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J. VICENTE
Lunes, 9 de julio 2012, 19:32
Cuando llega el momento de despedir a un animal de compañía muchos sienten la pérdida con el mismo respeto que si se tratara de un miembro más de la familia. Para otros, sencillamente no resulta fácil pensar qué ocurrirá con los restos de la mascota que les ha acompañado durante años. A estas personas, que necesitan algo más que un servicio de recogida de cadáveres, se dirige el Tanatorio San Antón, que operan desde febrero en La Cistérniga.
Posiblemente, pueda parecer una idea extravagante el hecho de despedir de manera íntima, velar e incluso conservar los restos de una mascota, pero lo cierto es que es una práctica que lleva años popularizada en países como EE UU. De hecho, este no es el único centro de la comunidad dedicado a esta actividad, que ya comenzó a llevarse a cabo en otra instalación de León.
Precisamente fue la inquietud de muchos clientes vallisoletanos que viajaban a Madrid para cumplir su deseo la que llevó a Belén Rivas, gerente del tanatorio, a plantearse la idea de abrir el negocio. "El esfuerzo fue tremendo, no solo económicamente sino en el aspecto burocrático", reconoce la empresaria, que, junto con su marido, Antonio Alonso, trabaja desde hace 22 años en el adiestramiento de perros en su escuela Cister-Can.
La crisis, sin embargo, no minó las expectativas de la pareja, que tras dos años pudo completar las nuevas instalaciones, que además han sido subvencionadas por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional y la Junta. Reconocen que es un negocio que hay que empezar con paciencia, si bien reciben más de cincuenta visitas al día en la web y esperan que la crisis no frene a los dueños de los 26.000 perros que hay censados en la capital, cuando les llegue el momento.
El perfil del usuario es heterogéneo. "Muchos llegan avergonzados, pero nosotros mostramos comprensión", aclara Antonio Alonso. "En general, es gente concienciada que no quiere que el animal acabe en un cubo o en una fábrica de grasas". El empresario explica que la mayoría se lleva las cenizas para esparcirlas o conservarlas, e incluso hay quien se fabrica con ellas relicarios, colgantes y hasta diamantes.
No se trata solamente de perros; por aquí pasan gatos e incluso hurones, conejos y hasta cobayas. Preguntados por las reacciones, los gerentes aseguran que en ocasiones es todo un drama. "Para algunos es una auténtica tragedia. Hay gente que es lo único que tiene en la vida, su animal y compañero", afirma Belén Rivas.
El trabajo comienza en cuanto llega el cuerpo. Los cadáveres se lavan si vienen de una operación. Se cierran ojos y boca y se les cepilla el pelo. Entonces se muestran al cliente, junto con el horno, para que comprueben que está limpio de restos de otros animales. En este momento, prevalece la intimidad para que los dueños puedan dar un último adiós a las mascotas. "Muchos quieren quedarse viéndolo, pero es una zona peligrosa con un horno a 90 grados y tenemos que pedirles que se vayan", explica Antonio Alonso.
Por lo demás, Tanatorio San Antón funciona como un tanatorio normal, con una sala de espera para tranquilizarse y asumir la pérdida. "En algunos lugares se hacen hasta misas, pero aquí a tanto no llegamos", bromea el empresario. Junto a la urna con las cenizas, el cliente recibe un certificado de garantía. En total, el precio del servicio puede oscilar entre los 210 euros, si se trata de un animal de pequeño tamaño, hasta los 290 de un dogo o mastín de grandes dimensiones.
Después de más de dos décadas trabajando con animales, Antonio Alonso piensa que la mentalidad ha evolucionado en lo relativo al trato de las mascotas. Para muchos, el animal se ha humanizado y sus atenciones y cuidados constituyen ya una prioridad. En ello han tenido mucho que ver los medios de comunicación. Sin embargo, en Valladolid queda mucho por hacer. "Todavía estamos esperando una regulación de los formadores y harían falta más parques para perros. Parece que en esta ciudad estas cosas no cuajan", lamenta el empresario.
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