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Las puertas del Campo Grande a principios del Siglo XX. Fundación Joaquín Díaz
La visita real que marcó la historia de las puertas del Campo Grande
El Cronista | Historias de aquí

La visita real que marcó la historia de las puertas del Campo Grande

El Ayuntamiento quiso dotar a la ciudad de una noble entrada del entonces conocido como camino de Madrid

Jesús Anta

Valladolid

Jueves, 2 de enero 2025, 07:55

Una de las construcciones acaso poco valoradas de Valladolid, es la Puerta del Príncipe que cierra el Campo Grande mirando hacia el Arco de Ladrillo –otra de las construcciones más notables de la ciudad-.

Esta puerta, también citada en plural «puertas», que ahora vemos, es el resultado de varias edificaciones sucesivas a partir de que en 1840 el Ayuntamiento quiso dotar a la ciudad de una noble entrada del entonces conocido como camino de Madrid que, atravesando el Campo Grande, enfilaba directamente hacia la calle de Santiago recorriendo lo que ahora conocemos como paseo del Príncipe.

La Corporación quería dota a esta parte de la ciudad de un bello aspecto, pues no en vano era el acceso más importante de la ciudad y lugar muy concurrido especialmente los días festivos. Tal era así el aprecio de la población por este lugar, que cuando el Ayuntamiento en febrero de 1849 cedió al Cuerpo de Ingenieros el terreno de la antigua huerta del Carmen para hacer un vivero de árboles, le obligó a que lo cerrara con un enverjado que aunque fuera sencillo, sin embargo ofreciera un aspecto elegante. La huerta estaba al lado (y por detrás) del convento de los Agustinos-Filipinos, frente al Campo Grande y junto al camino de Madrid.

Detalle de uno de los leones que coronan las puertas.

De pobre aspecto y de materiales precarios debían ser aquellas primeras puertas, llamadas entonces Puertas de Madrid, a todas luces indignas, tal como relata María Antonia Fernández del Hoyo en su impagable libro «Desarrollo urbano y proceso histórico del Campo Grande de Valladolid».

Tan poco gustaban las puertas que apenas diez años después ya se estaba pensando en hacer unas nuevas aprovechando la visita que en julio de 1858 iba a hacer la reina Isabel II acompañada de su hijo el príncipe Alfonso. El caso es que cuando llegó la comitiva real -julio de 1858- las puertas no debían tener el monumental aspecto que pretendió el Ayuntamiento: no se sabe muy bien lo que verdaderamente estaba construido cuando la reina llegó a la ciudad, pero algo se debió hacer para dar a las puertas de Madrid un aire más noble y, además, se había acordado cambiar su nombre para llamarlas del «Príncipe Alfonso».

Efectivamente, en el pleno Municipal del 18 de junio de 1858, el alcalde, Antonio Florencio Vildósola, recuerda que la comisión de Festejos había acordado rematar la puerta por la que en Valladolid entra el camino de Madrid. Un acuerdo que se tomó por la casi segura visita de Sus Majestades a la ciudad. Informa que si la obra se ejecuta con zócalo y coronación en piedra, y las pilastras de ladrillo, el coste ascendería a 35.457 reales, y que si se hace todo en piedra, a 40.667 reales. Eso sí, sin contar con el coste de las rejas y las puertas, pues para ello el alcalde propone que se aprovechen enrejados que tiene el Ayuntamiento en sus almacenes.

Restauración de las puertas en 1998.

Los concejales acuerdan que, efectivamente, se termine de construir la inacabada puerta, toda ella en piedra de Villanubla, de tanta calidad como la que ya tenía, y que se la llamara del Príncipe Alfonso, en honor del recién nacido heredero al trono –el futuro Alfonso XII-, pues «eso sería muy grato de los reyes».

El gobernador provincial aprobó inmediatamente que se ejecutara con los materiales disponibles y que lo que faltara se comprara con rapidez, para que las puertas estén concluidas «el día en que Sus Majestades se dignen hacer su entrada pública en esta ciudad, cuyos habitantes les esperan con grandes muestras de regocijo, queriendo con este monumento perpetuar la memoria del tierno Príncipe que está llamado a regir esta Monarquía».

Para ahorrar costes y tiempo, la obra no se sacó a subasta y la dirección se encargó a los arquitectos municipales. Sin embargo, por las razones que sean, el remate que había de coronar la puerta, se sacó a subasta, lo que desagradó al escultor y profesor de la Escuela de Bellas Artes, Nicolás Fernández de la Oliva (el autor, años más tarde, de la estatua de Cervantes de la plaza de la Universidad). Así que dirigió escrito al Ayuntamiento solicitando que se suspendiera la subasta, pues ese encargo ya se la había hecho a él «por ser la única persona autorizada para su ejecución y, además, estar nombrado Escultor Titular del Excelentísimo Ayuntamiento» –título que se le había otorgado el 25 de octubre de 1856-. Y añadió que era Escultor de Cámara Honorario de Su Majestad, catedrático por oposición de la clase de Escultura en la Escuela de Bellas Artes de Valladolid, y Académico nato de Bellas Artes.

El Ayuntamiento estimó su reclamación y el 21 de enero de 1860 se firmó un convenio con él para la ejecución de la coronación de la Puerta del Príncipe Alfonso. De este asunto sabemos que al parecer, el escultor no cumplió en plazo comprometido para la entrega de su obra.

Las verjas y puertas de hierro aún tendrán que esperar a 1863 para estar definitivamente instaladas.

En 1868, con la Revolución que destronó a Isabel II y la envió al exilio, el municipio cambió el nombre de las puertas por el de Béjar, hasta que restaurada la dinastía en la figura de Alfonso XII, las puertas volvieron a ser llamadas del Príncipe Alfonso.

Las puertas terminaron por ser decorativas cuando la carretera de Madrid dejó de pasar por ellas, y un nuevo replanteamiento de la urbanización del Campo Grande llevó a que en 1895 se desplazaran unos metros, En ese tránsito al parecer el monumento perdió los ornamentos que la decoraban: el escudo de la ciudad, o acaso el real, y dos leones que la coronaba y que en su día esculpió Fernández de la Oliva.

La rehabilitación en 1998 de la puerta, que culminó la obra del enverjado que rodea todo el Campo Grande, incluyó no solo su limpieza y restauración de las verjas y puertas de hierro, sino también devolver a las dos columnas octogonales los leones, a imitación de los que coronan las puertas de acceso al viejo vivero municipal del paseo de Isabel la Católica. Los leones del Campo Grande se encargaron al escultor vallisoletano Rodrigo de la Torre Martín-Romo, un restaurador y cantero de reconocido prestigio nacional en su gremio, fallecido en febrero de 2023.

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