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JAVIER PRIETO
Domingo, 29 de abril 2012, 12:17
Corría el final del siglo XI y el principio del XII. En plena Edad Media cuadrillas de canteros y artesanos andaban los caminos que se iban abriendo más allá de las montañas cántabras, hacia el sur, hacia la semidesierta todavía meseta castellana. Poco a poco los pobladores pioneros habían ido convirtiendo sus provisionales campamentos en núcleos de población perfectamente asentados que comenzaban a prosperar al abrigo de los numerosos valles.
El trabajo era abundante para estos artesanos de la piedra capaces de reproducir las tendencias arquitectónicas más vanguardistas. En los valles, en los collados o en los lugares donde el hombre había adorado a sus dioses desde el principio de los tiempos, comenzaban a levantarse pequeñas ermitas y altas espadañas, campanas al viento, construidas para resistir sin problemas el embate de las nieves por los siglos de los siglos.
Recorrer el norte de la provincia de Palencia es adentrarse hoy en una de las más grandes concentraciones de iglesias románicas de toda Europa. No son, desde luego, los mejores ejemplos aunque sí los hay de notable factura que podemos admirar en este estilo, pero es tal su diversidad y su particular encanto que saltar de valle en valle es ir recorriendo un largo rosario de pequeños templos repletos de la espiritualidad sencilla y a la vez profunda del pueblo montañés.
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