Temor al asesino en serie. ¿Pueden rehabilitarse los criminales más sanguinarios?
Joaquín Ferrándiz, que violó y mató a cinco chicas en los años 90, se ha instalado en el País Vasco, donde se ha sembrado la alerta entre los vecinos. Una psicóloga de prisiones y una criminóloga forense relatan cómo es su trabajo en la cárcel con estos perfiles tan complejos
Néstor (nombre ficticio) no se va a jugar la condicional. Acaba de salir de prisión, 9 años por un delito de tráfico de drogas. No era consumidor, pero se vio en un agujero económico y quiso coger un atajo. A partir de ahora, todo el dinero que entre en casa será el que saque del negocio de venta de electrodomésticos que ha montado con su hijo, porque Néstor se ha hecho emprendedor a los 60 años. «Metió la pata y ha visto las consecuencias. En la cárcel hizo terapia, trabajó en la cocina, en el taller... Es casi imposible que reincida». Se lo dice la experiencia –y es mucha– a María Yela, psicóloga de prisiones durante 37 años. De suceder así, Néstor engrosará la estadística de ex reclusos que no vuelven a delinquir. Ocho de cada diez, según los datos del Ministerio de Interior.
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Si él no lo cuenta, nadie sabrá siquiera que estuvo preso casi una década. No ha salido en la prensa. Nadie le teme, como temen ahora los vecinos del municipio guipuzcoano de Andoain a Joaquín Ferrándiz Ventura, 'Ximo', que violó y asesinó a cinco chicas en Castellón en los noventa. Tras cumplir 25 de los 69 años a los que fue condenado, salió hace dos de prisión. Tiene 60, como Néstor. Pero entre ellos media un abismo.
Porque Ferrándiz es un psicópata, según el perfil trazado por los psicólogos. Lo son un 4% de las personas, porcentaje que se eleva al 7% entre la población reclusa. «Los psicópatas son personas frías y malvadas que hacen daño sin sentir culpa», define María Yela. Nahikari Sánchez Herrero, criminóloga forense, explica que «normalmente, quienes matan de manera serial o bien sufren problemas psiquiátricos graves como Francisco Escalero, el mendigo que oía voces y veía demonios y asesinó a once personas, o bien presentan rasgos psicopáticos muy acentuados».
En su contexto
61.858 personas
hay actualmente presas en España. El 93% son hombres. El colectivo de edad más númeroso entre la población reclusa es el que abarca de 31 a 50 años. Por tipología de delito, el 'top 5' es el siguiente: delitos contra el patrimonio (18.791), drogas (7.860), violencia de género (5.697), contra la libertad sexual (4.502) y homicidio (3.405).
19,98 %
es la tasa de reincidencia en España, según un informe publicado en 2022 por el Ministerio del Interior. Para el estudio utilizaron una muestra de 19.909 personas que fueron excarceladas en 2009 y contabilizaron cuántas reingresaron en prisión en los siguientes diez años –hasta 2019– para cumplir condena por un delito cometido tras su puesta en libertad. Casi el 95% de los reincidentes fueron hombres.
Es el caso de Ferrándiz y de otros asesinos sanguinarios. Como José Antonio Rodríguez Vega, apodado 'el mataviejas' por asesinar a 16 mujeres mayores en los 80 y de quien dijeron que poseía una «personalidad psicopática caracterizados por ausencia de empatía, frialdad emocional, manipulación y falta de remordimiento». Como Tony Alexander King, asesino de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes, un psicópata «que fingía sufrir todo tipo de trastornos de personalidad».
– ¿Quiere eso decir que no se pueden rehabilitar?
Yela: Los psicópatas son difícilmente rehabilitables porque, al no reconocer el daño que han hecho, es muy difícil que cambien. Si no hay psicopatía a veces tampoco se reinsertan, pero igual van degradando el delito. El que robaba a punta de navaja, tal vez ahora entre a robar a una casa cuando sepa que no hay nadie.
Sánchez: No se puede dar una respuesta contundente ni decir que es imposible que los psicópatas no vayan a reincidir. El tiempo en la cárcel ayuda porque la pulsión por matar o por violar disminuye con la edad. Pero la psicopatía es un espectro, no es algo estanco. De hecho, no todos los psicópatas tienen comportamientos violentos ni delinquen. El comercial que te vende un coche malo diciéndote que te va a durar toda la vida y no siente culpa porque vayas a tirar ese dinero también puede tener un perfil psicopático, pero está integrado en la sociedad. Hay asesinos cuyos vecinos, al enterarse, cuentan que era un chico majísimo, que les llevaba la bolsa de la compra... Los tratamientos psicológicos no pueden eliminar los rasgos de personalidad psicopática (ausencia de empatía, de culpa, mentiras compulsivas...), pero sí pueden mitigarlos.
'Entrar' desde lo racional
La terapia se ofrece a todos los presos, pero es voluntaria. Ferrándiz no se sometió a ninguna. «Los psicópatas suelen rechazan los tratamientos y, cuando los aceptan, a veces lo hacen para adquirir habilidades sociales y poder mentir más», advierte la psicóloga. Por eso, el abordaje con ellos es distinto. «No sirve entrar desde lo emocional porque no son capaces de ver el daño causado. Hay que entrar desde lo racional, que hagan la lectura desde su egoísmo: 'No hagas esto porque va a ser peor para ti y vas a volver a entrar en prisión'», orienta la criminóloga.
