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Castilla y León respira el largo y ansiado final de dos años de pandemia

Castilla y León respira el largo y ansiado final de dos años de pandemia

Ahora se sabe lo que en octubre de 2019 se desconocía. Que un virus estaba a punto de desequilibrar nuestras vidas. Que no estábamos preparados para una pandemia. Y que eso nos costaría 11.640 muertos en la comunidad y nos devolvería la fe en la ciencia

Antonio G. Encinas

Valladolid

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Domingo, 17 de octubre 2021

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'La Peste', Albert Camus

«¿Qué quiere decir la peste? Es la vida y nada más»

La vida, como evolución continua, no repara en biografías o rutinas cotidianas. Se ejecuta en segundo plano, lenta, casi imperceptible, hasta que emerge. Para cuando China decretó, el 23 de enero de 2020, el confinamiento de Wuhan, hacía ya varios meses que un coronavirus había encontrado la manera de transmitirse de animales a humanos. Un estudio coordinado por Jonathan Pekar en la revista 'Science' reconstruyó el árbol genealógico de aquella variante y cree que los primeros casos de contagio en personas se dieron a mediados de octubre de 2019.

Tal día como hoy, quizá.

Hace dos años.

Puede que ese día la zamorana Sara Bravo, 28 años, médico vocacional desde que jugaba a cuidar a su hermano con parálisis cerebral, tuviera guardia en el centro de salud de Mota del Cuervo, en Cuenca. Quizá nunca pensó en convertirse en símbolo. Li Wenliang, de 34 años, también médico, seguramente tampoco.

Puede, incluso, que fuera ese día de octubre en que el Global Health Security Index publicó un informe sobre qué países estarían mejor preparados en caso de pandemia. Estados Unidos y Reino Unido lideraban la clasificación.

España era el 15º. Y por entonces se avecinaba una campaña electoral que desembocaría en el 10N, la tercera en un año. PP y Ciudadanos celebraban los cien días de su «matrimonio de conveniencia» político en Castilla y León «tensionados» por la sanidad rural. Lorenzo Hernández, médico en Aliste, contaba algo que hoy vuelve a repetirse: «Los médicos jóvenes se van a Portugal porque allí cobran más sin hacer guardias. Salen a Inglaterra. No vienen a los pueblos. La jubilación de médicos sin que haya reemplazo es muy alta y lo peor está por llegar. Esto es algo que se arrastra ya desde hace mucho tiempo sin que se haya hecho nada por remediarlo». Y Geno, paciente de uno de los pueblos de la comarca zamorana, invitaba «a los que han ideado todo esto» del Plan Aliste «a que hagan el piloto con sus padres, a ver qué les parece».

Cuando la vida aleteó en Wuhan, a 9.800 kilómetros de distancia, nada en Castilla y León pareció moverse.

Italia confinó su territorio y dos días después, el 11 de marzo de 2019, la Junta cerró las aulas de Miranda: era el primer gran brote

Y sin embargo era algo dramáticamente previsto por la comunidad científica. En 2015, Carl Zimmer describía en 'Un planeta de virus' cómo aparecieron el SARS y el MERS, síndromes respiratorios propagados desde el mundo animal a los humanos. El SARS (2002) brotó de los murciélagos, reservorios naturales de virus. Para cuando se controló, había infectado a ocho mil personas y matado a novecientas. «El surgimiento del SARS puede considerarse una bala que se esquivó», escribía Zimmer. El MERS (2012) pudo originarse en los camellos, y con una variante que resulta más dañina, parece ser, en personas inmunodeprimidas. Quedó acotado a Arabia Saudí –de ahí lo de Síndrome Respiratorio de Oriente Medio–, donde se contabilizaron 1.026 infectados y 376 fallecidos.

UCI del Hospital Clínico de Valladolid.
UCI del Hospital Clínico de Valladolid. Sandra Santos

«La siguiente plaga puede llegar cuando otro virus que anide en un animal salvaje salte a nuestra especie», decía Zimmer. Y añadía: «Estaríamos mejor preparados contra estas emergencias si no nos cogieran siempre por sorpresa».

