La peña se va de fiesta

Cuáles serán las propiedades de esa pócima rojiza que empapa tanto a peñistas como a no peñistas de jolgorio, alegría y color. Nadie sabe la razón, pero la realidad es que el calimocho se convirtió en un miembro más del desfile de peñas, que comenzó minutos antes de las siete en la Plaza de la Universidad, una hora más tarde de lo acostumbrado. Poco importó a los peñistas este cambio de horario ya que antes de las 18.00 horas ya se encontraban en el lugar citado al pie del cañón. La sorpresa llegó de la mano de un camión de bomberos, que situado entre la calle López Gómez y Fray Luis de León, bañó sin excepción a la marea de peñistas que tenían que pasar obligatoriamente por allí.

Mojados y con la litrona de calimocho en mano, comenzó el desfile a ritmo de charanga. Con una temperatura inmejorable, empezó la pugna por mojar al que extrañamente estaba seco. Pistolas de agua, garrafas, cubos y hasta biberones, todo valía para empapar al prójimo de calimocho. Los vecinos, que conocen la tradición, tiraban con simpatía calderos de agua desde los balcones.

Las calles se tiñeron de todos los colores. Los peñistas con su traje de guerra o enfundados en disfraces de militares, vacas, egipcios, toreros o folclóricas atrajeron la mirada de los más curiosos.

La edad de los asistentes era tan variada que en algunos casos no superaba los 18, mientras que en otros no bajaba de los 60. Pero las primaveras no eran motivo para no disfrutar de la fiesta. Con un espíritu joven y un poco de maquillaje ambas lo disimulaban. Una de las componentes de la veterana peña Mayores en marcha contaba entre risas: «Repetimos este año porque nos lo pasamos muy bien y así conocemos a gente joven».

«Pucela se va de borrachera»

Al grito de «Pucela entera se va de borrachera», la bebida corría por las calles, volaba por los aires y al final siempre terminaba en el mismo sitio: encima de algún despistado. Para llevar el alcohol, el ingenio de los peñistas se hizo notar. A parte de los clásicos cachis, garrafas, cubos de basura, carros de la compra o contenedores, muchos de ellos lo llevaban en sus propias carrozas. Eso sí, los carros de supermercado estaban a la orden del día, pese a su prohibición por el alcalde.

Un festín de carrozas, gafas de sol gigantes, antenas, pelucas, caretas, flotadores y, por qué no, culos postizos y muñecas hinchables ambientaron el jolgorio paseándose por las calles de la capital pucelana. La comitiva llegó a la Plaza Mayor y el cuadrilátero se convirtió en una piscina de vino. En el suelo, las suelas de los zapatos se pegaban y en lo alto, banderas de varias peñas ondeando.

Batalla campal

No todo el mundo se dirigía a la Plaza Mayor. Muchos de los peñistas prefirieron desviarse del camino para librar la tradicional batalla campal en Fuente Dorada, donde nadie quedó seco.

La locura. La pañoleta de las fiestas fue puesta a la estatua del Conde Ansúrez de la mano de un miembro de El Manuscrito y de un bombero que ayudó en las labores humanitarias de Haití. Minutos después, desde el balcón de la Casa Consistorial, el pregón de las fiestas congregó, si cabe, a más gente. Miles de jóvenes animaron con silbidos, cánticos y, por supuesto, más calimocho, la Plaza de Mayor.

La otra cara de la fiesta la mostraron los 'tetrabricks', vasos y botellas de plástico que tuvo que retirar el Servicio de Limpieza y las tres intoxicaciones etílicas, una de un menor, que atendió Cruz Roja.