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Javier Arias y un compañero del parque de Canterac muestran un panal.

Un bombero instruye a sus compañeros para retirar intactos los enjambres de abejas

Javier Arias, aficionado a la apicultura, ha logrado que el parque de Canterac mantenga con vida a estos beneficiosos insectos para trasladarlos después a su finca particular

Álvaro Yepes

Domingo, 7 de agosto 2016, 21:38

Con la llegada del buen tiempo, e igual que pasa con los incendios, los bomberos de Valladolid son bombardeados por los vecinos con llamadas telefónicas en las que estos alegan haberse topado con un enjambre de abejas y piden que sea retirado con la mayor rapidez posible. Solo en el parque de Canterac cuya jurisdicción abarca un tercio de la ciudad, han recibido hasta 37 avisos a lo largo de estos meses de mayo, junio y julio, época de mayor actividad por parte de estos insectos.

Este trajín abejuno en Valladolid no es algo excepcional; las abejas colonizan cualquier hábitat donde haya plantas con flores. Lo realmente singular es el trato que aquí reciben estas por parte de nuestros bomberos. Javier Arias, como su padre Francisco antes que él, es apagafuegos de profesión y apicultor de afición, y, como amante de las abejas, ha instaurado en la capital del Pisuerga la máxima de preservar la vida de los enjambres siempre que sea posible.

Hasta su llegada, el resto de bomberos hacían lo que podían. «Llegaban y daban un manguerazo de agua. Recibían algunos picotazos y a otra cosa», asegura. Arias comenzó a emplear sus conocimientos de apicultura para salvar a las abejas que se iban encontrando. «Las empecé a llevar a una finca de la familia en Ponferrada, con mi padre», asegura. De esta manera, todas esas abejas rescatadas seguirían con sus vidas en un lugar debidamente habilitado y donde recibirían los mejores cuidados. Todos ganaban.

Pero Arias pronto se percató de que él solo no daba abasto con tantas abejas y estas no podían ser una responsabilidad únicamente suya. «Te das cuenta de que no vas a estar siempre y de que no puedes ser imprescindible. Por eso decidí instruir un poco a mis compañeros para que todos fuesen capaces de, por lo menos, salir del paso», afirma.

Dicho y hecho. El pasado año, Arias, junto a otros dos bomberos entendidos en estas lides, Javier Redondo y Eduardo Flecha, impartía altruistamente unas charlas a sus compañeros de los parques de Canterac y Las Eras sobre las abejas y sus comportamientos, explicándoles la manera idónea de proceder ante estos himenópteros con peor fama de la que merecen. «Es genial cuando un compañero te llega al poco tiempo y te dice que ha conseguido hacer esto o lo otro gracias a tus explicaciones», declara con una sonrisa.

Gracias a la insistencia de Arias y de sus compañeros, ahora, cada vehículo de bomberos lleva consigo cuatro trajes de apicultor. El procedimiento es sencillo. «En primer lugar, hay que diferenciar entre abejas y avispas», asegura. Las abejas son más pequeñas y oscuras, «de un color cercano al marrón» y lejos de ese amarillo que nos han vendido desde nuestra más tierna infancia, mientras que las avispas son más largas y sí lucen un amarillo chillón que se reconoce con facilidad, «incluso en pleno vuelo». Además, estas últimas pueden picar repetidamente, mientras que las primeras pierden el aguijón en su primer ataque y mueren al instante.

«El siguiente paso es ver cuál es la situación del enjambre». Las abejas, una vez que se reproducen, se marchan de donde vivían y, mientras encuentran un nuevo hogar, se asientan provisionalmente donde le parezca a la abeja reina. «En ese momento en el que están de paso son relativamente fáciles de coger». La recogida del enjambre se lleva a cabo a primera hora de la mañana o por la noche, a bajas temperaturas, cuando las abejas se encuentran descansando.

El objetivo es alejarlas de su asentamiento. «La manera más rápida para ello es utilizar el ahumador, conduciéndolas con el humo», afirma. Una vez que se han ido todas, se echa vinagre o incluso gasoil en su antiguo asentamiento para que no regresen. Pero las abejas, como cualquier animal que se precie, no se resignan a dejar su hogar sin mostrar oposición, por lo que Arias y compañía les facilitan la mudanza. «Les colocamos un cajón artificial de apicultor, entran y nos las llevamos. Es un panal ya fabricado. Se dan cuenta de que no pasarán ni hambre ni frío y acaban cediendo», concluye Arias.

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