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Los integrantes de Morfeo Teatro en un momento de la representación. / ANTONIO TANARRO
CRÍTICA DE TEATRO

Las reglas de la comedia

ALFONSO ARRIBAS

Domingo, 17 de febrero 2008, 01:55

LA manera de acudir a los clásicos de la compañía Morfeo es una garantía de entretenimiento y profesionalidad, a pesar de las limitaciones de su modesta estructura. Si algún secreto tiene aún el teatro español del Siglo de Oro, Francisco Negro lo descubre, le quita el polvo al ropaje pero no lo renueva y lo dispone para su representación ante un público que ya ha perdido la costumbre de seguir la rima. En ese baúl de la época dorada de la literatura nacional son pasto de las polillas un buen puñado de obras deliciosas a las que pocos encuentran atractivas para el momento actual, a pesar de la rabiosa vigencia de sus tramas y a pesar de que los prototipos retratados apenas han sufrido evolución.

Morfeo ha seleccionado cuatro entremeses repletos de enredos y engaños, intencionadamente populares y con una carga cómica creciente que el público degusta hasta empacharse, de modo que al acabar nadie necesita ni segundo plato ni postre.

Como es marca de la casa, el verso recitado es acentuadamente dramático y fluye con la naturalidad que sólo madura después de un intenso trabajo de dicción y adaptación, tarea a la que esta compañía se entrega con muy buenos resultados. El vestuario es correcto y la escenografía evocadora sin alardes.

'El rufián cobarde', 'La ronda', 'Don Satisfecho, el moño y la cabellera' y 'El muerto' componen el repertorio de una de esas compañías de la legua armada por el autor Antonio Escamilla con dos cómicos que acuden al corral incitados por el irresistible sonido de una moneda despeñada.

Para gusto del espectador, se recorre un camino a cuyos lados descansan los clásicos trovadores borrachines, las barraganas, los alcaldes timoratos, los casamenteros, las casquivanas, los nobles de linaje invisible y los sacristanes milagreros. Una galería de tipos infelices enredados en situaciones que hacen reír de tan disparatadas, planteadas además con una lengua sabrosa y cantarina, ingeniosa y mordaz.

Este conjunto en manos de cualquiera puede devenir en desastre, pero Morfeo sabe el terreno que pisa y el espectador se fía cada vez más del cicerone. El juego propuesto resultó muy divertido y la barrera del verso pretérito se superó con facilidad, poniendo en práctica las viejas reglas de la comedia.

Ahora falta que alguien se atreva a producir generosamente un próximo espectáculo de Morfeo, que permita al grupo un elenco más poblado, un tiempo de trabajo más extenso y una escenografía de altura.

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