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Recreación del suplicio del Empecinado en un dibujo de 1925. EL NORTE
El Cronista

Disputas políticas en el homenaje al Empecinado

El primer centenario del suplicio del guerrillero, celebrado el 19 de agosto de 1925, trató de ser torpedeado por partidarios de la Dictadura de Primo de Rivera

Enrique Berzal

Valladolid

Martes, 19 de agosto 2025, 07:26

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Ocurrió tal día como hoy de hace 200 años: Juan Martín Díez, más conocido como «El Empecinado», héroe de la guerrilla contra las tropas francesas y firme defensor de la Constitución de Cádiz, era salvajemente ahorcado en la plaza de Roa después de soportar varios meses de suplicio. El vallisoletano de Castrillo de Duero aún no había cumplido los cincuenta años y ya era una auténtica leyenda en la lucha por las libertades en España: primero contra los franceses, llegando a ascender, gracias a sus méritos, de guerrillero a brigadier y a mariscal de campo; y posteriormente, una vez expulsadas las tropas de Napoleón, contra el absolutismo de Fernando VII, al defender la Constitución de 1812 y ser ajusticiado por ello. La escena tuvo lugar en la localidad burgalesa de Roa: el Empecinado fue condenado a muerte y ahorcado en la plaza, pese a que previamente logró romper las cadenas que lo maniataban para, en un último esfuerzo, intentar llegar hasta la Colegiata y acogerse a sagrado.

Sin embargo, «cayendo todos sobre él, lo aporrearon y le volvieron a atar. Entonces le echaron la cuerda al pescuezo y el verdugo que estaba ya encima de la horca le estiraba para arriba con ayuda de algunos circunstantes que lo levantaron del suelo suspendiéndole para dar lugar al verdugo a que se pusiese a caballo encima de la víctima, y terminase la obra de iniquidad», puede leerse en una publicación de aquella época. No es de extrañar, por tanto, que una vez muerto Fernando VII y establecido el liberalismo en España, el Empecinado fuera públicamente rehabilitado y ensalzado como uno de los máximos exponentes de la lucha por las libertades. Así se le seguía considerando, sobre todo en Castilla, cuando se cumplió el primer centenario de su muerte, el 19 de agosto de 1925. El problema es que este habría de celebrarse en plena dictadura militar de Miguel Primo de Rivera, la cual había sido impuesta, precisamente, a través de un golpe de Estado contra el sistema constitucional de la Restauración y contra los políticos que lo sustentaban, especialmente contra los liberales.

Arriba, estatua del Empecinado en su localidad natal, Castrillo de Duero. Abajo, lápida conmemorativa inaugurada en el Ayuntamiento de Roa en 1925, y momento de su descubrimiento durante el homenaje. EL NORTE
Imagen principal - Arriba, estatua del Empecinado en su localidad natal, Castrillo de Duero. Abajo, lápida conmemorativa inaugurada en el Ayuntamiento de Roa en 1925, y momento de su descubrimiento durante el homenaje.
Imagen secundaria 1 - Arriba, estatua del Empecinado en su localidad natal, Castrillo de Duero. Abajo, lápida conmemorativa inaugurada en el Ayuntamiento de Roa en 1925, y momento de su descubrimiento durante el homenaje.
Imagen secundaria 2 - Arriba, estatua del Empecinado en su localidad natal, Castrillo de Duero. Abajo, lápida conmemorativa inaugurada en el Ayuntamiento de Roa en 1925, y momento de su descubrimiento durante el homenaje.

Por eso cuando llevaba varios días anunciándose el homenaje al Empecinado en Roa, organizado por una peña cuya sede era, precisamente, el mismo edificio donde estuvo la cárcel en la que encerraron al vallisoletano, saltó la polémica. Los partidarios de Primo de Rivera reaccionaron tildando al homenaje de mera maniobra política por parte de los viejos y denostados liberales. Sus portavoces fueron los periódicos católicos Diario Regional, de Valladolid, y El Castellano, de Burgos. Fue concretamente un colaborador del primero, que firmaba como «Viriato» (seudónimo bajo el que se escondía un conocido catedrático de la Universidad), el encargado de arremeter contra el evento, calificando a sus organizadores de «elementos de los viejos partidos políticos gubernamentales, encadenados o dispersos bajo la acción del Directorio Militar», que, al no poder «intervenir actualmente como tales en la vida pública española», se daban cita en «un homenaje que huele a viejo liberalismo». Este se convertía, por tanto, en un «pretexto para meter ruido con eso de las libertades», pues los organizadores, en lugar de honrar al guerrillero «brillante, glorioso y patriótico», resaltaban «al otro Empecinado, deslucido, vulgar e ininteresante (...), sugestionado por las taimadas y falaces Cortes gaditanas, cuyo espíritu y tendencia seguramente no comprendió».

Aunque la comisión organizadora del homenaje envió la pertinente contestación al Diario Regional desligándose de toda pretensión política y remarcando su condición de «patriotas enamorados de nuestra tradición y de nuestros héroes», el periódico no la publicó. Sí lo hizo El Norte de Castilla, lo que enconó aún más los ánimos de «Viriato», que envió otro artículo al diario católico insistiendo en los argumentos antedichos. El homenaje, pese a todo, fue brillante. Aquel 19 de agosto de 1925, hace justo cien años, las casas de Roa amanecieron con los balcones engalanados, y cientos de personas asistieron al descubrimiento de una placa-homenaje al guerrillero en el Ayuntamiento, obra del escultor Florentino Trapero. El alcalde alabó la figura del Empecinado como «patriota amante de la libertad, a quien todos debemos imitar, ya que supo dar su cabeza al verdugo antes de quebrantar el juramento prestado por la Constitución», al tiempo que desligaba a Roa de toda culpa en su suplicio, cargando toda la responsabilidad en Domingo Fuentenebro, juez instructor del caso y enemigo público del Empecinado. También arremetió, claro está, contra quienes habían intentado torpedear el acto desde El Castellano y Diario Regional.

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