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Peregrinos entre Arcahueja y Valdelafuente

el Camino de Santiago en castilla y león en 16 Días

Estamos en la sexta etapa, y el peregrino llega a Mansilla de las Mulas, donde conoce a los brasileños Thiago y Fabiana, a Froilán el masajista y a Luis, un profesor jubilado aficionado al Camino y a la fotografía. En León se hospeda en las Carbajalas y cena en un bar de la Plaza del Grano

Íñigo Salinas

Sábado, 26 de agosto 2017, 10:12

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Hace ya nueve días que el peregrino comenzó a caminar en Redecilla y los kilómetros ya no son un problema. Podría pasar de los cuarenta diarios si no fuera por el fuerte calor. Hablar con las personas más variopintas se ha convertido en una maravillosa rutina que le recuerda cada pocos metros lo demasiado en serio que nos tomamos a nosotros mismos y las pocas cosas que nos diferencian unos de otros. Compartir mesa sin mantel con desconocidos le ha recordado que el hambre es el mismo para todos y que dormir en un mismo cuarto con otros veinte le ha enseñado que el cansancio y el dolor no hacen distingos entre pacientes. Que todos somos muy parecidos y que a todos nos quitan el sueño las mismas inquietudes, los mismos problemas. Por eso, cuando lee que 'El Camino a todos iguala' le viene a la cabeza, una vez más, el tiempo que se pierde valorando cosas sin valor. O de escaso valor. Al fin y al cabo, nada importante puede diferenciarnos si con solo ponernos a andar ya volvemos a ser todos iguales.

Mientras los pensamientos del peregrino zozobran entre diferencias, parecidos, dudas y un inventario de ilusiones que le hacen feliz, comprueba cómo de Bercianos a Mansilla de las Mulas el paisaje y el paisanaje palentino se funde, paso a paso, con el leonés. Las alpacas sustituyen a los fardos, los campos de trigo ahora son de maíz, los bares se llaman cantinas y el pretérito perfecto compuesto se simplifica poco a poco. No ha tardado mucho en pasar por El Burgo Ranero y por Reliegos, y en llegar a Mansilla tras atravesar las choperas que realzan las orillas del río Cea.

Thiago y Fabiana en Mansilla de las Mulas

Frente a la entrada del albergue de Mansilla hay un bar con terraza donde, junto a un grupo de peregrinos chinos, un joven con barba y sin apenas bigote toca la guitarra mientras bebe cerveza. A su lado, siempre sonriendo, está una joven con gafas y media melena de pelo rizado. Él se llama Thiago y ella Fabiana. Ambos son de Brasil. Él de la capital. Ella de Minas Gerais. Se conocieron en el albergue de Puente la Reina y desde entonces caminan juntos hacia Santiago con la alegría de un estandarte, las ganas de brújula y la ilusión de lograr «una nueva sociedad que no tenga tantos prejuicios... ¿Cómo? No lo se... Supongo que para cambiar la vida de los demás debo empezar por cambiar la mía... Y en eso estoy», sostiene Thiago justo antes de comenzar a tocar los acordes de Imagine. Y a su alrededor se hace un corro. Porque todos quieren cambiar el mundo.

Entre ellos está Luis Llamazares, un profesor de instituto jubilado al que le apasiona «la literatura, viajar, hablar, Grecia... la vida». Entre sus múltiples aficiones destaca hacer fotografías y charlar con los peregrinos. «He visto de todo: a gente en burro, en carros de caballo, descalzos, en patinete, en silla de ruedas... El Camino es como la calle mayor del mundo», dice. Y él sabe de lo que habla. «Soy de la Asociación del Camino de Santiago de León. Me encanta el Camino y la gente que lo hace», dice mientras prepara la cámara para sacar un contrapicado de Thiago y su guitarra.

La conversación se pierde entre técnicas de fotografía, canciones universales, parentescos que no existen con el autor de La lluvia amarilla, otro café cortado y grupos de franceses, italianos y alemanes que pasan por la ruta jacobea. De pronto aparece Friolán, que sale como un resorte del albergue y se enciende un cigarrillo mientras justifica al viento: «Lo dejé hace veinte días, pero necesito desestresarme». El peregrino espera a que Froilán termine de fumar para despedirse de Luis, entrar en el albergue y dejar la mochila sobre cualquier litera.

Dentro, subiendo las escaleras de madera, un cartel anuncia masajes a la voluntad. Y el peregrino se apunta. Y resulta que el masajista es Froilán, el fumador estresado. El peregrino se tumba en la única camilla de una sencilla sala del albergue municipal. «Me llamo Froilán y nací el día de todos los santos», anuncia a modo de introducción. Se frota las manos con aceite y comienza a reorganizar las piernas del paciente. «He hecho el Camino 17 veces, una de ellas en bici sin parar desde Roncesvalles... Tardé unas 72 horas... Otra andando desde el Vaticano; 2.880 kilómetros». El peregrino le escucha con la cabeza encajada en el agujero superior de la camilla. «Llevo seis años en esto. Vengo dos días por semana. ¿El cliente de mayor edad? Un señor de 98. ¿El de menos? Un niño de cinco». Froilán lleva la batuta de una conversación que se enreda con doctorados en Derecho, universidades, Miguel Delibes y licenciaturas en Psicología. El peregrino se limita a esbozar algún monosílabo ininteligible para que el masajista se sienta correspondido y continúe hablando. Pero ya han pasado treinta minutos y esto es un trabajo.

Ya con las piernas más sueltas y tras una ducha de agua fría, el peregrino se da un paseo por las calles de Mansilla, come algo en un casina, visita la iglesia de San Martín y el Postigo, y regresa al albergue. Mañana llegará a la capital leonesa. Tiene ganas de pasar la noche en las Carbajalas, junto a la plaza del Grano; un recinto medieval en pleno casco antiguo de la ciudad...

El Porma, entre Villamoros y Arcahueja
Vista de Arcahueja, en la antesala de León capital

Amanece. El Camino deja atrás Puente Villarente y Arcahueja y enfila el alto del Portillo. En León, en la Plaza de Tomás Mallo, dos rapaces corren despreocupados detrás de una pelota de plástico mientras sus madres llenan cuatro garrafas en la fuente. Unos metros más adelante Ángel y Carlos, de protección civil, se ofrecen al peregrino para ayudarle «en lo que sea». Él lo agradece y aprovecha para preguntarles por las Carbajalas. «No tiene pérdida: siga las flechas y un poco más adelante, a la izquierda, verá la iglesia de Santa María. ¡Pues ahí mismo!».

El albergue es enorme, las literas se suceden una tras otra en las distintas dependencias y los ventiladores tratan de paliar el calor. El colchón y la almohada las cubre el peregrino con las sábanas de usar y tirar que le han facilitado en la entrada, luego abre el saco, lo extiende, deja la mochila a un lado y baja a la calle.

Obreros en la Plaza del Grano de León

Nada más salir, enfrente de la puerta, advierte cómo tres obreros se afanan en colocar, una a una, las piedras que han de cubrir todo el suelo de la plaza del Grano. Unos metros más allá, en el bar Grifo, el peregrino come muslos de pollo con huevos fritos y ensalada. Desde la ventana observa en silencio el trabajo meticuloso de uno de los trabajadores que, en un otro extremo del recinto, recorta bloques y trozos de piedra. Paco, el camarero, mientras retira los platos, le explica que «están ampliando las aceras y que están subiendo el nivel de la plaza unos 25 centímetros». El peregrino agradece la explicación, aunque no la comprende. Apura un vaso de vino y permanece callado, pensativo. Triste.

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