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V. SOTO
Viernes, 18 de julio 2008, 03:18
«Mi mujer está muerta en vida», sentenciaba ayer en la Audiencia de Navarra Rafael Palmero, padre de Juan Antonio Palmero, uno de los dos guardias civiles del cuartel de Calahorra asesinados en Castejón el 9 de junio del 2004. Minutos después, María Benítez, la madre de Juan Antonio, no soportaba la tensión de declarar a apenas un metro de El Solitario. «¡Dejadme que lo vea! ¡Dejadme que me desahogue!"» gritaba intentando agredir a Jaime Giménez Arbe mientras tres policías forales sujetaban el dolor de una madre e impedían el contacto físico. «No tengo nada que ver con la muerte de su hijo», replicaba El Solitario con voz cavernosa.
La rabia, los sentimientos más profundos, explotaban en la Audiencia de Navarra con la declaración de las dos familias quebradas por las ráfagas de un fusil automático. «Nos han destrozado la vida. Sólo seguimos adelante por nuestros cuatro hijos y nuestros cuatro nietos», explicó Rafael Palmero, ex agente de la Guardia Civil. «Fui sargento durante ocho años en Castejón y no me puedo creer que es allí donde matasen a mi hijo», añadía emocionado.
La novia de Palmero tampoco podía reprimir un furibundo grito de «¡asesino!» cuando, tras prestar declaración, daba la vuelta para ver la cara de El Solitario, sentado en el banquillo de los acusados. Mientras, Virginia Fernández, madre de José Antonio Vidal, el otro agente asesinado, evitaba el contacto visual con el acusado. «Quisiera haber muerto con él», trataba de repetir con voz entrecortada. Su marido recordó los deseos de ascender de José Antonio, su alegría y sus ganas de vivir, cercenadas en la cuneta de una carretera comarcal.
Videoconferencia
La madre de Giménez Arbe, citada por videoconferencia, se negaba, sin embargo, a declarar, amparándose en el hecho de ser un familiar directo del acusado. Antes de la declaración de las familias, los médicos forenses que realizaron la autopsia certificaron la fiereza mortal de los disparos que acabaron con la vida de los dos agentes del puesto de Calahorra. «El cuerpo de José Antonio presentaba 22 lesiones por arma de fuego y, el de Juan Antonio, 14», aseguró uno de los forenses. «En más de 20 años de profesión es el caso en que más lesiones he encontrado en este tipo de homicidios», proseguía.
Las balas, salidas de un subfusil hallado tres años después en el domicilio de Jaime Giménez Arbe, destrozaron el tórax y los pulmones de Juan Antonio Palmero y perforaron la laringe de Vidal, impactos que causaron las muertes de ambos guardias civiles.
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