María, mujer eucarística

María, la Virgen: ha anticipado en el misterio de la encarnación la fe eucarística de la Iglesia y con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el calvario hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Nadie como Ella ha vivido la liturgia eucarística como actualización del sacrificio de la Cruz. Como en adviento esperó con inefable amor de Madre.

2.- María, la Virgen: vive una especie de «Eucaristía anticipada» como una «comunión espiritual», de deseo y ofrecimiento que culminará en la unión con el Hijo en la Pasión y se manifestará después, en el periodo post-pascual, en su participación en la celebración eucarística. Ella se ha ofrecido con Cristo al Padre totalmente, desde la encarnación hasta su muerte.

3.- María, la Virgen: al recibir la Eucaristía por los Apóstoles acoge de nuevo en su alma el corazón que había latido en su seno al unísono con el suyo y puede revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz. Ella ha comulgado el Cuerpo de Cristo que nació en Belén, murió y resucito.

4.- María, la Virgen: junto a los Apóstoles concordes en la oración, en la primera comunidad reunida después de la Ascensión, en espera de Pentecostés, está presente ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana asiduos «en la fracción del pan». Ella será siempre modelo para vivir el Misterio Eucarístico. Preparad el camino y también la Navidad.

5.- María, la Virgen: está presente con la Iglesia y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Como en el monte Calvario Cristo nos dice también a nosotros, «He aquí a tu Madre» y recibimos este don para asumir el compromiso de conformarnos a Cristo aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por Ella. Nadie ha vivido como Ella la real presencia de Jesús.

6.- María, la Virgen: canta en el «Magníficat» el «cielo nuevo» y «la tierra nueva» que se anticipa en la Eucaristía. Es un canto ante todo de alabanza y acción de gracias. Alaba al Padre «por» Jesús, pero también lo alaba «en» Jesús y «con» Jesús. Esto es precisamente la verdadera «actitud eucarística». Ella hizo suyas las oraciones y súplicas de la Misa, «hasta que El venga».

7.- María, la Virgen: nos ayuda a vivir mejor el misterio eucarístico porque también en el Magníficat está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo Dios se presenta bajo «la pobreza» de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia. Ella vivió el cielo en la tierra toda su vida al lado de su hijo Jesús.

8.- María, la Virgen: es maestra en la contemplación del rostro de Cristo y tiene una relación profunda con Él. El Cuerpo y la Sangre de Cristo es también cuerpo y sangre de María. Cada comunión eucarística ha de inspirarse en la escuela de María. Ella ha distinguido la voz de su Hijo Divino en la liturgia de la Palabra y en cada Eucaristía.

9.- María, la Virgen: nos «contagia» y nos «enciende» en la piedad eucarística para vivir en su integridad el Misterio, sea durante la celebración, sea en el íntimo coloquio con Jesús apenas recibido en la comunión, sea durante la adoración eucarística fuera de la Misa. Ella ha experimentado la proximidad y cercanía del misterio de Dios. «Salid a su encuentro».

10.- María, la Virgen: es «mujer eucarística». En Ella vemos el mundo renovado por el amor. Mirándola a Ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. Pongámonos, sobre todo a la escucha de María Santísima en quien el Misterio Eucarístico se muestra, más que ningún otro, como misterio de luz. Digamos la Palabra con la fe de María y comulguemos de la mano de María, «que llega el Señor».