El embalse de la miel
El pantano impulsa el turismo de Encinas de Esgueva, donde emerge la afición a la apicultura
LORENA SANCHO
Sábado, 26 de febrero 2011, 01:23
El blusón con el que Alberto Triviño se introduce en su colmenar es completamente hermético y, aún así, siempre se cuela alguna abeja. «Hoy mismo me han pegado algún picotazo», confiesa mientras explica los pormenores de su afición. Eso sí, asegura estar tan acostumbrado a las picaduras que ya solo siente el pinchazo.
Es el precio que debe pagar por la obtención de unos diez kilos de miel anuales que le proporcionan entre 60.000 y 80.000 abejas en su colmena. «Todo depende del año y de si llueve o no llueve, porque como excepción se pueden llegar a coger más». Alberto heredó de su abuelo, Celedonio, el «run-run» por la apicultura. Este ostentó en propiedad uno de los colmenares que tanto abundan por el camino que separa el monte y la dehesa de Encinas de Esgueva y ahora, años después de que los vestigios de una arquitectura ya extinta decidieran echar un pulso al tiempo, un nutrido grupo de aficionados a la apicultura rescatan este viejo arte en las proximidades de las plantaciones de lavanda que afloran en el valle Esgueva. «Aquí siempre ha habido mucha afición», puntualiza Alberto.
Recursos no les faltan. A Encinas, limítrofe con las provincias de Palencia y Burgos, el ocio le llega de la mano de la naturaleza que lo abriga por los cuatro costados. Y el turismo, también. A casi dos kilómetros del pueblo se levanta el embalse que desde 1969 suministra el riego para la agricultura de la comarca. Pocos podían pensar entonces que esta infraestructura hidráulica se convertiría con los años en el principal foco de atracción turística del pueblo. Pero lo es. Desde el avistamiento de aves (garzas y patos, entre otras) en invierno, a un simple baño en verano, este embalse atrae a la muchedumbre ávida de paisajes.
Máxime si a cincuenta metros de la playa (el acceso para los bañistas) se encuentra la entrada de un camping municipal con capacidad para unas 45 plazas y que ofrece la posibilidad de despertarse en pleno valle. «La reserva para Semana Santa la tenemos ya desde enero, después empieza el movimiento, sobre todo los fines de semana», especifica Florin, regente del camping. Este joven rumano vino para visitar a un amigo durante tres días y se quedó. De aquello hace ya tres años y ahora, además, atiende junto a su mujer, Yolanda, uno de los dos bares que hay en el pueblo, el 'Moreno'. «Aquí hay tranquilidad y la gente es cariñosa», argumenta tras dejar atrás un periplo por Cataluña.
El otro establecimiento, Casa Paco, conocido por sus afamados asados, es un pulsímetro del turismo. Por su comedor, uno de los dos que abren en el Valle Esgueva, pueden llegar a pasar un día de agosto cerca de doscientos comensales. «Claro que se nota el embalse, aquí se nota todo; ahora, por ejemplo, el corte de la carretera», comenta Paco, el propietario y coleccionista de 6.000 botellas de vino, que cuenta a su vez con un hostal que ofrece diez habitaciones dobles y que ya tiene reservas cerradas para Semana Santa.
La actividad estival del embalse repercute así después en un municipio que, más allá de su maravilloso entorno, cuenta con suficientes atractivos en su casco urbano como para exigir una parada.
En buen estado
El más destacado es un castillo del siglo XV, que conserva el foso y la estructura en buen estado, aunque en su interior mantiene el aspecto del antiguo silo que albergó el grano en el siglo pasado, con paredes enyesadas y locales multiusos. La fortaleza, que ha servido de escenario para algunos anuncios publicitarios, suscitó recientemente el interés de un grupo hotelero que vio en ella un futuro proyecto. «Pero ahí quedó la cosa, no volvimos a saber más», dice resignado el alcalde, Nicéforo Lorenzo.
Junto al castillo, la otra joya del pueblo es la iglesia de San Mamés, del siglo XIV, con bóvedas de crucería y medio punto. Para acceder a ella es preciso subir 28 escalones. Nada que ver con el ejercicio que seis mujeres (llegan a ser diez) practican un par de días a la semana junto a la puerta de acceso al templo. Mari Carmen, Asunción, Luisa, Pili, Angelines y Lucía prescinden de monitora para su gimnasia semanal en esta casi sagrada explanada. «Cada día se pone una, porque llevamos ya 22 ó 23 años», dicen. Esta vez le toca a Mari Carmen. «Ahora un poquito de bicicleta», ordena mientras simula un pedaleo con sus piernas. Todas la siguen en este peculiar gimnasio al aire libre que ofrece las mejores vistas del pueblo. Desde aquí, Encinas atardece en febrero en tono sepia, el que proyecta el sol en su vetusta fortaleza antes de esconderse entre las aguas del embalse.
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