Borrar
Consulta la portada de El Norte de Castilla
José Lucía Pérez 'Pepe', durante el homenaje. El Norte
Segovia

El último herrero de Estebanvela: «Hubo un tiempo en el que éramos necesarios»

José Lucía repasa a sus 90 años la labor fundamental de su oficio en la posguerra para asistir a la agricultura: «Todos los pueblos tenían una fragua»

Lunes, 22 de septiembre 2025, 11:31

Comenta

José Lucía Pérez cumplió el 3 de septiembre los 90 años. Una vida de otra época, la de Pepe, el herrero de Estebanvela, una fragua más en peligro de extinción para un oficio que se agota con los propios pueblos a los que daba servicio. Cuando se planta frente a unas puertas que fabricó para la iglesia de Riaza, el lugar en el que reside por calidad de vida, por los servicios que no tiene en casa, le cuesta creer que él fue su arquitecto. «¿Cómo haría yo esos arcos a mano? ¡Sin soldadura, eh!» La Asociación Cultural de la Matilla de Estebanvela distinguió este verano su labor en un acto en el que descubrió una placa de agradecimiento por su trabajo, en presencia de sus vecinos y de su familia.

Una fragua con sus herramientas, adornos, aperos, arreglos y muebles. Y un homenaje extensivo a su esposa, Mari. Una tarde en la que se expusieron fotografías del herrero en faena y se escuchó el sonido el martillo contra el yunque. «Todo esto lo he ido conservando, son herramientas de toda la vida. Ojalá hicieran un museo, pero lo primero que tienen que hacer es arreglar el edificio». Tenazas de medio siglo y un acto sorpresa. «He estado 40 o 50 años en la fragua, cuidándola casi, porque si estuviera yo se hubiera hundido, como casi todas las que hay en los pueblos». Porque era, a fin de cuentas, un servicio municipal y los agricultores terminaron por montar sus propios talleres cuando hizo falta.

Un oficio que Pepe aprendió de su padre, cuya fragua en Riaguas de San Bartolomé está también conservada. «Entonces éramos muchos chicos en el pueblo. Cuando salíamos del colegio, se iban a jugar, pero yo me iba con mi padre a la fragua. Me gustaba chapucear, hacer un carro o cualquier otra cosa para jugar. Aprendí bien». Principios de los 40, plena posguerra para un lugar donde predominaba la agricultura más manual y la ganadería. «No había soldaduras, eran todo cosas de fragua». Arreglos constantes a las rejas agrarias. «Cuando empezaron a venir los tractores, ya nos dedicamos un poco más a la forja». Él recuerda cómo en su infancia había decenas de agricultores ganándose holgadamente la vida allí, como en otros pueblos vecinos. Hoy solo quedan tres.

De aquella forja salían verjas, balcones, puertas o barandillas. «Me gustaba, sí». Especialmente los trabajos más difíciles, lo que obligaban a pegar un hierro con otro. «El hierro se maneja bien, en caliente se hace lo que se quiere con él. Era lo mío, mi oficio». Era un contexto comunitario en el que todos trabajan de la mano: Pepe adelantaba el trabajo para que los agricultores pudieran hacer las cosechas y les cobraba en septiembre. Algo parecido hacía con las herraduras del ganado. Y muchos apaños de urgencia para que cada uno pudiera seguir con su tarea. «Hubo un tiempo en que los herreros eran necesarios. Por eso todos los pueblos tenían una fragua». No solo trabajaba en Estebanvela, sino en otros lugares de la zona. Ponía las herramientas en la bicicleta y a hacer kilómetros por esas carreteras de sierra. «No hacía falta tanto, con unas tenazas y un martillo iba a cualquier lado».

La mecanización del campo, esos tractores, lo cambiaron todo. «La gente empezó a emigrar y los pueblos se quedaron vacíos. Nos manteníamos porque la maquinaria agrícola se rompía y se seguía arreglando». Los ingresos fueron menguando, pero pudo vivir de ello hasta la jubilación, en parte gracias a las vacas de leche que custodiaba su mujer. «De eso vivíamos hasta que pudimos cobrar la pensión». Él complementó lo que dejó de ganar en el campo con cerrajería, puertas, ventanas y contraventanas. El éxodo hacia la ciudad tuvo su contrapartida positiva, pues aquellas segundas residencias sin habitar durante todo el año acaban necesitando más mantenimiento precisamente por esa ausencia. «La gente arreglaba cada vez más la casa de sus padres».

Pepe siguió en activo hasta los 67 años, pero no dejó la fragua. «Seguía haciendo cosas para mí». Adornos, aunque solo sea para no olvidarse de quién fue, por eso a su casa no le falta decoración. El último apaño lo hizo hace un par de años para el jardín de uno de sus hijos. También ha arreglado su huerto con verjas, bancos y una mesa. La prueba de que lo utiliza como lugar de recreo es que no hay nada sembrado, le importa más la decoración que las hortalizas. Un merendero con vestigios de herrero. «Sentarnos y pasar allí el tiempo, nada más». Y no echa de menos el martillo. «Ya no, tengo 90 años. ¿Qué voy a hacer?»

Ha aprovechado para leer mucho sobre Segovia y sus pueblos. «Nadie mira por ellos y se han desarmado. Ya no son pueblos. Hay muchos de aquí en la sierra con uno, dos o tres, gente que venía aquí a poner las cerraduras. En el mes de agosto sí, claro, están llenos, pero dentro de nada se van a quedar vacíos». Esa pena le llevó a hacer las maletas rumbo a Riaza. «Nos hemos tenido que marchar porque no tienes de nada. Allí hay sanidad, compras, pescado… Aquí ya casi no viene ni el pan. Y sin un vehículo, no te puedes desplazar. ¿Qué haces en un pueblo como este? Pues nada». Como el oficio, que también se extingue. «Eso de pegar un hierro con otro… ya no hay nadie que lo haga».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla El último herrero de Estebanvela: «Hubo un tiempo en el que éramos necesarios»

El último herrero de Estebanvela: «Hubo un tiempo en el que éramos necesarios»