Veinte años del adiós al Coca, el cine que colonizó el nombre de una plaza de Valladolid
Esta semana se cumplen dos décadas desde que las máquinas se comieron la estructura de unas salas pioneras que abrieron en 1930 y proyectaron su última película en enero de 2003
Una nube de polvo envolvió aquel 11 de agosto, desde las 14:30 horas, la plaza de Martí y Monsó, la calle San Lorenzo, el entorno de Poniente, los corazones de miles de aficionados al cine en Valladolid. Aquel día de 2005, hace justo veinte años, las excavadoras reducían a escombros buena parte de los recuerdos cinéfilos de una ciudad. Las máquinas se llevaban por delante tres pantallas gigantes, decenas de butacas, una fachada azul metálica que era la puerta de entrada a una constelación de estrellas, a un templo de la ficción. Hace dos décadas, los cines Coca desaparecían para siempre del mapa de Valladolid. Eso sí, su recuerdo, curiosamente, todavía permanece en la vida cotidiana de la ciudad. Porque aquí se sale de fiesta, cañas y copas por Coca más que por la plaza de Martí y Monsó.
El derribo del viejo cine, que se prolongó hasta el 25 de agosto de 2005, dejó un breve solar en el centro, ocupado después por un edificio de viviendas con cuatro alturas. Se ponía fin así a una aventura cinéfila que comenzó hace 95 años, cuando Valladolid estrenaba una sala pionera: la primera diseñada para proyectar películas de forma exclusiva. Sin escenario. Sin camerinos. El cine como único reclamo, tal y como recuerda Daniel Villalobos Alonso en 'Arquitectura de cines en Valladolid', un libro editado por el grupo de investigación de Arquitectura y Cine de la Universidad.
La inauguración tuvo lugar el sábado 15 de marzo de 1930, con las proyecciones de 'Flying Romeos', una comedia de acrobacias aéreas dirigida por Mervyn LeRoy, y 'El despertar', una historia de amor ambientada justo antes de la Primera Guerra Mundial y con la firma de Victor Fleming. Fueron las primeras películas que disfrutaron los espectadores vallisoletanos en este «hermoso coliseo, un orgullo para Valladolid», como lo definió El Norte de Castilla en la crónica que daba cuenta de su apertura.
El Cinema Coca abría sus puertas en un solar con solera escénica, en la estela del viejo corral de comedias y una vez reformado el Gran Teatro que hasta ese momento estuvo allí. Lo hacía gracias al impulso de Julián Coca Gascón, banquero salmantino, y Joaquín González Coca, que confiaron el proyecto inicial al arquitecto Joaquín Secall.
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El reportaje del periódico (publicado el 18 de marzo de 1930) ensalzaba las bondades del nuevo local, que nada más atravesar sus puertas ofrecía al visitante «un amplio vestíbulo en el que están emplazadas las taquillas para el despacho de localidades. A ambos lados se practican dos grandes entradas que dan subida al anfiteatro y al frente se encuentra un segundo vestíbulo, a cuyos lados se instalan los servicios de bombonería y bar, espléndidamente montados». Las escaleras eran de mármol blanco y «peldaño suave». Los baños de las mujeres contaban con «elegante tocador». En el guardarropa había personal «de competencia y honradez probada».
Las instalaciones se completaba con una bombonería (con chocolates de la marca 'Bubi'), un salón de té, otro para fumar, dos bares (uno de ellos explotado por el industrial Luis González 'Chiquito') y un pequeño habitáculo que funcionaba como botiquín. La gran sala de proyección tenía aforo para 1.458 espectadores: 952 estaban acomodados en las 34 filas del patio de butacas, mientras que el anfiteatro contaba con 506 asientos, en 18 filas al 30% de pendiente. Y una curiosidad: se había proyectado una puerta de salida hacia la calle San Lorenzo y otras dos a la plaza del teatro. «Ello evita aglomeraciones enojosas entre quienes pugnan por salir, luchando con quienes sienten afanes por entrar, como sucede en muchos edificios destinados a espectáculos». Y por si todo esto era poco, la sala incorporó a los pocos meses, en enero de 1931, un nuevo equipo de sonido sincronizado. La entrada costaba entonces dos pesetas en butaca (tres si se incluía vermú). Eso, para los fines de semana, porque la sesión ordinaria estaba entre los 60 y 70 céntimos.
