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David Trueba.
CULTURA

EN OCASIONES VEO TRUEBAS

ÁLEX DE LA IGLESIA

Sábado, 2 de enero 2010, 01:55

Ayer por la tarde iba yo a recoger a las niñas al colegio, y de pronto veo pasar a David Trueba por la acera de enfrente. «¡David!», grito, porque andaba con prisa y no me podía detener. David se gira, me ve y sigue andando, como si nada. Al parecer, no me había reconocido. «¡David!», vuelvo a gritar. David, a unos diez metros, se gira de nuevo y me observa detenidamente. Su mirada es fría, extraña. No me saluda. Sigue andando, ignorándome.

¿Qué pasa? No puede ser. No me saluda. Siento un dolor fuerte en el estómago. «¡David!», grito desesperadamente. Mucha gente se gira, todos en la calle, excepto David, que se aleja. Esto es demasiado. ¡Me ha retirado el saludo! Le sigo corriendo, no puedo aceptarlo: es demasiado fuerte. David es amigo mío desde hace más de veinte años. Nos conocimos por Santiago Segura, que nos invitó a ver dibujos animados de Tex Avery, lo recuerdo como si fuese ayer. ¡No, David, por favor, esto no está pasando! ¡David, no me hagas esto! Vuelve a girarse una última vez, y yo hago un gesto estúpido sobre mi cuerpo con las manos, como diciendo: «Soy yo, ¿no me reconoces?». Su mirada, heladora, vuelve a taladrarme el alma. Me da la espalda, imperturbable, y desaparece en la distancia.

Recojo a las niñas alucinado, intentando averiguar qué puedo haber hecho para ofender así a David. Ya lo sé. Mi artículo. Mi artículo del periódico. Claro, David firmaría la carta contra la Orden ministerial, o será algo que dije de la Ley del Audiovisual, o tiene un blog, o algo. Esto es más grave de lo que yo creía. Por primera vez, siento que mi cargo como presidente de la Academia de Cine no sólo me quita tiempo, y me angustia, y me agobia, sino que encima me hace perder amigos. Eso no. ¡Lo dejo! Dejo esto porque no puede ser, no merece la pena. Llamo a su hermano, a Fernando. No me coge.

¡Está claro! ¡Esto es la guerra! Saldremos a las calles armados, y los que firmaron y los que no firmaron lucharemos por las calles de Madrid. ¡Los de la Carta controlan Fuencarral! ¡Los de la Orden se hacen fuertes en la Residencia de Estudiantes! ¡Los internautas avanzan hacia Burgos quemando locales sin wifi! Habría que organizarse, conseguir armas, convencer a Bruselas para que nos apoye militarmente. Pero nos han derogado las cosas, están con ellos. ¿Qué hago? ¿Firmo yo también?

Recibo una llamada. Es David, que está en el cine, con sus hijas. Que qué quiero. Que no entiende mis mensajes. Su voz resuena en mi cerebro con eco, como si rebotara en una habitación de paredes vacías. No era él. Aquel tipo no era él. Sencillamente, me estoy volviendo loco. Es un hecho que desde hace meses no duermo más de cuatro horas al día. Le pido perdón cien veces. David se ríe, luego se preocupa, por último me dice: lo que me aterra es que hayas podido pensar en algún momento que yo te podía retirar el saludo. Eso no lo haría nunca.

Entonces lo entiendo todo. La prensa no tiene razón. No estamos en guerra, ni falta que hace. Esta especie de bronca continua es una ilusión, una imagen grotesca que proyectan los medios, pero no es real. Por el amor de Dios, que no os pase como a mí, que meriendo paellas de orfidales todos los días. En ocasiones veo Truebas, sí, pero mis amigos me ponen en mi sitio. No nos dejemos engañar.

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