Ocho meses de angustia
Un inspector de la Policía que participó en el arresto recuerda cómo fue ejecutada la operación que llevó a la cárcel a Pedro Luis Gallego en 1992 en La Coruña
J. MORENO
Sábado, 20 de septiembre 2008, 03:28
El auto de la Audiencia provincial de Burgos de esta semana en el que se decidía aplicar la doctrina Parot al preso vallisoletano Pedro Luis Gallego Fernández, conocido como el violador del ascensor, ha supuesto un respiro también para la Policía, ya que de haber sido excarcelado el próximo mes de diciembre, tras cumplir 16 años de prisión, hubiera tenido que haber seguido los pasos de cerca a este recluso.
Un inspector de Policía con amplio historial en la resolución de crímenes y que participó en su detención en noviembre de 1992 en La Coruña, no tiene dudas al considerar a Gallego como «el segundo delincuente más peligroso que ha tenido la provincia de Valladolid en décadas, después de Juan José Garfia», que fue condenado por tres asesinatos cometidos en 1987.
De inteligencia media-alta y una alteración psíquica que le lleva a cometer las agresiones sexuales irrefrenables contra las mujeres, según un informe del hospital Doctor Villacián realizado al interno cuando fue detenido, Pedro Luis Gallego había pasado por médicos y psiquiatras antes de comenzar 'su última carrera' delictiva en 1992.
Según los facultativos, la conducta de este recluso comenzó a alterarse durante su adolescencia. Después de estudiar el antiguo bachillerato en un colegio religioso de la capital vallisoletana, Pedro Luis Gallego decidió probar en la Formación Profesional donde cursó la rama de Mecánica. Fue en esa etapa cuando comenzó a aprender el funcionamiento de los ascensores, un escenario en que desarrollaría la mayoría de sus macrabas violaciones.
«Los padres le protegían mucho a ese chico», dice el policía que durante ocho meses estuvo vinculado al Grupo de Homicidios que trató de detener.
En diciembre de 1991, Pedro Luis Gallego fue excarcelado de la prisión palentina tras cumplir varias condenas por abusos sexuales que cometió en Alicante y Palencia. Unas semanas después, el 22 de enero de 1992, el recluso participó en su primer asesinato tras raptar a la estudiante de Periodismo, Marta Obregón, de 23 años.
Sin embargo, ni la Policía ni la Guardia Civil relacionaron este crimen con Gallego. No sería hasta el 7 de abril cuando tras presentar la primera denuncia una joven vallisoletana le reconoció como el hombre que la subió a su coche y la trasladó desde las cercanías del colegio hasta el pinar de Antequera. La estudiante hacía en ese momento autoestop en el Camino Viejo de Simancas.
«Con esta muchacha de 18 años se ensañó y la amenazó con una pistola. La tomamos declaración y no tuvo ninguna duda en reconocer a Gallego entre el fichero de presos que gozaban de permiso y que estaban condenados por delitos contra la libertad sexual», recuerda el policía.
Seguimiento
Al día siguiente, varios agentes se presentaron en casa de los padres del delincuente para detenerle y tomarle declaración.
«La madre recibió a los compañeros que observaron como les entretenía mucho. Incluso no les dejó pasar del recibidor. De su conversación se desprendía que él podía estar dentro del piso, pero luego vimos que pudo escapar por la terraza», recuerda el inspector, que asegura que hasta ese momento no existía ninguna denuncia contra él.
En paradero desconocido, Pedro Luis Gallego comenzó a una irrefrenable carrera de violaciones a mujeres en barrios como Parquesol, plaza San Juan o Gabilondo. Nueve delitos de violación, dos en grado de tentativa, hasta que huyó de Valladolid en julio de 1992.
«Estamos convencidos que fueron muchas más, pero entonces denunciar era asumir cierta crítica social y familiar 'del que dirán'. Por eso se comprende que muchas de las mujeres que fueron sus víctimas se hayan alegrado ahora de que permanezca en prisión hasta el 2022», comenta el inspector policial.
En una de las guardias semanales del magistrado Manuel García Castellón, a finales de junio, cuatro mujeres se presentaron para incriminar al violador del ascensor. Los agentes tenían claro que se trataba de un delincuente en serie, muy peligroso, y que lejos de detenerse continuaría una huida hacía adelante. Días después esta intuición se confirmaría.
El domingo 19 de julio, Leticia Lebrato, una joven vallisoletana de 17 años, desaparició en la localidad de Viana de Cega donde sus padres poseían un chalé en el que veraneaban. La muchacha apareció semienterrada en un pinar del término de Boecillo. La joven se resistió y Pedro Luis Gallego le asestó hasta once puñaladas sin consumar la violación. Había cometido su segundo asesinato.
La difusión de las imágenes por toda España permitió que un vecino de Viana, que se encontraba en Zaragoza, reconociese el lugar del crimen como el sitio al que había acudido para ayudar a Pedro Luis Gallego, que se había quedado atascado con su Renault 12 en la arena.
Con la Policía tras él, Gallego Fernández se trasladó a vivir a Medina del Campo. «Allí hacia una vida normal en un piso de alquiler hasta que un policía advirtió algo extraño en un coche tras una denuncia un vecino. Se montó un dispositivo para detenerle pero el violador logró huir no sin antes hacer frente con una pistola a los compañeros», dice.
La búsqueda se centró en ese momento en conocer qué mujeres visitaban a Gallego en la prisión. En la lista aparecía la que se consideró como su compañera sentimental, una muchacha toxicómana que residía en el barrio madrileño de Moratalaz.
«Y hasta allí fuimos por si acaso se acercaba. Durante varias semanas un grupo oculto en una furgoneta con rótulos comerciales hizo guardia cerca de su domicilio. Recuerdo que nos llamaron los compañeros desanimados porque tanto tiempo sin mover el vehículo los vecinos les decían: 'Salid de ahí que sabemos que estáis dentro'», comenta el inspector.
Pinchazos telefónicos
Con autorización judicial, se pincharon a partir del 21 de julio los teléfonos de la familia. Los inspectores estaban convencidos de que tarde o temprano le ayudarían. Y así fue.
«En una de las conversaciones escuchamos como se decía: 'Tú ves allí a recogerlo'. Inmediatamente se cogió un coche y nos trasladamos tres funcionarios hasta allí. Se trataba del edificio central de Correos de La Coruña a donde habían quedado con enviarle un giro de 50.000 pesetas», rememora, el policía que, de acuerdo con el funcionario de Correos, se abalanzó sobre él para detenerlo. En el posterior registro del piso de La Coruña, los policías desplazados encontraron un peluquín, una navaja y una pistola. «Él, muy tranquilo y frío, aseguraba una y otra vez que no era el violador», dice el inspector.
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