Borrar
La caja de madera se sustenta sobre cuatro bolas del mundo con los viajes de Colón impresos. A cada lado, grabados en cerámica de escenarios de la vida del marino.
¿Dónde está Diego Colón?

¿Dónde está Diego Colón?

El esqueleto del hermano pequeño del Almirante, que confirmó la autenticidad de sus restos, se lo ha llevado un particular. «Un día aparecerá en Christie’s o Sotheby’s», vaticina un experto

INÉS GALLASTEGUI

Lunes, 26 de septiembre 2016, 22:17

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Diego Colón nació hacia 1455, seguramente en Génova, y fue gobernador de Santo Domingo y quizá cura. De su vida poco más se sabe. Muerto, en cambio, ha corrido bastantes aventuras. Su esqueleto fue hallado el siglo pasado en la Cartuja de Sevilla y dio unas cuantas vueltas antes de llegar, sin pies ni cabeza, a un laboratorio de la Universidad de Granada para corroborar que los 150 gramos de huesos conservados en la Catedral hispalense eran, efectivamente, los de su hermano el Almirante. Pero en 2009, lo que quedaba de Diego y la primorosa urna de cerámica Pickman en la que descansaba en el museo de la factoría desaparecieron: según los testigos, se los llevó debajo del brazo el entonces propietario de la empresa. Y lo peor, sin que los responsables del patrimonio histórico hayan dicho ni pío ante el presunto expolio. «Algún día aparecerán en una subasta en Christies o en Sothebys», vaticina una fuente cercana al caso que no quiere revelar su identidad.

Quien levantó la liebre fue Nieves Concostrina, periodista especializada en temas funerarios. «Han desaparecido unos huesos históricos -se queja la redactora jefe de la revista Adiós Cultural, que critica la «desidia» de las autoridades en la custodia de unos restos que son patrimonio de todos-. Por cosas así se han perdido Cervantes, Lope de Vega o Calderón. Para un muerto que tenemos localizado y también se nos pierde».

A José Antonio Lorente, el forense que confirmó el parentesco entre los restos depositados en los dos edificios sevillanos, la desaparición de la urna le parece sobre todo «triste». «Esos huesos pertenecían a una persona y, además, era el hermano de Cristóbal Colón. No se han hecho las cosas bien», lamenta el investigador.

Pero vayamos al principio. La vida de Diego Colón -también conocido como Giacomo Colombo- es bastante misteriosa. Partió en el segundo viaje a las Indias de Cristóbal, en 1493, y fue gobernador de La Española y de Santo Domingo. En 1500, junto a sus dos hermanos, fue encarcelado, acusado de atrocidades contra nativos americanos y colonos europeos. Los tres fueron llevados a la metrópoli para ser juzgados, pero los Reyes Católicos les perdonaron y les devolvieron sus bienes.

Diego murió en 1515 en Sevilla y fue enterrado en la capilla de Santa Ana del monasterio de la Cartuja, junto al conquistador y a su hijo Diego. Pero cuando los huesos de los otros dos fueron trasladados a Santo Domingo por deseo de la viuda de este último, los suyos permanecieron allí, solos, y quedaron en el olvido durante más de cuatro siglos.

El comerciante inglés Charles Pickman aprovechó la desamortización de Mendizábal para comprar y rehabilitar el monasterio cartujo, en el que instaló en 1841 una fábrica de vajillas de cerámica que alcanzó fama mundial y fue proveedora oficial de la Casa Real.

Más de un siglo después, uno de sus herederos, aficionado a la Historia, ordenó excavar una cámara que se encontraba cegada por los restos de loza y encontró el esqueleto. Aunque no estaba seguro de a quién pertenecían -confiaba en que fuera el Colón famoso-, lo metió en una caja de cinc que anduvo dando tumbos por la fábrica.

En los años sesenta, el Estado declaró el conjunto monumento nacional -se convirtió en el emblemático Pabellón Real de la Expo 92-, y en 1980, los sucesores de los Pickman en el control de la empresa, ya en franco declive, trasladaron la producción a la localidad sevillana de Salteras. Diego se fue con ellos.

Enterrado en el jardín, permaneció ajeno a la azarosa existencia de la fábrica, que ha tenido una decena de dueños en las últimas décadas -incluido Ruiz Mateos-, subvenciones millonarias mediante. Hasta que en 2003 un equipo de investigadores liderado por Lorente y el historiador Marcial Castro pidió permiso para desenterrarlo con el fin de cotejar su ADN con el del material biológico de la Catedral que se atribuía a su hermano mayor.

El entonces dueño de la firma, el empresario jamonero Emilio Portes, encargó al taller una pieza singular a la altura de la dignidad del difunto. La urna con el sello inconfundible de La Cartuja-Pickman se colocó en el museo de la fábrica -donde se mostraba la colección histórica- y estaba destinada a albergar el eterno descanso de Diego Colón. Ni por esas.

Quizá hablar de desaparición no sea lo más ajustado a la realidad. No hubo nocturnidad ni alevosía. La entonces presidenta del comité de empresa, Carmen Vivero, recurda que era el día de Nochebuena de 2009 y la fábrica estaba parada, inmersa en su enésimo ERE. Emilio Portes, que llevaba meses sin aparecer por las instalaciones y había cedido la gestión a su hijo, llegó, forcejeó con el vigilante contratado por el Ministerio de Cultura y se llevó la urna bajo el brazo, mientras gritaba: «¡Es mi propiedad!». La sindicalista de CC OO afirma que el suceso fue denunciado como un robo ante la Guardia Civil, la Junta de Andalucía y el Gobierno central. «Tiró al suelo al vigilante y, además de la urna, se llevó dos cuadros. El hijo no quiso saber nada», explica Vivero.

ADN ultracongelado

Portes no confirma ni desmiente los hechos -«no tengo nada que decir sobre el tema»-, pero asegura que la caja y el material biológico que contenía «nunca han formado parte de la colección histórica». Los huesos «eran propiedad de la familia Pickman» y fueron pasando de mano en mano hasta llegar a las suyas. Las administraciones estatal y autonómica, asegura, jamás le han pedido cuentas.

¿Quién tiene razón? La Colección Pickman, formada por más de 15.000 piezas entre cerámicas, planchas de grabado, maquinaria y documentos, fue declarada en 1996 Bien de Interés Cultural, y en 2001, entregada al Estado como dación en pago para condonar la deuda de la empresa con la Seguridad Social. Durante más de una década, una selección de sus fondos se paseó por toda España. Su tutela recayó en el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid. Ante el peligro que corrían en una fábrica abandonada -aunque vigilada-, los libros y legajos fueron trasladados en 2010 al Archivo Histórico Provincial y un año más tarde la colección artística se guardó en un depósito de la administración autonómica en San José de la Rinconada. Fuentes de la Consejería de Cultura admiten ahora que, con la ley en la mano, nada se puede hacer por recuperar el cuerpo de Diego Colón, y restan importancia al valor histórico del cuerpo.

En realidad, no todos sus restos mortales están perdidos: en el Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada se conservan minúsculos fragmentos óseos -de 10 a 20 gramos- de los dos hermanos y del hijo bastardo del descubridor, Hernando, y ADN congelado a -80º C. «Quizá algún día, cuando las técnicas de análisis hayan avanzado lo suficiente, Diego Colón sea capaz de responder a nuevas preguntas sobre su vida y la de su hermano», confía Matías Castro.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios