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La infancia, vista desde la lejanía, es una etapa fugaz. Unos años donde no solo se sueña dormido. Se vive a lo grande, sin pararse a pensar en las preocupaciones de un mundo adulto que se ve distante. Y si alguna vez se quiere poner la oreja de más, escucharás que en esos temas no te metas, «que son cosas de mayores». Eso sí, en esa fase siempre se sueña con ser adulto y, el que aún no ha llegado a ella, debe prepararse para la pregunta de los siguientes cinco años (como mínimo). El ¿qué quieres ser de mayor? se convierte en la pregunta del millón y eso que no aparece en ese programa de televisión que los padres ponen a la hora de cenar. Y cómo no, la respuesta de cada día es una sorpresa. Policía, médico, arquitecto, astronauta. «¿Y por qué no puedo ser todo a la vez?», se pregunta el pequeño, si cuando está con sus juguetes puede ser lo que él quiera, hasta superhéroe. Cuando te quieres dar cuenta, la pregunta del millón se la está formulando a sus hermanos pequeños, primos e incluso a esa criatura que aún usa pañal y chupete. Verlos divertirse con los que en su día fueron sus juguetes le es extraño. Las muñecas de Famosa, el Scalextric que tantas veces ha salido disparado del circuito o el Yano Cuentacuentos que le daba miedo pero al que al final cogió el gustillo son ahora «cosas de pequeños». Abro hilo:
↓ Despedirse de los juguetes cuando se van cumpliendo años puede ser un auténtico duelo. No se quiere ser «el rarito» que con 15 años sigue jugando con sus muñecos, y mucho menos el que sigue rodeando en el catálogo de El Corte Inglés ese juguete que siempre ha querido y que nunca estaba debajo del árbol de Navidad. Como ya se es mayor, dentro de poco tendrá la famosa paga y podrá comprárselo con sus propios ahorros. Algo parecido le ocurrió de niño a José Manuel Fernández Carneiro, un vecino de Medina del Campo que soñaba con tener el mítico autobús Rico de los años 80, pero como otros tantos deseos de la lista «no pudo ser». El autobús no llegó puntual en los ochenta, pero sí lo hizo en 2004. El juguete llegaba a sus manos con la misma ilusión, pero con una única diferencia, tenía 31 años. Daba igual, ya podía tachar de su lista de sueños el haber conseguido el autobús Rico y, aunque no fuese a jugar con él, lo tendría expuesto en la estantería de su casa sin ningún tipo de vergüenza. Entre tanta monotonía, José Manuel había conseguido una chispa de su infancia, un juguete que le recordaba a aquellos tiempos tan valiosos y que tenía casi olvidados. Lo que jamás pudo haber imaginado es que ese regalo truncado de la infancia sería el primero de su colección de más de 10.000 juguetes de época.
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↓ Que sí, que «ya era mayorcito» para andarse con juguetes, pero eso le daba igual. Ya no solo era el autobús Rico, era alguno más. Las estanterías de la habitación de José Manuel se llenaban cada vez más a lo largo de los años. Tanto que tuvo que comprar en Medina una nave pequeña que antes funcionaba como una tienda de muebles «para albergar todos los juguetes», explica Fernández. Ya no eran varios, tal vez cientos de piezas de su infancia que iba recolectando, y que en ese momento se peleaban por buscar un hueco en la antigua nave de muebles. Había que pensar algo sin perder mucho tiempo, ya casi no quedaba espacio, y deshacerse de algunos juguetes no era una opción. Lo que le pasó después, a José Manuel le gusta resumirlo con un «y hasta ahora». Y lo que ocurre ahora es que José Manuel tiene 51 años y, además de ser adulto para las cosas de niños, es el dueño del Museo del Juguete más grande de España. Eso suena un poco más de mayores ¿no?. Lo cierto es que este vecino de Medina del Campo no se deshizo de ninguna de sus valiosas adquisiciones, al contrario, siguió aumentando su colección en el número 16 de la carretera de La Seca.
↓ La cosa no es que se le fuera de las manos, es que para ser el más grande del país tiene que haber muchos juguetes. «Contamos con 10.000 piezas y estamos rozando las 11.000», añade, pero claro aún hay más «unas 6.000 piezas sin exponer», desvela. El pequeño rincón de infancia de José Manuel lleva abriendo sus puertas desde el 28 de octubre para que otros niños atrapados en un cuerpo adulto puedan volver por unos minutos a sus años de oro. «Entre amigos y conocidos pensamos que esto se tenía que abrir al público y que la gente lo conociera», comenta. Al entrar en la exposición no solo se entra en contacto con esa nostalgia y cariño a aquellas piezas que quedaron en la memoria, sino que aparecen juguetes que los más jóvenes ni siquiera reconocen. Desde los de los años sesenta a colecciones de Lego que están saliendo en la actualidad y que los responsables del museo siguen «haciendo». Y así hasta poseer esas 16.000 piezas, aunque en el museo solo se vean 10.500. La pregunta del millón para José Manuel ha cambiado, está claro que uno de sus logros es haberse convertido en el dueño del museo que todo niño querría tener. Ahora la pregunta que más se repite es ¿cómo consigue una colección tan diversa?. Y es que ahora que ya es adulto puede permitirse pasar muchas horas en Internet buscando todo tipo de artículos de su infancia. «He viajado mucho. Muchas de estas piezas son de mercadillos, subastas o incluso amigos que me ofrecen piezas», desarrolla. Y como buen niño, tampoco se pone a calcular el valor que tiene todos los juguetes de la nave de Medina, eso se lo deja a los curiosos. Pero asegura que «hay piezas que del precio que yo compré hasta ahora han subido mucho».