Y ojo, porque la inauguración llegaba con susto. Los vecinos vieron cómo días antes de su apertura, los operarios sacaban grandes sacos de 70 kilos llenos de arena. Por los mentideros corrió el rumor de que el teatro se había hundido y se estaban deshaciendo de los escombros. Nada más lejos de la realidad. Esos sacos se habían colocado durante 48 horas en los sillones del anfiteatro para comprobar que podía soportar el peso de los espectadores.
El Cinema Coca se estrenaba así como uno de los grandes escenarios sociales y culturales de la ciudad, en competencia con el Calderón, Lope de Vega, Zorrilla y Pradera. Más aún gracias a su fachada 'art dèco' que tendría a lo largo de sus primeros años. El edificio vivió tres reformas posteriores.
La primera tuvo lugar en 1961, con proyecto de Isaías Paredes y Ángel Rios, que diseñaron una nueva fachada, la reforma del vestíbulo y un letrero con tipografía caligráfica. Los tubos de neón llegarían en el nuevo proyecto de 1974, de Luis Añíbarro y Julián Aguado, estrenados junto a la nueva reforma de servicios, vestíbulo, anfiteatro y bar para la vigésima edición de la Seminci. Los Coca fueron durante años uno de los cines donde se proyectaban los títulos del festival.
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La última gran reforma, como recuerda en su libro Daniel Villalobos, se ejecutó entre junio y octubre de 1990, con la conversión del inmueble en multicines. A partir de ese momento, eran tres salas, con capacidad para 624, 340 y 102 espectadores. Allí pudieron verse, el 13 de enero de 2003, las últimas películas que proyectó el Coca: 'Harry Potter y la cámara secreta', 'El Señor de los Anillos, las dos torres' y una reposición de 'El gran dictador'. El cierre llegaba por sorpresa, como explicaron los propios trabajadores, que acudieron ese día a trabajar sin que les hubieran avisado de la clausura. Se emitía así el último fotograma de una historia de cine que vivió el 'The end' en agosto de 2005, hace justo veinte años, con el derribo de una salas cuyo nombre ha quedado en el imaginario vallisoletano.
Porque, para muchos, esa plaza de Martí y Monsó donde estuvo ubicado sigue siendo la del Coca. José Martí y Monsó (Valencia, 1840-Valladolid, 1912) fue profesor de dibujo, paisaje y acuarela (y más tarde director) en la Escuela de Bellas Artes de Valladolid, además de conservador del Museo Provincial. El Ayuntamiento decidió bautizar con su nombre, el 28 de enero de 1921, un espacio de la ciudad que había recibido antes los nombres de calle Nueva de San Llorente (a finales del siglo XVI), calle de las Campanas (como aparecía en el plano de 1738) o plazuela del Teatro, su nombre desde 1775, como recoge el libro 'Nuestras calles y sus personajes'.
Esa zona vivió una espectacular transformación hace casi treinta años. En diciembre de 1996, después de tres meses (y una inversión de 73 millones de pesetas, 438.000 euros al cambio) se estrenaba la nueva plaza de Coca, completamente peatonalizada. Para la rehabilitación, en un principio se pensó en un gran escenario al aire libre, lo que suscitó numerosas críticas vecinales. Finalmente, el Ayuntamiento tuvo que rehacer el proyecto, que incluyó la fuente de las Sirenas (de María Escribano y Concha Gay) y la escultura del comediante (de Eduardo Cuadrado). Además, eliminó unas escalinatas previstas para acceder a la plaza desde Poniente y suprimió, de forma definitiva, cerca de cuarenta plazas de aparcamiento que había allí.
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