Devoción en tiempos de pandemia
Castrillo Tejeriego celebra de forma íntima a su patrona, la Virgen de Capilludos
Castrillo Tejeriego fue uno de los primeros, y pocos, pueblos de Valladolid y de Castilla y León en pasar a la primera fase de la desescalada ... del desconfinamiento. Esto apenas alteró su tranquila vida, la cual, si retratamos en estos momentos, muestra la misma foto fija que el resto del país: mascarillas, distanciamiento social y la extraña sensación de despertarse de un mal sueño. De salir a la calle y observar que el decorado es el mismo pero la trama ha sufrido un giro completamente inesperado, uno que permanecía agazapado en un pliegue imperceptible del guión, invisible al tacto, a la vista, y, si me apuran, incluso al sexto sentido.
Afortunadamente en Castrillo de Tejeriego esta historia sigue contando con todos sus protagonistas tras la fase crítica de la covid-19. Protagonistas que en tiempos de pandemia mantienen intacta, incluso reforzada, su devoción a la patrona, la Virgen de Capilludos. Volvieron a demostrarlo este pasado martes durante la celebración de su fiesta acudiendo a una eucaristía que en esta ocasión tuvo un carácter íntimo, sin procesión posterior y sin las aglomeraciones de otros años cuando la festividad se celebra el sábado más cercano al día patronal para que los hijos del pueblo que residen fuera se acerquen a él.
La misa fue seguida por apenas 30 vecinos diseminados por el amplio templo, un santuario levantado a las afueras de la población, a 1 kilómetro, en lo alto de una pequeña colina rodeada ahora de un incesante oleaje de cereal y de una primavera este año desbordada.
La ubicación de la ermita no es casual, así como la advocación de la patrona. En ese cotarro, en un árbol -del que se conserva un tronco en un relicario-, «se apareció la Virgen a un serrano que estaba de paso. La metió en la capucha de su sayo, y, por llevarla ahí, se la puso ese nombre», explica Timi Esteban, vecina de Castrillo Tejeriego que, a sus 84 años, volvió a ser fiel a la cita con su Virgen, «a la que tenemos mucha devoción, a la que queremos mucho».
Timi Esteban se acercó a la ermita acompasando sus pasos a la punta de un paraguas con el que los afianzaba en el suelo. Al mediodía, una hora antes de la misa, explicaba que iba «un poco más pronto por ir más tranquila. Y si hace mucho calor me abro el paraguas y si no me sirve de bastón».
Con esta convicción y decisión, con mascarilla y con una camiseta estampada con la imagen de la patrona, Timi emprendía el camino mientras otras vecinas salían de sus casas para hacer lo propio, venerar a la Virgen.
En la ermita esperaba ya algún vecino, y el sacerdote, don Miguel, quien encendía las velas de la mesa del altar con la mascarilla antes de ponerse las prendas litúrgicas y dar comienzo a la celebración eucarística, no sin antes completar lo que ahora es otro ritual, retirarse la mascarilla para dirigirse a los fieles, con la debida distancia, claro está.
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