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ANA SANTIAGO
Domingo, 29 de noviembre 2009, 09:58
Miedo a no gustar. Miedo al rechazo, al cambio del cuerpo. Miedo al insulto y al desprecio, a la mirada esquiva, a la falta de afecto. El temor arrastra la mente hasta dominar al cuerpo y lo abandona a su suerte sin atender a sus necesidades mínimas y el espejo devuelve una imagen distorsionada, exigente e inflexible y, al cuerpo delgado que se asoma en él, le regala una fotografía deformada a la que aún, cree, le sobran formas. Y aparece la mentira, y el engaño, para que nadie lo frene, para seguir por un camino falso de búsqueda de afectos. Y el cuerpo se muere en vida y asoman las formas de la muerte y hace la piel transparente y la debilidad invade al enfermo. Y llega el nombre, se llama anorexia. A veces, la obsesión por agradar llena el pensamiento de ansiedad y esta angustia busca sosiego en la comida, sin calma, con atracones impulsivos. A puñados, los alimentos y, luego, el arrepentimiento, la necesidad de adelgazar, de dar una marcha atrás que los dedos buscan a través de la garganta hasta alcanzar el vómito. Y también tiene nombre, se llama bulimia.
Son dos caras de una misma moneda que, muchas veces, juegan juntas. Son trastornos de la conducta alimentaria y las estadísticas de Castilla y León dicen que dos de cada cien menores, entre 12 y 18 años, tienen una historia similar en su vida y hasta una veintena hace dieta para amoldar su cuerpo a las exigencias sociales. La apuesta es lucir una imagen esbelta, la de una modelo o actriz, en un ambiente sociocultural que hace años descubrió y se alarmó ante esta epidemia del siglo XXI. Una preocupación que ahora parece haberse disuelto en el aire. Los afectados, sin embargo, siguen ahí, a edades más tempranas y no son sólo mujeres. Un problema de salud mental que cada año descubre un centenar de casos en Valladolid.
Cada paciente tiene respuestas diferentes. Para S. F. H., con tan sólo nueve años, la anorexia fue un problema que llegó a amenazar su vida cuando apenas había comenzado a recorrerla. A similar edad, Lorena Cortabitarte comenzó a sufrir trastornos alimenticios pero pasarían muchos años hasta poner nombre a su maldición. Las dos acercan su testimonio con la generosidad de ayudar a otras personas a descubrir similitudes.
La más pequeña se esconde bajo iniciales, por deseo propio y de su familia, para seguir caminando sin ser señalada. Ahora tiene diez años y unas ideas muy claras. Recuerda perfectamente los detalles de su historia pero es incapaz de encontrar respuestas. «Cuando con tres años -se remonta- almorzaba me iba al baño a vomitar y mi profesora me descubrió y se lo dijo a mi familia». Sin embargo, aquello pareció quedarse en «un simple juego», en una anécdota sin mayores consecuencias durante años, añade su madre.
Hacia los nueve años «era terminar de comer y, no sé por qué, me iba al cuarto de baño a echarlo todo». «Comía bien, me gustaba pero luego lo vomitaba», relata sin complejos, como quien ya, y así es, ha superado un problema y recuerda una vieja historia. «Nadie se metía conmigo en el colegio, tenía amigas, todo iba bien», responde al intento de indagar en las causas. Sin embargo, reconoce, «no quería que mi cuerpo cambiara, me asustaba que se pudiese deformar con la comida».
Sus padres observaron que comía poco y devolvía todo. «Se levantaba inmediatamente de la mesa y se iba al cuarto de baño, vigilábamos lo que hacía», recuerda la madre. Así, añade la niña, «mi pediatra nos dijo que padecía un trastorno alimenticio. Le pregunté que qué era eso y me dijo que era anorexia, una enfermedad que se desarrollaba por no comer adecuadamente y que corría el riesgo de morirme». La pequeña cuenta que un psiquiatra «nos dijo que había que ingresarme por mi estado de desnutrición, pero mis padres querían más información y en mi colegio nos ayudaron y así llegué a la asociación Aclafeba. El doctor Bombín me diagnosticó 'anorexia nerviosa purgativa incipiente'», y lo dice de un tirón. «Me puso tratamiento, un jarabe para abrir el apetito y unas cápsulas para levantarme el estado de ánimo y, después, tuve cita con la dietista y la psicóloga del centro».
«Fui a terapia de grupo. El primer día me senté muy asustada, no conocía a nadie, era la más pequeña del grupo». «Me asusté al ver gente tan, tan delgada, luego ya me hice amigos, me trataron con mucho cariño y me acostumbré». S. F. H. no se veía igual, los demás le parecían mal por su delgadez extrema pero cuando se miraba a ella, explica, se veía «muy distinta» a los demás enfermos.
Esta pequeña, a punto de recibir el alta aunque tendrá un seguimiento, es una apasionada de los animales. Sus mascotas y sus peluches rodean sus días. «Tengo, no sé treinta o cuarenta pájaros, dos gatos persas, un perro, una ardilla, peces, cinco tortugas, gusanos de seda...». No sabe que será de mayor pero tiene claro que «me gusta comer espaguetis en su tinta», «ayudar a mi madre a batir los huevos cuando hace tortilla», que no es nada tímida, le gusta el colegio, correr, el fútbol y estar con sus amigas. Recuerda como un mal sueño cuando llegó a pesar 31 kilos, ahora ronda los 40. «Me mareaba, no podía hacer nada ni deportes ni salir al parque, iba al cole y la mayoría de mis profesores ni siquiera lo saben, pero lo pasé mal, muy mal». Ahora, esta pequeña que asegura que el centro de Aclafeba «me salvó la vida», quiere volver, pero esta vez para ser ella la que ayude. Ahora «ya no tengo miedo a morirme, sí que lo tuve, mucho, me veo guapa y no me mareo». A las que llegan al centro les diría que «luchen, poco a poco se va saliendo».
