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Aviso previo: lo que leerá a continuación le parecerá una caricatura en comparación con lo vivido el pasado lunes, 28 de abril, a partir de las doce y media de la mañana. Porque ningún apagón en la historia reciente de nuestra ciudad, y ha habido muchos, se aproximó al que nos ha tenido seis horas en vilo: ni por su dimensión, ni por su duración ni, claro está, por sus causas. ¿Se acuerdan, por ejemplo, de aquella hora de «sensación de apocalipsis» (así lo reseñaron algunas crónicas) que se vivió el 6 de marzo de 2014 a causa de una avería en la conexión de la red general a la línea de suministro de la subestación de La Olma? El corte de luz afectó a barrios enteros como Parquesol, Delicias, Villa del Prado, Girón o el eje desde el Paseo de Zorrilla hasta el centro, llegando a afectar también a Arroyo, Zaratán e, incluso, Villanubla. Hubo incluso colisiones de coches y personas atrapadas en los ascensores. Estamos hablando del apagón más reciente ocurrido en nuestra ciudad, pero hubo más y de mayor duración -aunque en circunstancias bien diferentes- desde que en 1887 se inauguró el alumbrado eléctrico en nuestra ciudad por parte de la Sociedad Electricista Castellana, a la que en 1906 reemplazaría la Electra Popular.
De hecho, desde finales del siglo XIX los vallisoletanos tuvieron que acostumbrarse a cortes frecuentes en el suministro de luz en numerosas zonas de la ciudad, casi siempre por averías o catástrofes meteorológicas. Claro que eran otros tiempos: el teléfono alámbrico no se inauguró hasta 1913 y el primer automóvil matriculado en Valladolid, francamente excepcional, data de 1908; de hecho, el primer semáforo no se instalaría hasta el 6 de septiembre de 1957 en la calle Regalado. El primer apagón contemporáneo de importancia se produjo en agosto de 1903 por negligencia de la Sociedad Electricista: cuando se restableció la luz, a las nueve y media de la noche del día 29, «ya era general la impaciencia y hasta nosotros habían llegado quejas amarguísimas que revelaban el profundo disgusto de los abonados», informaba este periódico. El apagón ocurrido en la noche del 6 de diciembre de 1905, de hora y media de duración, afectó a todos los barrios «y a los establecimientos que se alumbran por electricidad», incluidos los teatros de la ciudad: en el Lope de Vega interrumpió la representación de 'La banda de trompetas', y en el Zorrilla, 'El perro chico'.
Los apagones continuaron en los años siguientes y llegaron a hacerse frecuentes, y preocupantes, en plena posguerra, debidos bien a las restricciones del momento, bien a alguna avería achacable a la empresa que explotaba el servicio o, en ocasiones muy concretas, a robos y pillajes: «Por lo visto no tiene arreglo eso de los apagones de la luz eléctrica», se quejaba El Norte de Castilla el 23 de julio de 1947; «en los embalses hay agua sobrada, se han instalado nuevas líneas de conducción y sin embargo los apagones siguen a la orden del día. Y no apagones que duren unos minutos (...), sino apagones que duran dos o más horas y que alcanzan a grandes sectores de la capital». A mediados de junio de 1952, los vallisoletanos se enfrentaban a otra hora y media sin electricidad debido a una avería en la subestación de Iberduero en la calle de la Olma, y lo mismo ocurrió a finales de enero de 1965, pero esta vez de una hora de duración, desde Juan de Mambrilla, Universidad y Santa Cruz hasta el Caño Argales. «Al parecer, se perforó un aislador en la línea norte de alta tensión, una de las líneas que abastecen a Valladolid. Este tipo de averías ocurre con frecuencia en días de lluvia y viento», aclaraba el periodista.
Hasta que aconteció el que sería, hasta el pasado lunes, el corte de electricidad más importante, a decir de este periódico, en la historia contemporánea de la ciudad, «el más general y el más prolongado que recordamos en bastante tiempo». Fueron más de dos horas sin luz ni electricidad en casi todo Valladolid desde la una y cinco de la madrugada del 30 al 31 de octubre de 1967, hasta que se localizó la avería: «La ciudad, en una noche sin luna, estaba como boca de lobo y resultaba francamente temeroso andar por las calles», escribía 'Publio', pseudónimo de Ángel de Pablos. El miedo cundió en la población porque estaba muy reciente el terrible apagón de Nueva York, a finales de 1965, de 12 horas de duración. Este periódico se vio obligado a salir con menos páginas, y el corte de luz continuó en algunas zonas de la ciudad durante la noche siguiente, afectando a los panaderos y dejando a bastantes familias desabastecidas de ese producto. «La técnica es cada día más perfecta, pero cuando una vez falla, quedamos desamparados», recordaba el rotativo.
Otros apagones, aunque molestos, no llegaron a tanto. El del 1 de diciembre de 1968, por ejemplo, afectó a las zonas aledañas a la Plaza Mayor entre las cinco y las seis de la tarde, perjudicando especialmente a los comercios, mientras que el del 16 de octubre de 1969 dejó sin luz, entre nueve y cuarto y diez de la noche, a la cabalgata que celebraba el V Centenario del matrimonio de los Reyes Católicos. Más aparatoso fue el del 28 de enero de 1970, cuando un obrero picó por error un cable de alta tensión, provocando una fuerte explosión en el edificio de la Electra: la zona cercana a la calle Veinte de Febrero estuvo sin luz desde las nueve menos cinco de la mañana hasta las seis de la tarde.
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