Con el resto de reclusos, independientemente de la gravedad de su delito, los programas de Instituciones Penitenciarias pasan por reconocer el daño causado. «Normalmente se forma un grupo pequeño, de cinco o seis reclusos que han cometido el mismo tipo de delito, de manera que se abran más fácilmente. No se les obliga a confesar delante de los demás lo que han hecho, sino que lo escriben de manera anónima en un papel y luego van leyendo los testimonios en voz alta. Escuchar lo que han hecho les ayuda a identificar el daño. Implica sincerarse con ellos mismos y eso les libera y les agobia a partes iguales. Y ahí empieza el cambio», asegura María Yela.
«Los psicópatas no sienten el daño causado y eso hace que sea muy difícil que cambien»
María Yela
Psicóloga
A continuación, trabajan la empatía. No lo hacen a través de sus delitos, sino de otros similares «que generan el efecto espejo». «Se leen escritos de víctimas, se les pregunta cómo creen que se han sentido esas personas y así se van dando cuenta del efecto de sus acciones». De todas, desde la más grave a la más leve. «El que roba te dirá que necesitaba el dinero, pero hay que hacerle ver que la mujer a la que sustrajo el bolso amenazándola con un cuchillo se llevó un susto tremendo y que, además de eso, se quedó sin dinero, tuvo que ir a comisaría a renovar el DNI…».
El siguiente paso viene a ser la puesta en práctica de la fábula de la zorra y las uvas: la zorra ve un racimo de uvas en la viña pero, como no las alcanza, las desprecia diciendo que no están maduras. «A esta parte la llamamos 'distorsiones cognitivas'. Los presos justifican sus actos, aunque para ello tengan que distorsionar la realidad. 'Es que estaba borracho', 'es que necesitaba el dinero', 'no lo tenía premeditado'… La justicia ya reconoce todas esas situaciones en las que la persona se encuentra en condiciones mermadas para reflexionar, pero se trata de abrirles los ojos y de que comprendan que estar drogados no significa que lo que han hecho no sea grave o tenga menos consecuencias».
«Someterse a terapia es libre»
Superada esta fase inicial, los tratamientos incluyen una segunda parte «en positivo» en la que, a través de lecturas, películas, debates… los reclusos aprenden «habilidades sociales, mejoran su capacidad de reflexión, interiorizan la importancia de llevar un estilo de vida sano...». Una suerte de aprendizaje que les ayude a llevar fuera «una vida sensata».
Los programas suelen durar un año y se hacen en un momento en que están próximos a recuperar la libertad. «La obligación del recluso no va más allá de hacer la cama y comportarse bien. Someterse a terapia es libre, aunque reporta beneficios penitenciarios. Por eso los rechazaban los presos de ETA en los años más duros. Me acuerdo de una mujer que estaba presa en Aranjuez y era madre. En lugar de presentarme y decirle: 'Hola, soy María, la psicóloga de la prisión', le dije: '¿cómo te ha cambiado la vida la maternidad?'. Desde ese momento nos entendimos. El primer contacto con el recluso es fundamental». Porque el primer día que pisan la cárcel «se preparan ya para la vida cuando salgan». Falte para eso 9 años o 25.
«Cuando llega el momento de salir, algunos no quieren. Hay personas a las que no solo les va a costar reinsertarse, sino que nunca han estado 'insertadas'. No tienen familia, trabajo, ni horizonte… La cárcel es un entorno hostil, pero ofrece una vida organizada».
«Te preguntan: '¿Estará preparado para salir?'»
«Entrar a la cárcel siempre es un 'shock'. Pero algunas madres, por ejemplo las de los toxicómanos, te dicen con alivio: 'Al menos sé donde duerme esta noche'». Por eso –advierte la psicóloga María Yela–, la salida de prisión no siempre es ese feliz día del reencuentro. «Las familias tienen miedo de que reincidan, te preguntan: '¿ya estará preparado?'. Sufren vergüenza social, temen lo que vayan a decir los vecinos...». En los casos más graves, como sucede con los asesinos más sangrientos, «los familiares de los acusados viven un drama. Se ven señalados, en ocasiones se tienen que ir del pueblo...». Por eso –considera la experta–, «lo que importa no es tanto que pasen muchos años en prisión, sino que esos años sirvan de algo. Porque la cárcel se sufre, pero, en ocasiones, también reestructura vidas».
Algunos de los criminales más sanguinarios
El asesino de la baraja
Alfredo Galán Sotillo es un exmilitar que asesinó a seis personas al azar en 2003. Dejaba naipes de la baraja española en el lugar del crimen. Fue condenado a 142 años de prisión.
El 'matamendigos'
Francisco García Escalero asesinó entre 1987 y 1994 a once personas. Sufría esquizofrenia y era alcohólico. Falleció en un psiquiátrico hace más de una década.
Error del 'Caso Wanninkhof'
l británico Tony Alexander King violó y apuñaló en Málaga a Rocío Wanninkhof en 1999 (se condenó erróneamente María Dolores Vázquez) y a Sonia Carabantes en 2003.
La 'matayayas'
Remedios Sánchez Sánchez mató en Barcelona en 2006 al menos a tres ancianas para robarles. Está siendo investigada por el presunto asesinato de una anciana de 91 años durante un permiso penitenciario.
'El mataviejas'
José Antonio Rodríguez Vega asesinó entre 1987 y 1988 a al menos dieciséis mujeres de entre 60 y 93 años en Santander. Fue asesinado en la cárcel en 2002 por dos reclusos.
Joaquín Ferrándiz
Violó y asesinó a cinco mujeres en Castellón entre 1995 y 1996. Salió de prisión en 2023. Valenciano, reside ahora en Andoain (Gipuzkoa), donde trabaja en una empresa de alimentación.
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