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Alfonso Aparicio Mesones en una imagen cedida por su familia. El Norte
Coronavirus en Palencia: «Es como que tu padre desaparece... Y ya está

«Es como que tu padre desaparece... Y ya está»

La familia del palentino Alfonso Aparicio, fallecido en Torrevieja, llora desde hace más de un mes su muerte sin haber podido asistir a su incineración ni a recoger sus cenizas

J. A. Pardal

Valladolid

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Domingo, 10 de mayo 2020, 09:34

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«Indignada», así se muestra Sandra Aparicio cuando repasa con tristeza y especial clarividencia la sucesión de acontecimientos que derivó en el fallecimiento de su padre el pasado 2 de abril, víctima de una covid-19 a la que sucumbió tras seis días ingresado en la UCI del hospital de Torrevieja.

Alfonso Aparicio Mesones nació hace 67 años en la localidad palentina de Pomar de Valdivia, que en su época de chaval superaba los dos mil habitantes pero que ha visto drásticamente reducida su población en las últimas décadas hasta rebasar por la mínima los 400 en 2019. Allí, a poco más de diez kilómetros de Aguilar de Campoo, empieza la historia de Fonso Mari, como se le conocía cariñosamente en un pueblo con el que siempre mantuvo el contacto pese a que de muy joven se trasladó a Madrid para encarar sus estudios de Psicología. «Allí vivió el resto de su vida», relata su hija, que describe que en la capital conoció a la mujer con la que traería al mundo a Sandra y a Ruth y «montaron una empresa».

«Disfrutaba mucho de la vida», rememora, a la vez que sitúa el goce de la naturaleza y el fútbol como las dos grandes pasiones de su progenitor, hincha del Real Madrid. Pero, incide, si algo le definió fue su capacidad para hacer amistades de las de verdad. «Era muy sociable, tenía muchos y buenos amigos y le encantaba charlar con la gente y aprender de todos», asegura, detallando que su padre poseía una «mente abierta». «Era tremendamente tolerante y respetuoso», añade.

Disfrutaba Alfonso Aparicio de los placeres de la vida de jubilado, dos años después de haber dejado de trabajar tras toda una vida entregado a su labor. Su último viaje, con la mujer con la que había rehecho su vida después de enviudar hace doce años, fue con el Imserso, en una excursión que arrancó el 5 de marzo y en la que su hija está «convencida» de que cruzó sus caminos con el coronavirus.

Él aún no sabía que, probablemente, su organismo ya estaba infectado por un agente que hasta la fecha ha llegado ya a más de 220.000 españoles y a cuatro millones de personas de todo el mundo y que con el paso de los días se fue haciendo fuerte dentro de un cuerpo que estaba en perfecto estado de revista, sin patologías previas.

La finalización del que a la postre sería un fatídico viaje coincidió en el tiempo con el gigantesco repunte de casos que vivió Madrid y la declaración del estado de alarma por parte del Gobierno en boca de Pedro Sánchez, el pasado 14 de marzo, y Alfonso y su pareja decidieron, «por miedo a la situación que se estaba generando», no regresar a su residencia habitual y quedarse «provisionalmente» en Torrevieja para capear el temporal desde una casa de su propiedad ubicada en la turística localidad alicantina.

Pronto empezó a sentir que algo no iba bien, en «una época en la que te decían que si no sentías ahogo y falta de aire, te quedaras en casa», describe Sandra, que lamenta que el empeoramiento de su padre coincidió con «el pico de casos», lo que a buen seguro influyó determinantemente en los protocolos que se le aplicaron a Alfonso, que incluso llegó a acudir al hospital con diarrea pero allí «lo achacaron a otra cosa» y le mandaron de vuelta a casa, algo que genera «rabia e impotencia» a los suyos porque «a día de hoy se sabe que son síntomas que constituían una alarma clara». Se da la circunstancia de que sus dos hijas tienen amplios conocimientos sanitarios ya que Sandra es veterinaria y su hermana Ruth, médica.

Su estado se agravaba poco a poco y apareció la fiebre pero, pese a ello, la atención sanitaria telefónica le animó a aguardar en casa mientras observaba su evolución. La alarma definitiva saltó en la familia cuando en una conversación Ruth detectó que le costaba respirar (aunque él no estaba seguro) y le animó a llamar al 112. «Si llegamos a hacer caso al teléfono, mi padre se muere en casa», asegura Sandra que relata que terminó yendo por su propio pie hasta el centro y a las dos horas estaba ya en la UCI «porque tuvo suerte y en ese momento había una cama libre para él».

Para entonces ya estaba muy grave ya que, como repasa su sucesora, «llegó saturando muy bajo y ahora, interpretando las cosas, tiene sentido que esto pudiera cursar con una neumonía silenciosa». Alfonso ingresó el día 27 marzo y seis días después falleció sin haber podido ponerse en contacto con su familia, que recibía información una vez cada 24 horas sobre cómo iba cambiando su salud.

Pero, el calvario para sus más allegados no había hecho más que empezar ya que, tras el deceso, la primera notificación que recibieron fue la de que la funeraria se encargaría de todo y «al día siguiente ya estaba incinerado». «No solo no pudimos asistir nosotras, que estamos en Málaga y en Madrid, sino tampoco su pareja, que estaba allí en Torrevieja», se lamenta Sandra, que anuncia que es algo que analizarán «con la ley en la mano», conscientes de que «en otros muchos sitios sí que han podido estar presentes dos personas». «Tampoco hemos podido recoger las cenizas porque no nos lo autorizan hasta que se levante el estado de alarma. Así que, es como que tu padre desaparece... Y ya está», se lamenta con la voz entrecortada por la emoción.

Y en este punto se formula muchas cuestiones mientras asegura estar enojada «no por el virus, porque estas cosas surgen, si no porque la gestión ha sido nefasta». «No puede ser que ya haya un aviso claro de la OMS, que los sanitarios ya pensáramos que esto pintaba feo desde el principio de marzo y que no se tome una medida drástica hasta el día 14». «El virus habría llegado, pero su evolución hubiera sido otra; lo tengo claro como persona inteligente que piensa y como veterinaria», relata en un mar de sensaciones que extiende hasta la polémica por el número de test que se han llevado a cabo en España o a su convencimiento de que médicos, como su hermana, están trabajando «con medidas de protección lamentables».

La pelea de las hijas de Alfonso no ha terminado. Su memoria les empuja a luchar contra lo que han vivido. «Alguien tendrá que asumir responsabilidades cuando todo esto termine», pronostican.

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