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GUILLERMO DE MIGUEL AMIEVA
Domingo, 23 de septiembre 2007, 02:36
REGRESO de los valles asturianos donde el horizonte se pliega y no permite ver más allá. Todo estaba recogido hace poco, me sentía inmerso en el cuenco de una mano gigante verde y abrupta, sembrada de castaños, robles, hayas y abedules, descansaba en el regazo de la tierra asturiana donde revivía el confort del claustro materno eludiendo el compromiso de la vida de cada día.
Como si de un nuevo parto se tratara, he abandonado ese claustro cómodo para nacer de nuevo. Cada año por septiembre vuelvo a nacer recuperando el alma que tenía antes de las vacaciones. Parece como si el prodigio de la reencarnación se produjera en mí cada otoño, pero sucede que me reencarno en lo que era antes de partir. Se trata de una reencarnación repetida y constante, musical como las olas marinas. Otra vez soy yo después de no haber sido, de haberme olvidado que existo en la cotidianeidad de nuestra ciudad.
Descubro afortunadamente que no tengo síndrome postvacacional, esta depresión moderna instalada en los corazones de aquellos que hacen del mes de vacación el motivo esencial por el que se vive. No quiero caer en los valles luctuosos de esa vorágine que oscurece la vida. Prefiero pensar que la ciudad que habito me ofrece cosas dignas de ser vividas y por ello quiero trasladar al lector este impulso vital que me anima a seguir viviendo.
Palencia aporta tranquilidad oceánica, lisura pacífica y en calma en la que puedes zambullirte disfrutando de cierta inevitable relajación. No entiendo por qué ir a contracorriente pretendiendo una vida agitada que esta ciudad no puede reportar.
Me dejo llevar por el tiempo amortiguado, me consumo en la lentitud dejando suaves estelas de andadura melancólica a mis espaldas, me recreo contemplando atrás el tiempo como si pudiera recuperarlo -con la imaginación se puede un poco- y disfruto de un futuro planificado que me posibilita observar lo que se cierne, ese horizonte que puedo construir.
En la mesa del salón reposan libros apoyados unos sobre los lomos de los otros. Son los libros que leeré durante el otoño-invierno ('pret a porter'), libros que me permitirán bucear en el saber de muchas cosas. Estoy acabando la 'Historia de los pueblos de habla inglesa' de Winston Churchill. A su lado espera turno un ensayo sobre el mundo grecorromano de la Editorial Crítica que compré a Fernando Sabugo antes de partir de vacaciones y que dejé expuesto a la soledad de ese salón inhabitado en agosto. Hay otro ensayo inacabado de Pedro Salinas y otro que contiene lo más sobresaliente de Carlos Marx; otro de Menéndez Pelayo sobre la historia de España y otro de Miguel Herrero de Miñón sobre el valor de la Constitución. Todos forman una torre que insinúa protegerme del invierno y a la que añadiré algún eslabón más sobre la Reforma Luterana, ese tiempo que cambió Europa y que tanto me intriga.
También me esperan los títulos de los artículos que escribiré durante el año. Ignoro la temática, desconozco la inspiración que alumbrará mi mente, son mis fantasmas domésticos, mis ilusiones, pequeños hijos manejables que engendro en este ordenador, una familia que vengo construyendo desde hace una década y que ya integra una buena camada.
Todo se lo debo a la confianza de las personas que siguen creyendo en mis publicaciones. Puede ser que escriba sonetos y quizás algo más elaborado. Es casi seguro, por tanto, que escribir llenará parte de mi tiempo y que buscaré fotografías hermosas que me permitan retener instantes memorables.
El regreso es esto. Ducharte con lo de siempre, con el agua refrescante de tu propia historia. A medida que construyes una rutina resulta que es más fácil habitar el tiempo. Por eso sé que, aunque no haga viajes largos de los que anuncian las agencias, esos de los que se vuelve luego con depresión postpago, sí viajaré por nuestras comarcas palentinas repitiendo las excursiones que he hecho decenas de veces pero que, no por repetidas, dejan de gustarme. Antigüedad, Vertavillo, Castrojeriz, Medina de Rioseco, Meneses, Ampudia, Cevico la Torre y Cevico Navero y, sin duda, la Montaña Palentina o el Canal me permitirán esos viajes más largos que no puedo hacer; quizás a Sicilia, quizás a la India, Londres y toda Inglaterra.
Y nadaré con mis hijas en Santa Marina y en el Club Jotaeme todo el invierno. Patinaré con ellas por la Calle Mayor y saldré de mis soledades para encontrarme y desencontrarme con mi mujer. Ya decía Einstein que él era pacifista porque tenía de sobra con la guerra con su mujer. No sabía nada el punto de la relatividad emocional femenina...
Junto a los libros mencionados, hay uno ya leído que quiero releer del fallecido Julián Marías, que se titula 'Breve tratado sobre la ilusión'. Lo traigo a colación porque la vida, de regreso de las vacaciones, ha de ser vivida con ilusión, tiene que responder a un proyecto de vida madurado y organizado, tenemos que tener vocación por vivir y por ser felices y eso, querido lector, entiendo que responde a un lento proceso de construcción espiritual que no venden en las agencias de viajes, esos lugares infernales que te hacen soñar lo efímero como el antídoto de los males del alma.
Yo estoy andando el camino de la ilusión. Me ilusiona escribir, leer, fotografiar, nadar, patinar, me ilusiona vivir cada día a lomos del dios Tiempo, cabalgando por la existencia con él en la creencia de que la salvación es un compromiso de cada individuo consigo mismo.
Hemos de llenar la soledad con nuestras pequeñas cosas huyendo de las agencias de viajes porque el único viaje grande que hemos de hacer, a mi juicio, es el del espíritu, ese que se construye con la sabiduría, la fuerza y la belleza.
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