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El Quijote, motivo de orgullo español y vallisoletanoFaltaban todavía dos años cuando, desde las páginas de 'El Imparcial', el escritor y periodista Mariano de Cavia lanzó la famosa proclama: «Es menester que en 1905 se haga la más luminosa y esplendorosa fiesta que jamás ha celebrado pueblo alguno en honor de la mejor gloria de su raza, de su habla y de su alma nacional». Era el 2 de diciembre de 1903 y el afamado periodista se refería, claro está, a la necesidad nacional de conmemorar la publicación de la primera parte de 'El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha', de Miguel de Cervantes. Valladolid habría de tener un lugar privilegiado en los festejos, toda vez que Cervantes residió aquí, en una casa situada en el llamado Rastro Nuevo de los Carneros, entre 1604 y 1606, y fue precisamente durante su estancia vallisoletana, concretamente el 26 de septiembre de 1604, cuando obtuvo el privilegio real para la impresión del libro, cuya primera parte vería la luz en mayo del año siguiente. Es más, a decir de Francisco Rico, fue en Valladolid donde se vendieron, poco antes de Nochebuena, los primeros ejemplares del libro, antes incluso que en Madrid.
El Ayuntamiento vallisoletano recogió el guante y ya en 1904, su regidor, Pedro Vaquero Concellón, comenzó a preparar todo lo necesario para la apoteosis del año siguiente. Como han escrito varios autores, el III Centenario del Quijote fue también una manera de fortalecer el sentimiento nacional tras el llamado Desastre del 98, de manera que, a través de la efeméride cervantina, su gran obra se convertiría en símbolo y estandarte de toda la nación. El 2 de enero de 1904 se publicaba en La Gaceta de Madrid el Real Decreto que recogía la creación de la «Junta para secundar y ordenar la conmemoración del Tercer Centenario de la aparición del Quijote», y acto seguido se creaba en nuestra ciudad la comisión organizadora, presidida por el Ayuntamiento. Se trataba, en palabras de este rotativo, de «ensalzar la memoria de nuestro manco ilustre, modestísimo vecino de una casa del Rastro viejo».
Fueron tres días frenéticos aquellos de mayo de 1905, en los que ya ostentaba el bastón edilicio el conservador Casto González Calleja. El acto más impresionante tuvo lugar el día 7 a las 10 de la mañana, con una procesión cívica que, partiendo de la Universidad, recorrió las calles de Cabañuelas, Baños, Macías Picavea, Platerías, Lencería, Plaza Mayor, Santiago, Plaza de Zorrilla y Miguel Íscar hasta la casa del escritor. Las calles estaban a rebosar y los balcones lucían llamativas colgaduras. La presidencia de tan nutrida comitiva la formaban el rector, el arzobispo, el capitán general, el gobernador militar, el gobernador civil, el alcalde, los diputados en Cortes y los senadores por Valladolid, y los consejeros de Instrucción Pública. Les seguían representantes de las instituciones educativas, culturales, militares y judiciales, de los colegios profesionales y de sociedades de todo tipo. Los escolares llevaban lazos de seda confeccionados por las maestras, y entre los datos curiosos destacaron las banderas costeadas por los alumnos de las Facultades de Derecho y Medicina, la presencia de la Tuna de Oporto y la colocación de un busto, en la Casa de Cervantes, obra del escultor Valentín Pinto. La morada del escritor estaba atestada de gente.
También se colocó una tribuna vistosamente adornada, confeccionada por el arquitecto Juan Agapito Revilla, revestida de paños rojos de damasco, cobijada bajo rico dosel y provista de piso alfombrado. En su discurso, el alcalde hizo un llamamiento a los vallisoletanos para que, siguiendo la estela de Cervantes, «estudiemos para ser cultos, produzcamos para ser ricos y trabajemos para ser grandes». Acto seguido tuvo que matizar lo de «ser ricos» a tenor de las penurias por las que atravesó el autor del 'Quijote'. Al día siguiente, 8 de mayo de 1905, se celebró una misa en San Benito con discurso del canónigo archivero, Manuel de Castro Alonso, quien calificó la obra cervantina de «Biblia de la literatura (...), novela cristiana y moral por excelencia», dejando para el día 9 la distribución, en el Paraninfo de la Universidad, de los veintidós premios literarios convocados por distintas instituciones.
A las cuatro de la tarde les tocó el turno a los escolares de la ciudad: la asociación de profesores privados se encargó de celebrar un festival infantil en el Campo Grande, en el que unas cuantas señoritas, proclamadas reinas de la fiesta, fueron colocando a los pequeños medallas con el busto de Cervantes y la inscripción «1605-1905». «Millares de pequeñuelos, llevando gozosos globos y banderitas con inscripciones alusivas a la festividad, acudieron ordenadamente a los hermosos paseos del Campo Grande», para desembocar luego, en ordenado desfile, en la casa del escritor. El broche de las celebraciones cervantinas consistió en una velada en el Teatro Calderón, a las nueve de la noche, organizada por los estudiantes universitarios, que incluyó la representación de las obras «El asistente del coronel» y «¡Lo mismo!». Aquellos tres días de hace 120 años cumplieron con creces el cometido pretendido, pues, como señalaba este periódico, «ya que no elevamos suntuosos monumentos a la gloria del maravilloso libro, podemos alzar sobre las tristes ruinas de pasadas grandezas el templo magno de nuestras tradiciones bien amadas, de las que significan culto al ideal y homenaje a los genios».
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