En aquel último octubre tranquilo, las UCI de los hospitales de Castilla y León disponían de 166 camas. En las residencias de mayores y centros de personas con discapacidad vivían 47.530 personas. La Consejería de Familia preparaba un proyecto de ley para estas empresas –solo 8.000 plazas son públicas o concertadas– que, según los más críticos, beneficiaba «los intereses del sector privado residencial al bajar las exigencias de personal y de funcionamiento» y delegar las tareas sanitarias en la Consejería de Sanidad. La comunidad tenía, según el Instituto Nacional de Estadística, 2.402.730 habitantes. Había 937.146 afiliados a la Seguridad Social.

En un suspiro, Castilla y León contabilizaba 321 ERE. A los quince días eran 27.009 y afectaban a 151.501 trabajadores

En 2019 fallecieron 28.719 personas por todas las causas.

Un año después fueron 36.177. Un 31,8% por encima de la media del sigloXXI.

Los primeros positivos detectados en la región, un ingeniero iraní que se encontraba en el Parque Tecnológico de Boecillo por asuntos de trabajo en Cidaut y un estudiante italiano radicado en Segovia, se conocieron el 27 de febrero.

Unos 135 días después, más o menos, de la fecha en que los científicos sitúan aquel 'caso 0' en China. A los 59 días de que Li Wenliang enviara un mensaje a sus colegas por WeChat para alertarles de un nuevo virus. Con un tabú añadido entre paréntesis: «SARS». A los 56 días de que las autoridades chinas obligaran al doctor a escribir una confesión, acusado de propagar infundios por las redes, antes de volver a su trabajo en un hospital de Wuhan. 43 días más tarde desde que la Organización Mundial de la Salud comunicó el primer contagiado fuera de China, un ciudadano tailandés. 38 días después de que el epidemiólogo Zhong Nanshan explicara que, contra lo que se había dicho hasta entonces, el virus sí era capaz de contagiarse de persona a persona. 35 días más tarde de que se confinara Wuhan, una ciudad de 11 millones de habitantes.

21 días después de que Li Wenliang falleciera, a los 34 años, víctima del Sars-Cov-2.

30 días antes de que muriera Sara Bravo.

Vídeo. El largo y ansiado final de la pandemia asoma después de dos años que han dejado 11.640 muertos en la región. Rodrigo Ucero

'Diario de Wuhan', Fang Fang

«Dios mío, ¿no habían dicho que no se transmite entre personas?»

La progresión del aleteo cobró aspecto de amenaza velada, casi camuflada. La opacidad china provocó una reacción tardía en el propio país y, en tiempos globalizados, supuso que se iniciara una dispersión en aceleración constante, casi geométrica. A partir de esos primeros casos detectados en Castilla y León, comenzó el vértigo. La ola arrasaba en su trayectoria desde China, con un patrón que se repetía cruelmente. Primero, la incredulidad. Cuando llegó a Italia, el periodista Lorenzo Milá se convertía en tendencia tuitera diciendo que «los médicos no se cansan de repetir que es una especie de gripe. […] La mayor parte de los infectados se están recuperando en su casa. Menos de la mitad están hospitalizados y solo unos 25 están en la UCI. […] Parece que se extiende más el alarmismo que los datos», contaba. En realidad, el corresponsal de TVE reflejaba lo que se sabía entonces del Sars-Cov-2, que era prácticamente nada. Y confiaba, como casi todos, en que fuera otra vez una falsa alarma como las del SARS en 2002, el MERS en 2012, el ébola en 2014.

El siguiente paso en la llegada de la ola pandémica era el trompazo de realidad. No habían pasado dos semanas desde el mensaje del periodista español cuando Italia confinó todo su territorio. Era el 9 de marzo de 2020. Dos días después, la Junta de Castilla y León cerraba aulas en Miranda de Ebro, foco del primer gran brote en la comunidad. La escalada de casos desde ese 27 de febrero empezaba a desmadrarse. En la primera semana de marzo eran menos de 40. A las dos semanas, 169. A la tercera, 1.147. Luego, 4.132…

«Aquí hay demasiada gente», dijo el periodista Rubén Negro, del gabinete de Francisco Igea, el 12 de marzo, día en que Alfonso Fernández Mañueco pidió, en una abarrotada Sala de Mapas del Colegio de la Asunción, que el Gobierno actuara con firmeza. Ni una mascarilla. Nada de distancia de seguridad. Nada de ventanas abiertas.