Una patología con 23 años
La vida de Lorena tiene, en cambio, un largo recorrido lleno de dificultades. La vida todavía no le ha dado tregua pero ella le sigue dando oportunidades y ahora, por fin, parece ver la salida.
Hasta sus ocho años era una niña delgada y feliz. En su caso, el origen parece claro. «Fue el divorcio de mis padres, traumático, mi madre se fue, nos dejó a mi hermano y a mí y tardé años en comprender que estaba engañada, que mi padre biológico no era bueno, lo fue después el otro que tuve, el marido de mi madre». Esto es sólo el principio.
Desde entonces y hasta los 14 años «engordé muchísimo, me llamaban niña piraña, no me preocupaba, me dedicaba a cuidar de mi hermano». «La relación con mi padre biológico era muy mala, me fui de casa de San Sebastián y llegué a Valladolid donde vivían mi madre y mi abuela». «Entonces era insoportable, una troglodita, hacía lo que quería, llegaba tarde, faltaba a clase...». «Comía mucho y nadie pensaba que me pasara nada, nada más que gula, y no hacía más que engordar... hasta que con 16 años tuve un ataque brutal de ansiedad, arritmias, en plena calle, mientras esperaba al autobús y le dije a mi abuela: Me estoy muriendo». «Era la primera pista que daba pero tardarían años en decirme que era bulímica». Lorena ha estado muchas veces ingresada, ha padecido más que serias depresiones, muchas relaciones de pareja que han terminado revelando un fracaso, que le han dejado dolor y apenas buenos recuerdos. En su camino, también ha habido aciertos. «Un psicólogo de la asociación de mujeres maltratadas me ayudó muchísimo, me sacó todo lo sucio que tenía dentro y ya me dejó entrever el problema del sobrepeso». «Me he pasado la vida haciendo dietas, con atracones, vómitos... sé devolver en una servilleta en plena comida sin que nadie se dé cuenta».
Lorena parece aceptar lo que le ocurre para poder mirar al futuro. «La gente es cruel -dice de pronto- te humilla y maltrata». «Te llaman foca monje, ballena, como te caigas haces un agujero en el suelo... usan lo malo para hacer gracia». «Me hicieron la vida imposible». Cerca, siempre su abuela: «Me ha salvado la vida, siempre ha estado ahí, me ponía un yogur y plátanos y no se iba hasta que me lo comía, en mi etapa de anorexia». «He llegado a perder 30 kilos en 27 días». Su afán de gustar y de encontrar cariño la ha llevado a tener numerosos novios con relaciones más o menos estables, se ha enfrentado sola a un embarazo, a un aborto por malformaciones del feto, a someterse a cirugía de reducción de estómago y arrastra desde entonces, hace dos años, una diarrea crónica. Ha sufrido la reconstrucción de la mitad de su cara cuando un perro la mordió, la muerte reciente de su padre cuando ya estaba en tratamiento y creía en su recuperación, parejas que «no comprenden esto, es como una adicción no es vicio, es una enfermedad». «A mi novio le he pedido que que si no me ayuda, que se mantenga al margen».
Mientras, Lorena se refugiaba en la comida: «Siempre me veía gorda, nunca he estado satisfecha de mi cuerpo, cuando estaba extremadamente delgada tenía tal distorsión visual que me veía gorda, con 'michelines' y me decía: No tengo voluntad, todo es culpa mía, no controlo nada». Hubo una época en que se encontró mejor consigo misma, vivió en varias ciudades, tenía trabajo, estaba delgada... entonces «se acercaban para hablar conmigo, algunos que antes me habían despreciado y decían no creerse que fuera la misma». «Me volví arisca, mi mente no asumía bien el cambio, se acercaban a mí por mi aspecto no por mi persona... por fin salía a la calle, quería comerme el mundo....». No funcionó, nuevos novios, siempre al principio «maravillosos» y Lorena seguía jugando a cambiar su cuerpo al antojo de las exigencias sociales.
«Perdí pelo, dientes, era pálida....» cuando retornaba a etapas anoréxicas. Después, se refugiaba en sí misma. «Quise estar sola, no sentir, nadie cerca que pudiera hacerme daño». Y llegó, hace poco, un nuevo ataque de pánico: «Intenté superarlo sola pero no fue posible, volví a la bulimia y como el suceso fue en medio de la calle, otra vez en la parada de autobús, tuve agorafobia, miedo a salir y me pasé tres meses en cama, me cuidó mi abuela». Entonces «decidí superarlo». «Mi médico de cabecera me habló de Aclafeba y me vio el doctor Bombín , me dio con ello». «Me puso medicación, poca, no me drogaba como cuando estaba ingresada, terapias de grupo e individuales...». «Ésta es la mejor decisión de mi vida, llevo un año y aún me queda... mi padre verdadero, no el biológico, murió hace dos meses, y eso me ha hecho mucho daño pero tengo mucho apoyo de la asociación, me encanta venir a terapia, estoy toda la semana esperando porque es el único día que sonrío».
«Necesito mucho control, hacer las cinco comidas diarias, no picar entre horas, beber líquidos y procuro no mirar el peso». «No quiero tenerle miedo a la comida, ahora me siento con fuerzas».
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