo juegan: compiten, aprenden, sueñan.
Los clubes de base han vivido una transformación decisiva. Muchos de ellos, empujados por la demanda social y la evidencia de que el talento femenino estaba ahí, han invertido en entrenadoras tituladas, metodologías adaptadas y horarios propios para las chicas. Eso ha generado algo nuevo: confianza. En ellas y en quienes las forman. Porque para que una jugadora crezca con seguridad no basta con dejarla jugar: hay que acompañarla, exigirle y protegerla.
Hoy, muchas de las internacionales que disputan esta Eurocopa 2025 —desde jugadoras consagradas como Salma Paralluelo hasta promesas como Dana Ibáñez o Lucía Corrales— comenzaron en campos municipales o en equipos mixtos donde su calidad llamaba la atención incluso entre chicos. Pero lo que antes era una excepción, hoy ya es una corriente sólida.
El engranaje que ha empezado a funcionar: federaciones, clubes y programas formativos
El salto cualitativo llegó cuando las estructuras empezaron a alinearse. Las federaciones territoriales han creado ligas regulares, bien organizadas, desde categorías alevines, y han dejado atrás el formato improvisado que durante años limitó la proyección de las jóvenes. Al mismo tiempo, los clubes profesionales integraron definitivamente sus secciones femeninas en la estructura global: mismas instalaciones, acceso a preparadores físicos, nutricionistas y técnicos especializados.
En paralelo, proyectos de tecnificación impulsados por la RFEF y entidades autonómicas han servido como puente entre la base y el alto rendimiento. En estos centros se detecta talento, se pule lo que ya brilla y se prepara el salto a las categorías inferiores de la selección. No se trata solo de mejorar la técnica: se trabaja la lectura de juego, la toma de decisiones, la capacidad de adaptación táctica y la mentalidad competitiva.
Ejemplos como el Barça, con su modelo formativo en La Masia, o el Athletic Club, que ha convertido Lezama en una fábrica constante de jugadoras con sello propio, marcan el camino. Pero también hay pequeñas escuelas en Galicia, Andalucía o el País Vasco que están formando jugadoras con un rigor que antes no existía. Y eso se nota.
Un relevo generacional preparado para competir desde el primer día
La Eurocopa ha confirmado lo que ya se intuía: la nueva generación no viene a mirar, sino a ganar. Muchas de las jugadoras más jóvenes de la selección han pasado por todas las categorías inferiores: sub-16, sub-17, sub-19… llegando incluso a levantar campeonatos mundiales o europeos antes de debutar con la absoluta.
Eso significa que llegan con experiencia internacional, con un modelo de juego interiorizado y con una exigencia asumida desde la adolescencia. Jugadoras como Sara Ortega, Jana Fernández o Judit Pujols representan a una generación que combina formación técnica con fortaleza física, visión colectiva y una naturalidad pasmosa para competir al máximo nivel. No sienten vértigo porque llevan años preparándose para esto.
Y no están solas. La selección ha apostado por una estructura de acompañamiento que ayuda en la transición: entrenamientos conjuntos con la absoluta, tutoras técnicas, asesoramiento psicológico. Todo suma en un proceso que antes se improvisaba y que hoy es parte de un plan.
Mucho más que fútbol: identidad, referentes y cultura
Pero quizá lo más valioso de esta cantera no es lo que produce en el campo, sino fuera de él. Cada generación que llega bien formada no solo mejora la selección: mejora el ecosistema. Las jugadoras jóvenes son, a su vez, entrenadoras en sus barrios, mentoras en campus de verano, figuras visibles en medios, redes y centros escolares.
Esa visibilidad genera un efecto cadena. Las niñas ya no sueñan solo con ser Alexia Putellas o Aitana Bonmatí: ahora quieren parecerse a Vicky López, a Cristina Librán o a la delantera de su equipo local. Eso crea cultura. Y sin cultura, no hay estructura que aguante.
Por eso el impacto real de esta cantera se mide en los márgenes: en los pueblos donde por fin se abren equipos femeninos, en las familias que acompañan cada partido sin prejuicios, en las federaciones que invierten sin miedo y en las entrenadoras que hoy encuentran trabajo donde antes solo había voluntariado.
España ha aprendido una lección esencial: el futuro se construye desde abajo. Y hoy, ese futuro tiene nombre, apellidos, una camiseta roja… y una formación que empieza a marcar la diferencia. La nueva cantera no es solo una promesa: es una garantía de que el éxito no será efímero. Porque mientras una niña tenga una pelota en los pies y un espacio digno donde crecer, el camino hacia la élite seguirá abierto.