Es lo que se sabía de aquel virus: nada.

'Lo viral', Jorge Carrión

«¿Es posible que, si el siglo XX empezó en el Sarajevo de 1914, el siglo XXI comenzara anteayer en Wuhan?»

Lo ocurrido desde ese momento hasta ahora es historia de la ciencia. Una muestra en directo y a cámara rápida del funcionamiento del procedimiento científico.

Incluidos los errores, claro.

Como considerar que la transmisión se producía por gotículas y no por aerosoles, error que fue clave en la propagación del virus. En abril de 2020, el Instituto de Salud Carlos III explicaba que se contagiaba «a través de las secreciones de personas infectadas, principalmente por contacto directo con gotas respiratorias de más de 5 micras producidas al toser o estornudar». Entonces ya había investigadores, como el español José Luis Jiménez (Universidad de Colorado) que alertaron de que se transmitía también «como el humo», por aerosoles. Mientras se insistía en el gel hidroalcohólico y en fumigar calles, esta vía de contagio se dejó en segundo término demasiado tiempo. Un año más tarde las evidencias resultaron abrumadoras.

En el subeybaja dramático de la primera ola, en los 99 días desde que se decretó el estado de alarma, la región sumó 3.772 muertes

También fue un error no recomendar el uso de mascarillas, en parte porque no había material disponible en un mundo occidental que había externalizado su supervivencia sin ser consciente de ello. «Sabemos que pueden ayudar a proteger a los sanitarios, pero son escasas a nivel mundial. Nos preocupa que el uso masivo de mascarillas por parte de la población general pueda agravar la escasez para las personas que más las necesitan», admitió el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, a principios de abril, cuando España sopesaba si ampliar su uso a toda la ciudadanía.

En ese contexto de desconocimiento y contradicción llegó la única medida plausible: un cierre total del país. Castilla y León se confinó el 14 de marzo de 2020 a las 14 horas, con larguísimas colas en los supermercados y estantes de papel higiénico vacíos. Dos días antes había registrado los tres primeros fallecimientos por covid. Un hombre de 81 años en Salamanca. Una mujer de 89 en Miranda de Ebro. Otra mujer de 98 años en Segovia.

Y todo se volvió confuso y rápido, como en una pesadilla a ritmo de videoclip ochentero. En un suspiro, Castilla y León contabilizaba 321 expedientes de regulación temporal de empleo. A los 15 días eran 27.009 solicitudes, que afectaban a 151.401 trabajadores. El teléfono de atención creado para bregar con las dudas por el coronavirus recibía 3.500 llamadas a la hora. Los médicos eran una diana fácil para el Sars-Cov-2 y más de 300 permanecían aislados al poco de empezar el estado de alarma. Para cuando se logró comprar material de protección suficiente, un 13,6% de los sanitarios de la comunidad estaban infectados. El 19 de marzo, las UCI de Castilla y León ya estaban al 60% de su capacidad. El 20% de los pacientes eran 'covid'. Comenzaba la transformación de cualquier espacio que pudiera albergar un respirador en una unidad de críticos. Aún sin pruebas rápidas de detección, con muchos pacientes en cuarentena en su casa tras una consulta telefónica, las cifras de contagios estaban infraestimadas. Las de hospitalizaciones, ingresados en críticos y fallecidos, sin embargo, dejaban poco resquicio a las dudas. En dos semanas, del 18 de marzo al 1 de abril de 2020, se pasó de 281 hospitalizados a 2.356. De 54 pacientes críticos a 353.

De ocho fallecimientos en los hospitales en un día a 82.

El 13 de abril de 2020, cuando doscientos mil trabajadores de actividades «esenciales» pudieron salir a trabajar, Castilla y León ya contabilizaba 1.263 muertos en los hospitales y 942 más en las residencias de mayores.