↓ Eso sí, siempre hubo favoritos, o por lo menos juguetes que para él tienen un valor especial por alguna u otra razón. No tarda en mencionar el primer coche de radiocontrol. «El Seat 1500 lo gané en una subasta. Recuerdo que había muchísimos pujadores, muchos coleccionistas a nivel nacional», recuerda. Le costó conseguirlo pero ,como otros tantos, ya forma parte de su colección. Más favorito, esta vez no es un autobús, sino un camión de Rico. «Es una pieza que exportaban de España a México bajo la marca 'Ensueño'. Fue una odisea traerlo a España. Y otros que «llegaron por accidente y se quedaron», como el palacio de Oriente que de alguna manera terminó en el museo cuando en un principio iba a estar de manera temporal para trasladarlo hasta Uruguay. Desde piezas pequeñas como los Montaplex hasta verdaderos tiovivos, todos y cada uno de ellos han sido recopilados por ese niño que José Manuel siempre ha llevado dentro. Y de una forma u otra ha logrado despertar a los vecinos de Medina del Campo y alrededores ese niño interior. «Algunos se encuentran con ese juguete que hace 40 o 50 años que no veían», afirma. Desde luego, todos lo acogen con una sonrisa «y con sorpresa», pues nadie se hace a la idea de que un juguete pueda estar en un museo. «Siempre lo asociamos todo a cuadros, a esculturas, a iglesias, pero el juguete al ser algo muy simple puede pasar desapercibido», añade. Y cuando entran por la puerta entienden por qué es un museo de juguete y, alguno que otro, se va con el sueño frustrado de tener algo así en casa.
↓ «Pues haberlo aprovechado en su momento», que le dirían sus padres. Y a seguir con otras cosas, pero esta vez de adultos. Ahí la película cambia y el plan no se ve tan apetecible, al menos no tanto como cuando se es pequeño y la preocupación es otra. Por aquel entonces lo triste era no tener ese juguete que tanto se quería y, si alguien de la escuela lo traía a clase, se tenía la oportunidad de jugar un rato con él para quitarse el «gusanillo» durante unos instantes. Se enseñaba a compartir de todo, hasta lo que no se tenía, y así todo era mejor, no como ese mundo de adultos en el que todo se veía más egoísta y frío. José Manuel ha pensado en todo, es por eso que cuando abrió al público su colección lo hizo con una única condición, «que todo lo que el museo genera, revierta otra vez en los niños, sobre todo en los que en su mayoría están en situaciones especiales, de vulnerabilidad y que económicamente sus padres no puedan dar de sí», anuncia. De ahí nace su otra extremidad que le une aún más a su lado infantil, la fundación Juntos por una Sonrisa.
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↓ Este proyecto no solo le ha permitido hacer feliz a muchos pequeños, sino que también «da de comer dos veces al día a más de 50 niños» en una guardería de Párraga, en la Habana (Cuba), a que visitan «con bastante frecuencia», explica. Sin ir más lejos, hace un par de semanas el museo Ricordi se mantenía cerrado por esta misma razón. «El dinero del proyecto nos ha ayudado a dar de comer a diario a un comedor de 70 ancianos en esta misma ubicación», continúa. Y ,por si faltaba ayuda, «se ha creado una ludoteca en Rueda y un centro de apoyo escolar en Medina del Campo», anota. Se podría decir que aquel niño que soñaba con tener su autobús Rico en los ochenta ha cumplido con creces su sueño y alguno que otro más. «La última visita a Cuba fue dura, la situación cada vez es más complicada, más conflictiva y con muchos problemas de abastecimiento», lamenta Fernández. Para él, ver con una sonrisa a aquellos niños que a pesar de su situación se emocionan al verle llegar lo es todo. «Para nosotros es difícil imaginar que alguien en pleno siglo XXI está pasando ese tipo de cosas», prosigue. Y aún espera viajar en un futuro a Colombia y Venezuela para que esta ayuda pueda seguir expandiéndose. Cuando era un niño de 10 años jamás se lo imaginaría. Ahora tiene una vida diferente, con problemas de adulto pero con un proyecto del que todo niño, y no tan niño, querría disponer.
El Hilo cuenta la próxima semana que Valladolid por muy extraño que pueda sonar, al igual que otras ciudad, también tiene himno.
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