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Jesulín de Ubrique saluda a los aficionados de Zaragoza al final de su corrida de despedida. / J. C.-EFE
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Jesulín de Ubrique cumple sin problemas en Zaragoza con su última corrida

BARQUERITO

Sábado, 13 de octubre 2007, 01:53

La despedida de Jesulín tuvo su parte sincera y solemne. Para empezar, la seriedad del torero, pura sinceridad. No el gesto desenfadado de casi siempre. El adiós tendría su dosis de tristeza. Veinte años se cumplieron el pasado agosto de su debut con traje de luces. En El Bosque, Cádiz. Larga, intensa, batida carrera. Con dos paréntesis. Uno primero de dos temporadas en retiro voluntario: 1999 y el 2000. Después de una notable reaparición en el 2001, otro vacío de curso entero, el año 2002, provocado por un grave accidente de tráfico que dejó secuelas indelebles. Desde su reaparición del 2003 hasta este adiós de Zaragoza, Jesulín ha sido otro torero. Físicamente frágil. O vulnerable. De vocación desmedida. Porque ha estado toreando estos últimos cinco años con la espada de Damocles. No la que se lleva en la mano para despachar toros de lidia. Sino la que pende sobre la cabeza como fatal amenaza. Una simple voltereta podía dejar al torero de Ubrique en una silla de ruedas. Y eso lo sabía él.

Y lo sabe: esta corrida de despedida será última de carrera en España. Después de un manojito de despedidas por plazas americanas vendrá el adiós. No ha habido apenas toreros que no sintieran al marcharse la invasión de la melancolía. Aunque contuvo como pudo los sentimientos, Jesulín estaba ayer visiblemente afectado. Ni una broma. En este último reparto, se llevó dos toros del hierro del Marqués. De Domecq, naturalmente. Jesulín anduvo más seguro que confiado. Facilón. Recursos de torero de vuelta. Cuando el toro empezó a pararse, cites con pisotón. Si apretaba el viaje, una ligera rectificación. Bien armada y pensada, no fue faena de copla canastera, pero sí de torero listo. O técnico. Una estocada contraria y un descabello. Un aviso que llegó antes de tiempo.

Al cuarto lo dejó lidiar con cierto descuido, pero, luego, se animó mucho, le buscó al toro las vueltas, le cambió terrenos y le hilvanó por las dos manos muletazos templaditos, compuesta la figura, sueltos los brazos. Un final popular por espaldinas en cadena.Media trasera bastó. Hubo petición menor de oreja.

El calor con que se despidió Jesús de cada uno no fue de trámite. Caba y Carmelo, fieles en los años grandes de Jesulín, se cortaron la coleta a la vez. Después de meterse Jesulín entre barreras ya arrastrado el cuarto. Antes de eso, cumplió con el rito de tomar un puñado de arena y besarlo. El Cid tuvo el detalle gentil de brindarle a Jesulín la muerte del segundo toro.

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