Distancia, mamparas y videoconferencias en las residencias de ancianos.
Distancia, mamparas y videoconferencias en las residencias de ancianos. Ramón Gómez

Y en paralelo, una vida que recuperaba el valor de la comunidad. La España de los balcones que aplaudía a las ocho a los sanitarios, que jugaba al bingo por la ventana, que cantaba 'Resistiré' a voz convencida, que llevaba la compra a aquellos vecinos que no podían salir. La pandemia, en este punto, recordó la esencia común de eso que llamamos «humanidad». La escritora china Fang Fang contaba el 29 de enero de 2020 que ya había una canción de moda en su país por el coronavirus, su himno del Dúo Dinámico particular. Y cómo los edificios se organizaban para atender a los vecinos más vulnerables. Y llegaba la tele-cercanía, esa paradoja sin tacto, con las videollamadas que trataban de suplir la lejanía de los afectos.

Vacunar, vacunar, vacunar fue el mantra desde el 9 de marzo de 2021. Hoy, el 91% de los vallisoletanos está inmunizado

Contagios, incidencia acumulada, hospitalizados, muertos. Y al tiempo, nueva normalidad, recuperación económica, fondos europeos. Restricciones, aforos, teletrabajo. Mascarillas, antígenos, desescalada. Palabras que definen la irrealidad pandémica de esos días a medio camino entre un aparente regreso a la vida anterior al virus y su presencia aún constante.

De todo eso se hablaba el 28 de abril. De desescalada en el medio rural, de los datos del paro, de los tres mil casos más diagnosticados cada semana o de los 2.300 fallecidos, ya entonces, en las residencias de mayores. De eso se hablaba el día que murió Sara Bravo, médico, 28 años, a 420 kilómetros de su casa. Se había contagiado, probablemente, en una noche de guardia en la que atendió a dos jóvenes con síntomas. Su familia ni siquiera pudo enterrarla con el dolor compartido con amigos y vecinos.

Los muertos de la covid estuvieron solos hasta el final.

En el subeybaja dramático de aquella primera ola, en los 99 días desde que se decretó el estado de alarma hasta que Castilla y León recobró el pulso, se contabilizaron 3.772 fallecidos. Y una desescalada compleja y a trozos, primero demasiado lenta, luego apresurada, dio paso a un verano raro, de cierres de bares anticipados y sin fiestas patronales o encierros. Y a más drama de ida y vuelta.

En medio de una calma chicha traicionera se sucedieron los homenajes. En la Plaza Mayor de Valladolid, por ejemplo. O en Madrid, en un acto de Estado. El 16 de octubre, mientras la segunda ola volvía a zarandear Castilla y León, la madre de Sara Bravo recogía el Premio Princesa de Asturias. Arreciaba entonces la segunda de las cuatro olas que aún quedaban por pasar. Nada que no hubiera dejado escrito Carl Zimmer cuando su librito de 2015 se editó en España, allá por julio. «Habrá una nueva ola mucho mayor si la gente relaja las medidas de protección», vaticinó.

'Un planeta de virus', C.Zimmer

«La viruela se extendería como un fuego forestal, pero pronto toparía con un cortafuegos, en forma de vacunación, que lo mataría»

El empeoramiento de los datos volvió a quebrar el ánimo y la economía. Otra vez una curva sin fin hasta los 1.595 hospitalizados y los 248 en UCI. Otra vez el luto rutinario de más de treinta muertos por jornada.

Y la esperanza quedaba lejos. Muy lejos. Mientras Zimmer hablaba, se registraban 17 vacunas en fase de ensayos clínicos, según la Organización Mundial de la Salud, que no confiaba en poder comenzar a pinchar «hasta bien entrado 2021». Poco más tarde comenzaban los retrasos, las dificultades. La ciencia, que desnudó el genoma del coronavirus Sars-Cov-2 en enero, avanza así, a trompazos, retrocesos y desvíos. Y sus tiempos, esta vez acortados hasta el límite, resultan exasperantemente lentos para quienes aguardan, sufren, temen y desesperan. «La logística para producir la vacuna apunta a que no llegará a toda la población hasta 2023», decían las noticias en septiembre. Adolfo García Sastre, virólogo en el Hospital Mount Sinai, esperaba que «en Europa y EE UU» hubiera «resultados de efectividad de las vacunas a finales de 2020». «Después de analizarlos, aprobarán alguna de ellas a principios del próximo año, si todo va bien», confiaba.

