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De Escuela a Conservatorio

De Escuela a Conservatorio

La Academia de Bellas Artes de Valladolid fue la primera en solicitar una sección de música en 1879. Ignacio Nieto estudia en su tesis el origen de la Escuela embrión del conservatorio

Victoria M. Niño

Sábado, 21 de febrero 2015, 16:37

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El dibujo, el francés o la música eran saberes que adornaban a las señoritas decimonónicas. En concreto la enseñanza musical era recomendable «incluso en estado religioso o de soltera en la vida civil puede desarrollar atributos maternales», cita Inés Sofía Hidalgo palabras publicadas en El Norte del XIX. Profesores particulares y academias impartían nociones de un arte considerado socialmente beneficioso. Sin embargo no tenía cabida en las academias de bellas artes. Será la Purísima Concepción de Valladolid la que solicite a la de San Fernando en Madrid la inclusión de una sección de música. Corría 1879, lo que la convierte, según Ignacio Nieto Miguel, en la pionera. Esa sección sería el germen del actual conservatorio profesional. Las andanzas legales para lograrlo entre 1911 y 1928 conforman el objeto de la tesis de este reciente doctor, La música en la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid. Creación y consolidación de su Escuela de Música, 1911-1928.

Músico práctico, director de coros, organista, un trabajo de inventariado en el Archivo de la Academia de Bellas Artes de Valladolid inclinó a Nieto hacia una tesis musicológica, a indagar en las raíces del conservatorio en el que estudió.

La aspiración vallisoletana de una sección se logra en 1911, la creación de una Escuela de Música en 1918 y la oficialización de títulos en 1928. Pero lo que se resume en tres fechas tiene detrás el peso del regeneracionismo, las redes clientelares provinciales, el afán regionalista de Valladolid y la inquietud real de músicos y profesores por ordenar una enseñanza hasta el momento caótica. «Valladolid aspiró a un centro regional. Veníamos de la crisis de 1898 tras la cual cada provincia se sacó sus castañas del fuego, no estaba centralizada la enseñanza musical. En cada sitio se hizo lo que se pudo según las personas», explica Nieto. Y esos protagonistas en Valladolid fueron los ministros Santiago Alba y en la siguiente década, Eduardo Callejo de la Cuesta.

La sección de música se logra con Alba. Nieto recoge el apunte de la respuesta favorable de Madrid en 1911 publicado en este diario y el reconocimiento de que se ha logrado «por conducto del ilustre exministro de Valladolid don Santiago Alba, que ha gestionado con sumo interés el asunto». Ese interés se materializaba en las primeras 26.750 pesetas necesarias para crear el dentro de documentación musical. Ayuntamiento y Diputación unirán sus esfuerzos con distinto entusiasmo según el momento.

Músicos y prohombres

La Academia admitía a sus primeros egresados en relación con este arte recién acogido. Vicente Goicoechea, compositor y maestro de la capilla de al catedral, y Juan Martínez Cabezas serán los encargados de homologar las enseñanzas de ese nuevo centro conforme a un real decreto de 1905. Dos serán los perfiles de los académicos, profesionales de la música compositores, docentes, intérpretes y caballeros con influencia política o prestigios social. Entre esos académicos se forja el profesorado de la primera Escuela de Música. Jacinto Ruiz Manzanares, que ingresó en la Purísima en 1912, será el primer director de la Escuela. El versátil riojano lo mismo tocaba el piano con los violinistas Julián Jiménez y José María Aparicio en el Lope de Vega, Pradera o Calderón como componía o impartía clases. Cipriano Llorente, un farmacéutico con establecimiento en la Plaza Mayor, fundó la Sociedad de Conciertos y la Sociedad de Cuartetos además de acoger soires en su casa los viernes. Discípulo suyo fue Eugenio Muñoz Ramos, al que financió su carrera musical (chelista en la Orquesta del Calderón) así como la de farmacia, a él le traspasó su negocio.

El abogado Sebastián Garrote, pianista ante el público vallisoletano desde 1887, ingresó en la Academia en 1915 e inauguró como secretario la Escuela tres años más tarde, donde daba clases de solfeo.

Alba, Bretón y Muro son los prohombres que alientan la primera Escuela de Música de la Academia que anuncia la apertura del plazo de matrícula en los diarios para el curso 1918-1919. 10 pesetas por el curso de solfeo y 15, por el de piano. «En aquellos primeros momentos los profesores ni cobran, hay un altruismo alentado por la esperanza de que se oficiliazaría en un tiempo y tendrían su plaza», aclara Nieto. Aquellos pedagogos a domicilio regalan su trabajo a la misma clientela. La música la tocaban en público hombres, pero la aprendían en privado las mujeres.

Las hijas de la burguesía

El alumnado de esa primera Escuela de Música era predominante femenino, hijas de la burguesía acomodada cuyos aprobados eran celebrados en notas de El Norte y el Diario Regional. «Es curioso como muestran sus tendencias. El Norte liberal, de Alba, daba información de este proceso, comenzó a hacerse crítica. En cambio el Diario, portavoz de la Iglesia, no, hasta que se puso al frente Julián García Blanco». Blanco asumió las dirección de la Escuela a partir de 1928, era maestro de capilla de la Catedral de Valladolid y fundó la Coral Vallisoletana. «Don Julián tenía un sentido social de la música, sentía que debía abrirla y profesionalizarla, más allá de la burguesía y el paseo San Francisco».

García Blanco será quien vuelva a usar la política y las instituciones para lograr la oficialización de los estudios musicales. Pidió ayuda a su amigo Callejo de la Cuesta y urdió dos encuentros definitivos en 1927. El primero, una misión de ministros del Gobierno de Primo de Ribera a los que hizo pasar por el Museo de Bellas Artes (Palacio de Santa Cruz), en cuyo claustro estudiaban los alumnos de música y donde se vieron obligados a admirar sus voces. El segundo, en Medina del Campo, durante una visita oficial del General. Un años después la Escuela tenía reconocimiento de conservatorio oficial.

El profesorado creció con la presencia de auxiliares. El alumnado se dividía según el sexo. El solfeo para chicas era impartido por Josefa G. Silva mientras que a los chicos se lo enseñaba Eugenio Fernández. Las alumnas de piano iban a clase con Irene González y los alumnos, con Aurelio González. Ese era el camino para «el mejor recreo del espíritu», la música, que procuraba además «un agradable, decoroso y digno medio de vivir».

La inmersión en esas décadas determinantes de la enseñanza musical en Valladolid le ha permitido a Nieto establecer lazos con sus sucesores. «El actual director del Conservatorio, Mario Garrote, desciende de Sebastián Garrote. También dio clase en aquella Escuela Eugenio Fernández Arias, compositor y abuelo de la profesora María Antonia Fernández Hoyo. Ha sido emotivo encontrar a los descendientes de gente que hizo tanto por la enseñanza musical aquí, tener testimonios vivos».

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