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Pinilla Ambroz. Octubre de 1918. La familia de una persona fallecida por la gripe se encuentra en el doloroso trance de tener que pedir ayuda en la vecina Santa María la Real de Nieva para poder conducir el cadáver al cementerio y darle tierra, porque nadie en el pueblo quiere correr riesgos. Finalmente, dos hombres aceptan el trabajo a cambio de 90 pesetas, 45 para cada uno. Las páginas de los periódicos tampoco invitan al optimismo. En la portada de El Norte de Castilla del 11 de octubre se incluyen doce esquelas, entre ellas la de una niña de 3 años y las de dos jóvenes de 21 y 19 años. Tres días antes, El Adelantado publica en su portada una orla funeraria de tamaño familiar con los nombres de una mujer de 51 años y los de sus dos hijos, de 25 y 16, fallecidos en Aragoneses en setenta y dos horas.
Situaciones tan terroríficas como estas se dieron en muchos pueblos segovianos durante el otoño de 1918, periodo en el que la llamada «grippe española» azotó con más virulencia. No había médicos, ni enfermeros, ni boticarios pero tampoco sepultureros. La enfermedad atacó a todos por igual y sumió a la población en un estado de depresión, miedo y angustia que costó años olvidar.
Como en el resto del país, la gripe embistió en Segovia en tres momentos. El primero, entre mayo y junio de 1918, no dejó muertos, pero sí un buen número de atacados que lo pasaron realmente mal. El virus de la 'influenza' regresó a finales de septiembre y en poco tiempo se apoderó de todo el territorio provincial causando decenas de fallecimientos y sembrando el dolor en miles de familias. La última oleada se produjo en febrero de 1919 y duró dos meses, aunque apenas ocasionó decesos.
Cierto es que, al principio, los españoles se lo tomaron a chufla. El pueblo no tardó en llamar al virus el «soldado de Nápoles», en referencia a la serenata perteneciente a la recién estrenada zarzuela 'La canción del olvido', tan pegadiza como la propia gripe; pero el 'soldado de Nápoles' no era tan inofensivo como parecía, y lo peor llegó tras el verano. El 18 de septiembre, la prensa informa de que hay un elevado número de enfermos entre los soldados del Regimiento de Saboya, en La Granja. Aunque se subraya la benignidad de los casos, pronto se producen los primeros fallecimientos en el cuartel infectado. Unos días más tarde, el gobernador civil, el conde de Pinofiel, decreta el cierre de los salones de espectáculos y de los bailes. En la capital se clausuran el cine Ideal y los salones de recreo. Sin embargo, lejos de aliviarse, la situación se agrava. Hacia el 30 de septiembre, el brote surge con fuerza en la comarca más próxima a Olmedo. El número de infectados se dispara en Coca, Aldeanueva del Codonal, Nava de la Asunción y Santa María la Real de Nieva. En Nava cae enfermo el médico titular, y los atacados superan los doscientos.
Mientras la publicidad aconseja lavarse con jabón Zotal «para evitar la epidemia reinante», el alcalde de Segovia, Felipe Carretero, dicta un bando en el que ordena la desinfección de aquellas casas en las que haya fallecido algún enfermo, así como de cuadras, establos y corrales. A los dueños de hoteles, fondas, casas de huéspedes, posadas y cafés se les exige adoptar medidas profilácticas a diario, y se recomienda lavar las ropas de los infectados en el río Eresma, detrás del barrio de San Marcos. En la estación del ferrocarril, la Junta Provincial de Sanidad habilita un servicio de desinfección de viajeros, y el gobernador civil, en vista de la falta de medios, ofrece a los ciudadanos inscribirse voluntariamente como policías sanitarios honorarios, ejercicio que les daba derecho a «inspeccionar, corregir y denunciar las faltas de higiene» en lugares públicos.
En torno al 5 de octubre, la muerte recorre toda la comarca nordeste. En Ayllón los enfermos superan los 250, en Riaza hay hasta cinco defunciones diarias, y en Sepúlveda la realidad se torna caótica porque de los 150 casos de gripe diagnosticados el mismo día 5 se pasa a los 1.000 registrados el 24 de octubre. La población sepulvedana sufrió muchísimo, tal y como revelan las crónicas del momento: «La epidemia se ha desarrollado aquí con gran intensidad, alcanzando hasta 200 atacados en los primeros días, entre ellos los dos médicos de la localidad, uno de los cuales, don Eduardo Ferrán, convaleciente y con fiebre, se lanzó a vigilar a todos los enfermos, realizando una campaña de abnegación y sacrificios digna de los mayores elogios», relataba El Norte. El 25 de octubre, ante la proximidad de la festividad de Todos los Santos, el alcalde de Segovia prohíbe las visitas al cementerio «con objeto de prevenir la invasión del mal». Unos días después la prensa informa de que ya hay 136 pueblos invadidos, prácticamente toda la provincia, y ascienden a 11.000 las personas atacadas.
Los médicos fallecidos a consecuencia de la pandemia fueron muchos, circunstancia que dejó en el desamparo a cientos de pacientes. Juan Manuel Garrote cita los casos de Mariano Yusta, médico del Condado de Castilnovo, Joaquín Sancho, de Martín Muñoz de las Posadas, o Julián Grimau de Ursa, de Cantalejo. Los supervivientes recibieron distinciones por el mérito contraído, como Gregorio Cardiel o Mariano Romero Becerril, médicos de Valseca y Valverde, respectivamente. En La Losa, el galeno titular, Pedro Carreño, realizó un trabajo encomiable, como el de Ferrán en Sepúlveda o el de Eladio Gutiérrez de Antonio en Valdevacas y El Guijar.
El azote del mortífero bicho adquirió visos de tragedia. Muchas fueron las casas que quedaron cerradas por la muerte de todos sus moradores. Familias enteras extinguidas, niños huérfanos... Solo las medidas adoptadas y el paso de los días amortiguaron la sacudida. A finales de noviembre, cuando la enfermedad estaba superada en la mayoría de los pueblos, las autoridades hicieron público un balance correspondiente al mes de octubre: la gripe había matado en la provincia a 2.300 individuos. Sumando los fallecidos de noviembre y diciembre, la cifra final bien pudo rondar los tres mil.
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Ivia Ugalde, Josemi Benítez e Isabel Toledo
Óscar Bellot | Madrid y Guillermo Villar
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