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VÍCTOR M. VELA
Domingo, 5 de septiembre 2010, 13:45
Para que te hagas una idea, este año no he tenido que ponerme de puntillas para ver la Partydance. Y con esto ya está todo dicho, porque ni soy Gasol (bueno, tampoco Andrés Iniesta, que mide 1,70, aunque no lo parezca) ni yo estoy ya en edad de crecer. Es triste, pero es lo que hay. Pero si quieres más pistas, te diré que se acabaron los codazos, que ya no hay que caminar de perfil para hacerse un hueco ni que avanzar por Claudio Moyano si quieres ir desde Zorilla a plaza de España porque Miguel Íscar está hasta los topes. ¡Ay Partydance, Partydance, quién te ha visto (muuuucha gente, pero mucha mucha) y quién te ve (cada vez menos)! Y aquí lo de la crisis no vale, porque -de momento y hasta nueva orden- mirar es gratis. Aunque para lo que hay que ver... (¡uy! se me ha escapado).
En fin. Este año hemos estrenado la Partydance ni chicha ni limoná, con tres carrozas que no llegan a las ocho de los primeros años -cuando nos epataron las 'dragqueens' y la brillantina en el pechamen (todos llevamos un Esteso dentro)-, pero tampoco a la calidad escénica de la de 2009, cuando la cosa se parecía más a un teatro de calle adobado con ritmos 'chunda chunda'. Este año hemos vuelto a los camiones tuneados. Tres. Y ahora si me perdonas, cojo el bisturí y empiezo la disección.
Camión número uno, alias 'el pasado'. Grandes cortinajes rojos con máscaras y candelabros. Espejos XXL hechos con papel de aluminio. Bailarines de botas altas, antifaces y grandes pelucones versallescos. Un violín y una soprano en directo. Y música de cotillones del siglo pasado, que para los que, además de bajos, ya pasamos los 30, mooola. 'Funkytown', 'Voyage, voyage', 'I like to move it move it', 'Ritmoooo, ritmo de la nocheeee'. Y en ese plan.
Camión número 2, alias 'el gatillazo' (porque anda que no da rabia prepararlo todo con mimo y que un imprevisto te fastidie la noche). Estaba dedicado al presente, lo cual no deja de ser una irónica metáfora -de la crisis o de la salud de la Partydance- porque el tráiler no dejó de dar problemas en todo el recorrido. Cuando llegó a la plaza de Zorrilla (punto álgido de la ruta) se fundieron los fusibles, las luces salieron pitando y los altavoces se quedaron mudos... durante 10 minutos eternos que los bailarines trataron de solventar animando al respetable para que diera palmas al compás de los timbales. Hasta ese momento, y desde la plaza de toros hasta allí, la cosa había más o menos funcionado. Cientos de bombillas, pantallas donde se proyectaba el público, danzantes con estética hip hop y punkera y música entre la que, lo juro, estaba una versión electrónica (tiene su aquél) del «bailemos el bimbó, bimbó, bimbó» de Georgie Dann (que pudo escucharse cuando el tráiler pasaba por Puente Colgante).
Y llegamos al tercer camión, alias 'el futuro', con la paradoja de que los vestidos de los bailarines tenían colgados cedés (que como todo el mundo sabe son esas cosas que se ponen en los balcones para ahuyentar palomas, porque para escuchar música ya está el mp3). Aquí había pistolas que lanzan humo, burbujas de jabón, sábanas donde se proyectaban luces de colores y un chaval que se quedaba solísimo haciendo el robot. Muy bueno el tío. Y sin coñas.
En fin. Menos mal que luego llegó el fin de fiesta con dj's y tal en la Plaza Mayor. Del resto, pues volvamos al principio, una Partydance sin codazos, sin empujones, con poco baile y carrozas tuertas. Da rabia porque fijo que hay curro detrás. Pero anoche la cosa fue menos Party y menos dance que nunca. Y ya.
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