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Cuando los Reinos cristianos arrebataron de una vez por todas de las manos de los árabes Sepúlveda y las tierras próximas, tuvieron a bien constituir la Comunidad de Villa y Tierra, que se dividió en ochavos, lo que vendrían a ser distritos rurales.
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Uno de ellos fue el de Pedrizas, dentro de cuyas lindes se encontraba la actual Navalilla, que formó parte de esta jurisdicción durante siglos, y que recibe dicho nombre al menos desde el XVI.
Como explica Siguero Llorente en 'Significado de los nombres de los pueblos y despoblados de Segovia', el término de nava, habitual en la provincia, habla de un pequeño llano con pasto, mientras que a la segunda mitad del topónimo se le relacionaría con el nombre Lilus, documentado en el monasterio burgalés de Oña en 1107, hablando, de este modo, el topónimo de una 'Nava de Lillo'.
Edad de Bronce: Desde al menos el 1500 a. C. han existido asentamientos, hoy constatados, en Peña del Moro.
2017 Se realiza la primera campaña de excavaciones en la zona, después de que en 2011 se llevasen a cabo estudios de exploración en ella.
En 1784, el pueblo aparece referenciado en el libro 'España dividida en provincias e intendencias' como «lugar Realengo, con Alcalde Pedáneo», y junto a su nombre aparece el del 'Coto Redondo de Navalilla', que, según explica el Baltazar Miñano en 1827, estaba «fundado en una hermosa llanura», tendría 370 habitantes y un convento de frailes franciscanos llamado De los Ángeles, así como una escuela y una iglesia parroquial, la de San Sebastián.
Esta denominación, sin embargo, parece circunstancial, puesto que no se hace mención al Coto Redondo en los textos posteriores de Pascual Madoz, de tal manera que el topónimo, del mismo modo misterioso que vino, pareció marcharse por donde había venido, manteniendo el nombre de Navalilla a un municipio que perdió alguna vieja tradición como la de los paveros pero mantiene otras como 'La Hacendera', que lleva a los vecinos a limpiar vías y caminos cada Carnaval antes de dar cuenta en armonía y en camaradería de una buena merienda.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Álvaro Soto | Madrid
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