Portadas de El Norte de Castilla durante el Estado de Alarma Vídeo. Rodrigo Ucero

El 27 de diciembre de 2020, diez meses después de detectarse el primer positivo en Castilla y León, solo 304 días después, Áureo López García, de 88 años, recibía la primera dosis de la vacuna en la residencia de Cevico de la Torre, en Palencia. Más de ocho mil personas habían muerto con covid en Castilla y León hasta ese momento. A ellos se añaden otras víctimas difíciles de visibilizar en una estadística. Son quienes, como Lidia González, burgalesa de 22 años, fallecieron por otras patologías cuando el sistema sanitario, al borde del colapso, se desbordó.

La buena noticia se estampó contra la crueldad de una tercera ola post-navideña. Más de dos mil hospitalizados y 328 pacientes críticos en un pispás de dos semanas. 44 muertos en un solo día. El Ejecutivo autonómico, a la desesperada, impuso restricciones que incluso se demostraron ilegales, como un toque de queda a las 20 horas que, para cuando el Supremo lo tumbó, ya se había finiquitado. «Más vacunas», clamaba la Junta de Castilla y León. Clamaba toda España, en realidad. El porcentaje de antivacunas en el país es muy bajo en comparación, por ejemplo, con Estados Unidos. Los conflictos con Astra Zeneca y algunos casos de efectos secundarios graves no hicieron mella en la campaña de inmunización.

El ruido político creció, se enredó con la campaña electoral madrileña, las mociones de censura y el relato de la disyuntiva entre libertad o 'el resto'. A medida que la vacunación avanzaba, menguaba la paz política y volvían los viejos debates. Incluido, por cierto, el de la reforma sanitaria en el medio rural y el Plan Aliste. Decíamos ayer.

Vacunar, vacunar, vacunar. El mantra se erigió, el 9 de marzo de 2021, en vacunódromos como el del Centro Cultural Miguel Delibes, en Valladolid. Durante 205 días la imagen de miles de personas en fila, prestas a recibir su dosis de esperanza, hacía sonreír de pura fe en la ciencia. Para cuando se cerró, el 30 de septiembre de 2021, el 91% de la población vallisoletana de más de 12 años se había vacunado contra la covid. Hoy son ya 1.960.000 castellanos y leoneses los que han recibido la pauta completa.

Dos años después de aquel leve rumor del aire en Wuhan, las UCI de los hospitales de Castilla y León han crecido hasta 248 camas estructurales. Los centros de mayores tienen 43.671 residentes (3.859 menos) y la ley de residencias duerme en un cajón. La comunidad se ha quedado en 2.387.368 habitantes (15.362 menos). En septiembre se registraron 933.172 afiliados a la Seguridad Social (3.974 menos).

Margarita del Val, científica del Centro Superior de Investigaciones Científicas, toma el relevo de Zimmer. «Tenemos que ir a una cultura del aire limpio», dice. Del cólera se aprendió la importancia del agua potable y la higiene. Del Sars-Cov-2, quizá cosas tan elementales como no acudir enfermo a trabajar, instalar medidores de CO2 en espacios cerrados, ventilar, utilizar filtros de aire. Un aprendizaje que debería ser obligado, dos años y 11.640 vidas después.

Epílogo: lo que la ciencia advierte sobre lo que está por venir

«¡Qué agorera!», murmuró con fastidio una mujer en la cola del pan, en aquel onírico marzo-abril de 2020, cuando alguien, al lado, comentaba que todavía vendría «una segunda ola». Si hubiera sabido que faltaban cuatro más...

El caso es que se podía intuir.Como ahora se puede anticipar qué amenazas se esconden en el futuro. Los científicos advierten ya de que el cambio climático puede provocar la aparición de nuevos virus. Por ejemplo, por el desplazamiento de los mosquitos que provocan el zika a latitudes hasta ahora más frías. O por el derretimiento del 'permafrost', donde los investigadores ya descubrieron en 2014 virus 'enormes' y desconocidos. El modo en que el mundo animal y el humano cada vez están más cerca también favorece el salto entre especies.El VIH, hay que recordar, procede de los simios. Y la amenaza de las superbacterias resistentes a los antibióticos es ya una realidad que cuesta vidas.

Se puede llamar agorera a la ciencia, claro. O pararse, escuchar y actuar.

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