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Enrique Marquina sostiene un remo en uno de los puntos de salida de las piraguas al río Duratón, en San Miguel de Bernuy. Antonio de Torre

Los 28 veranos entre canoas de un cántabro en el Duratón

Enrique Marquina trabaja cada día desde mayo a septiembre para atender un negocio en San Miguel de Bernuy con jornadas de más de 600 clientes

Domingo, 31 de agosto 2025, 18:08

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Enrique Marquina lleva 28 años no solo trabajando los veranos en San Miguel de Bernuy, el pueblo de su mujer, Ana, sino haciéndolo casi cada día, el mal necesario de su proyecto de vida, Canoas Duratón, algo que asume sin conflictos internos. «Si vendes helados, no puedes cerrar en julio. Al final, uno se llega a acostumbrar y está más mentalizado. Los trabajos están como están y no puedes elegir. Nos ha tocado esto, pues esto es lo que hay», relata. Así construyeron una familia, su gran sacrificio estival. Cuando la mayoría de la población disfruta de un descanso, ellos viven su temporada alta laboral. «Nos perdemos muchas cosas como ir a la playa con mis hijos en verano. O cenas con amigos porque has tenido un día tremendo y al siguiente, toca otra vez madrugar». Una operación, según resume, rentable. «Se compensa con ver que la cosa funciona y podemos tirar para adelante», subraya.

La pareja se conoció estudiando Bachillerato en Santander. La idea de abrir un negocio relacionado con las piraguas en el Duratón les hizo acercarse cada vez más, por eso se mudaron a Valladolid y fueron engordando el colchón para lanzarse a la aventura a través de trabajos temporales: él como vigilante de seguridad, ella como teleoperadora. «En San Miguel siempre ha habido afición por las canoas, un club náutico y hasta algún evento nacional. Yo había vivido siempre en una ciudad y el tema de estar en un pueblo, en contacto con la naturaleza, con este río maravilloso y este paisaje… me seducía». Lo conoció de forma casi casual en unas fiestas de verano cercanas, el germen de un hogar para ya casi tres décadas.

«No cerramos nunca. Desde que empiezan a venir los colegios en mayo, es todo seguido, ya no descanso ningún día hasta mediados de septiembre»

Esa afición se canalizaba de forma particular entre los vecinos. «Igual se podía montar un negocio y que pudiera disfrutar más gente», pensó. El éxito les obligó a mudarse allí. Su temporada, ahora más amplia, iba desde Semana Santa a octubre. Una época en la que veinte personas, tener todas las piraguas en el agua, ya era un éxito. En los días libres —que ahora no existen— iban a pegar carteles. Ahora tiene más de 200 canoas y cuenta un sábado normal con 400 clientes. El dato apenas cae entre semana: lo normal es que haya tres centros escolares por jornada. Luego están los días locos. «Sacas 300 plazas por la mañana, las vuelves a sacar por la tarde y te tiras trabajando de ocho de la mañana a diez de la noche». Solo en su empresa, 600 personas. En la zona hay otras cinco, a lo que se suma un hotel, un chiringuito o una casa rural que también alquilan.

No fue flor de un día, pues pasó una década desde que la pareja se conoció hasta que creó la empresa en Segovia. Pasaron años haciendo colchón y así compraron las cinco primeras canoas. «Estábamos centrados en el ahorro. Antes salíamos a cenar una vez al mes; ahora, los jóvenes van prácticamente todos los días. Era otro tipo de mentalidad. Así que muchos veranos nos los hemos pasado aquí, ayudando a la familia y disfrutando del río». A la economía de sus suegros y su esforzada vida de agricultores y ganaderos. Algo que no le importó. «Recuerdo que nos quedábamos en Santander. No hacíamos eso de irte a Ibiza, Mallorca o Cádiz, eso no existía». A Cantabria también se llevó a Ana. «Eso cuando trabajamos por cuenta ajena y teníamos vacaciones. Cuando trabajamos por cuenta propia, olvídate».

Disponibilidad permanente

Al principio era un ritmo «más calmado», pero el 'hijo' exigía disponibilidad permanente. «Tenías que estar, digamos, de guardia». Ahora el verano es un fluir de turistas difícil de cuantificar y llegan llamadas hasta en diciembre de alguna casa rural con ganas de agua. «No cerramos nunca. Desde que empiezan a venir los colegios en mayo, es todo seguido, ya no descanso ningún día hasta mediados de septiembre. Con un solo día que me vaya a Santander, al siguiente me toca jornada doble».

El horario oficial es de nueve de la mañana a ocho y media de la tarde, pero su jornada empieza a las siete, cuando suena el despertador y se toma el primer café. Ahí empieza una resolución infinita de pequeñas tareas, desde contestar correos con información a clasificar las reservas. «Un montón de gente que te pide cambiar el turno de mañana por el de tarde o pasarlo a otro día». Se concede pausas como el café de las diez en el bar o la media hora de siesta. Un día a día a la carta con añadidos como la cobertura logística en Sebúlcor de los grupos que van al Parque Natural.

Y las vacaciones, para el inverno. «Lo que pasa es que te tienes que ir al hemisferio sur para poder ver un poco el sol», ríe. Con las reservas en el retrovisor, hacen un viaje largo, sin prisas. Así han conocido Canadá, Tailandia, Japón, China, India, Maldivas, Sri Lanka, Kenia, Costa Rica, Las Vegas, Nueva York, Argentina o Uruguay. La prueba de que no tener un solo verano libre no es obstáculo para conocer medio mundo.

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