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Cuando llegó la reina Isabel II a la ciudad, en julio de 1858, para darse un auténtico baño de masas, el arco aún no estaba finalizado pero la prensa destacó su hermosura y su finalidad, que no sería otra que servir de entrada al anhelado ferrocarril del norte. Han pasado más de 166 años y todavía la leyenda envuelve al famoso Arco de Ladrillo, todo un símbolo de la pujanza industrial y constructiva del Valladolid del siglo XIX.
El mismo Juan Agapito y Revilla, en su famoso libro dedicado a las calles de esta ciudad, se preguntaba sobre el verdadero origen de esta emblemática obra, para cuyo emplazamiento no encontraba suficiente justificación: «He procurado investigar la razón de levantar tal arco en punto y sitio tan curioso y sin justificación de ningún género, preguntando a funcionarios del ferrocarril, que no resolvieron en concreto mi curiosidad, pues mientras unos me decían que era una especie de arco triunfal para la inauguración del ferrocarril, con efímera vida, pero que como resultó fuerte y bien construido lo dejaron luego como permanente; otros me contaron ciertas disputas entre los ingenieros franceses de cuya porfía salió el arco; y algunos, los más razonables, me dijeron que se hizo tal arco para probar la resistencia de una cimbra hecha para construir una obra de fábrica, un puente. Lo más probable sería esto último».
No estuvo atinado, sin embargo, el gran arquitecto vallisoletano en su aseveración, a tenor de las indagaciones más recientes sobre el origen del Arco de Ladrillo. Ciertamente, durante la estancia de Isabel II en la ciudad cumplió funciones alejadas de su cometido inicial, pues sirvió para instalar las carpas en las que se agasajaron a los numerosos invitados, y sostener las banderas de España y Francia. Esto último está íntimamente ligado a la llegada del ferrocarril a la ciudad, toda vez que la empresa encargada no era otra que la francesa Credit Mobilier, y no es inverosímil imaginar a numerosos ingenieros franceses participando en los agasajos a la reina en la ciudad. De hecho, la primera vez que el arco aparece nombrado en El Norte de Castilla es, precisamente, el 25 de julio de 1858, con motivo de aquel acontecimiento: «A las seis y media de la tarde del día 23 llegaron SS. MM. y AA. A la elegante tienda de campaña que la sociedad de crédito moviliario (sic) español, concesionaria constructora y del ferrocarril del Norte había levantado fuera de las puertas del príncipe D. Alfonso, frente al soberbio y atrevido arco de la estación».
Entre las elucubraciones sobre el origen de nuestro arco, cuya construcción se fecha entre 1856 y 1858, figura también la de Ortega y Rubio, quien asevera que fue construido por el empresario Joaquín Fernández Gamboa para demostrar la robustez del ladrillo que producía su fábrica. De forma semi elíptica, construido todo en ladrillo y forrado de mortero, su verdadera razón de ser la explicó el profesor Nicolás García Tapia en su discurso de ingreso a la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, leído en el año 2000. «Existe la evidencia de que el arco estaba ligado a las instalaciones de la antigua estación de ferrocarril», afirma el profesor, que ha consultado diversos documentos de la época y en casi todos aparece denominado como «Arco de la Estación».
La noticia de la concesión a Valladolid de la línea de ferrocarril Madrid-Burgos, conocida en 1856, explicaría el proceso de construcción del arco, el cual, al tener que esperar hasta finales de 1859 que ver llegar a Valladolid el primer tren, sirvió para otros menesteres. Así, con motivo de la Primera Exposición Agrícola e Industrial de la ciudad, celebrada en septiembre de 1859, volvió a ser un referente especial. Fue poco después, concretamente en octubre de ese mismo año, cuando llegaba a Valladolid la primera locomotora procedente de Burgos, acontecimiento que nuevamente congregó a toda la ciudad. «La línea ferroviaria llegaba justo hasta el Arco de la Estación, convertido nuevamente en monumento de referencia de tan extraordinario acontecimiento», señala García Tapia.
El Arco de Ladrillo se erigió entonces en puerta de entrada del ferrocarril en Valladolid, pues por debajo de él comenzaron a pasar las locomotoras cuando se construyeron las primeras instalaciones y la vía llegaba hasta Madrid. El Arco de Ladrillo es, pues, símbolo de la modernidad y de la pujanza industrial de la ciudad del Pisuerga en la segunda mitad del siglo XIX, ya que, como recuerda García Tapia, ninguna otra estación de España conserva un arco monumental erigido para la entrada de los trenes: «Posiblemente su origen esté en la tradición de señalar la entrada de los caminos a la ciudad por medio de puertas monumentales. En la nueva era industrial, el camino era de hierro y el Arco de la Estación fue la puerta monumental de entrada de las nuevas diligencias de caballos de vapor, es decir, la arquitectura bajo la que iban a pasar las máquinas de la Revolución Industrial».
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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